Popovich observa el récord fatídico de 16 derrotas consecutivas de los Spurs, mientras trabaja. Su mérito es ir contra la velocidad de esta época, saber esperar.
Gregg Popovich observa el récord fatídico de 16 derrotas consecutivas de los Spurs mientras trabaja. Tiene 74 años, pero no lo corre el tiempo. Su mayor sabiduría, su mérito más acabado, es ir en contra de la velocidad de esta época: Pop sabe esperar.
Muchos se olvidan, pero hablamos aquí del entrenador más ganador de la historia de la NBA. Ya soportó críticas en el Mundial 2019; entonces, lo que lee hoy no lo sorprende. El mundo es cruel y las redes sociales están llenas de insolentes que no lo conocen.
Popovich es distinto. Es disruptivo por naturaleza. Sus conferencias de prensa son genuinas. Puede tomar el micrófono en el medio de un partido para defender a un ex jugador suyo de los abucheos de su gente. Puede enseñarle a Victor Wembanyama a jugar al básquetbol.
Puede comprometerse con su entorno, denunciar la violencia en su país, combatir el racismo, y no quedarse callado pese a que podría estar descansando de manera merecida. Puede, entonces, enseñarnos a nosotros también con sus actos.
Popovich todavía puede. Todavía quiere. La inmediatez absurda en la que vivimos no percibe ver más allá de una pantalla de celular. De un resultado. No importa lo que tengas que decir, pero dímelo rápido. Popovich es cultura. Y la cultura es otra cosa.
'Poppo', como le decían en sus comienzos, comenzó su carrera como entrenador en 1979 dirigiendo al Pomona-Pitzer. Para ese entonces, Tim Duncan tenía sólo tres años, Manu Ginobili se preparaba para su segundo cumpleaños y Tony Parker aún era un proyecto a futuro de sus padres.
Popovich, hijo de madre croata y padre serbio, se graduó en la Air Force Academy, se especializó en estudios soviéticos en la Academia de la Fuerza Aérea y sirvió cinco años en el Ejército.
Transitó mucho camino para ser quien es hoy. No son solo sus más de 20 años al frente de los Spurs, o sus cinco campeonatos obtenidos conn el equpo. Popovich atravesó todo, buenos y malos momentos.
Ya lo enseñaron los Spurs, siempre será hoja de ruta la parábola del cantero: la roca se rompe y no es por el último golpe sino por los cien que lo precedieron.
Popovich es el único entrenador en la NBA capaz de generar una renovación invisible de sus planteles para siempre ser competitivo año tras año. Ya no debería ser evaluado por triunfos o derrotas: cuando se cruza el Rubicón, cuando la eternidad se hace piel, el mensaje llega en forma de profetas.
Dichoso, entonces, aquel que pueda lograr que alguien le hable como Duncan, Manu y Parker le hablaron a Popovich en su exaltación a la eternidad. Al borde de quebrarse, con sincero agradecimiento. En tiempos líquidos, la fidelidad es un valor cada vez más preciado.
Popovich, es, además, un feminista de verdad. Con hechos, porque a las palabras se las lleva el viento. Y Becky Hammon lo sabe. Él le dio la oportunidad para que se mezcle entre los hombres, la trató con las mismas obligaciones y derechos. Tarda en llegar, pero, al final, hay recompensa.
Quizás sea por eso que su mérito no esté hoy en el resultado deportivo. Popovich, estadista del deporte, nunca pensó en él: Wembanyama es el futuro. ¿Qué hace ese viejo loco sentado todavía en el banco de suplentes? ¿Qué es una pasión si no es esto?
Ginóbili le señala movimientos a Wemby. Los secretos del juego. La disciplina de la franquicia. A la distancia, Pop sonríe, porque aún recuerda a ese potrillo salvaje que llegó a Estados Unidos sin domesticar. Dispuesto a devorarse el mundo. "Esto es lo que hago", le dijo Manu.
La semilla de Wembanyama germinará cuando Pop ya no esté sentado allí. Cuesta asimilarlo, pero es la verdad. No existe mayor definición de grandeza que la que hoy ejecuta: trascender para el resto. Poner lo que queda del cuerpo. Darlo todo para que lo disfruten los demás.
El básquetbol democrático, solidario y global, podrá ser ejecutado por muchos, pero siempre le pertenecerá. El bien común por encima del individuo. La mano solidaria por el otro. La humildad por sobre el ego. Algunos hombres, como Popovich, nacieron para escribir la historia.
Todos los demás, guardianes de su legado, estaremos siempre listos para contarla.