Escribamos sobre el papel en blanco: "LeBron James" en el margen izquierdo, luego tracemos una flecha horizontal y finalmente agreguemos "nada que perder" en el derecho. ¿Cómo puede ser que el comodín de la historia llegue a su séptima definición de campeonato en fila sin el mote de favorito? La respuesta es simple: redactemos, al pie de página, Kevin Durant.
Si bien el cruce definitivo hacia el Rubicón de James se dio con esa palma pegajosa contra el tablero en las Finales pasadas, que no fue otra cosa que la firma de una leyenda para dejar en ridículo a Andre Iguodala, la película de esta definición tiene la lógica de superhéroe que parece escrita por el mejor guionista de la historia de Hollywood: ¿puede un solo talento derrotar a la sumatoria de todas las fuerzas?
Durant ha sido el gran artífice de esta posibilidad de redención de LeBron, que también vivió esa enfermedad del deporte posmoderno de apurarse por ganar a cualquier precio cuando huyó -sí, huyó- a Miami Heat junto a Dwyane Wade y Chris Bosh. Su título en los Cavaliers era sólo una cuestión de tiempo y todos lo sabíamos, pero...
Tenemos que tener claro que vivimos en los tiempos de la generación sin tiempo. La impaciencia es el motor que rige la mayoría de los actos y nada puede ser bueno si no se tienen nervios de acero para acertar los embates de las urgencias sistemáticas. No sólo nada puede esperar a mañana, sino que no puede esperar una hora. Y en muchos casos, diez minutos son una eternidad. Quizás Durant no lo sepa, pero el título que tanto ansía, si lo consigue, no tendrá el valor que un talento de su naturaleza merece. Porque, a decir verdad, los grandes genios desafían las adversidades, no se unen a ellas. Seré completamente franco: lo mismo pensé sobre James cuando ganó su primer anillo en Miami y estoy seguro que lo mismo cruzó, con algo de madurez ya a cuestas, por su cabeza tiempo más tarde. De lo contrario... ¿Por qué regresó a Cleveland cuando era todo sonrisa en las playas de Florida?
Una persona puede traicionar las esperanzas de otros, pero nunca puede traicionarse a sí mismo. No se puede hacer trampa contra los sueños. La vida, en definitiva, es un aprendizaje constante.
Por lo tanto, James, que ha recorrido prueba a prueba los obstáculos de su carrera como Ulises en La Odisea, está a un paso de su redención final. Durant lo puso sin querer en situación de combate y lo colocó, ante los ojos de todos, en una posición de querer verlo triunfante. Porque el público ama a quien va de punto y en este caso, aunque parezca ridículo, LeBron James ha pasado a ser el débil en esta serie.
El mundo espera para ver si puede conquistarlo todo aún con Durant enfrente, reforzando la armada más temida de la Liga. Todos contra uno, uno contra todos. Aunque no sea verdad, aunque los Cavaliers sean mucho más que LeBron James (esto es así, sin dudas), vivimos en un mundo de percepciones. En esta ocasión, con la tercera final consecutiva a cuestas entre Cavaliers y Warriors, LeBron puede pegar otro salto grande hacia el territorio onírico de las leyendas si logra doblegar a los arqueros de Golden State.
Podríamos hablar de números, números y más números. Pero lo hemos evitado, porque estas Finales tendrán que ver con la estrategia y, por supuesto, con el corazón. Con las esperanzas y las emociones. Estas son las cosas que llevaron a Michael Jordan a ser el jugador más grande de todos los tiempos. Luchar, conquistar y prevalecer ante las tormentas más amenazantes.
El Rey buscará dar un paso más hacia la trascendencia. La historia, una vez más, le da la oportunidad de hacerlo con armas genuinas y nobles. Este es el juego que estábamos esperando: el talento más grande la década puesto contra las cuerdas antes de empezar. Será, entonces, reaccionar o sucumbir.
Dicho esto, que comience la función.