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Bruno Altieri 5y

Todos los fuegos el fuego

Hay un fuego que se forma con todos los fuegos que existen. Los de cerca y los de lejos. Los que miran y los que hacen. Hay un fuego que es continuidad y otro fuego que es revancha. Fuegos amigos que se abrazan y avanzan, que contagian y conmueven. Fuegos locos que merecen ser domados. Fuegos alegres, fuegos rebeldes, fuegos revolucionarios.

Son generaciones hechas de fuego, que se llevan todo por delante. Son los que estuvieron antes, son los que están ahora. Son fuegos que mueven el tiempo.

Fuegos que movilizan.

La Selección Argentina de básquetbol no tiene fuego: es el fuego. Llamaradas pequeñas que se unen para que la llama gigante derrita lo que se pone enfrente. ¿Quiénes son y de qué están hechos? Los fuegos no tienen edad, nombre ni tiempo. Los fuegos son forma y contenido. Son uno si hace falta, pero fundamentalmente son todos.

Nadie puede derrotar a una armada que se siente invencible.

Los fuegos se contraen, se extienden, pero nunca se relajan. Están ahí, listos para que la chispa permita volver a ser. Ahí van, entonces, doce tipos enamorados de una idea. De un propósito, que luce absurdo, que suena ilógico, pero que sin embargo se hace posible. El fuego avanza resquebrajando otros fuegos que parecen quemar pero que sin embargo, a la hora de la verdad, se extinguen antes de ser nacimiento.

Argentina es finalista del Mundial de básquetbol. Consiguió ese mérito insospechado tras vencer, de manera continuada, a Serbia y Francia, dos potencias del básquetbol mundial. Lo hizo, además, sin jugadores NBA en su plantel, sin haber perdido un partido y sin la necesidad de haber pasado nunca la frontera de los 100 puntos, producto de un juego sin pelota de elite.

Luis Scola, en este equipo, es Prometeo, fuego mayúsculo que enciende la hoguera y avanza. Que ilumina entre tanta llamarada absurda, que abre las venas de los ríos para formar un mar de fuegos que será, de hoy y para siempre, incontenible. Los jóvenes se unen en la causa y juntos proponen una defensa jamás vista. De China para el mundo. Piernas que se mueven rápido, sin distinción de rostros ni camisetas. Un país se pone atrás para dejar de lado el escepticismo y empezar a vivir el sueño pactado de creer lo increíble. En la tierra del fútbol, todos, pero todos, hablan de básquet.

¿Quién originó el fuego? ¿Acaso eso importa? Argentina es Manu Ginóbili cruzando el mundo para poder abrazarse entre lágrimas a Scola. Es Pepe Sánchez emocionado con Facundo Campazzo en una conexión de cerebros que conforman el alma. Son los dorados de 2004 abrazando a los cazadores de sueños de 2019. Es ese corazón celeste y blanco que rebota sobre el parquet para decir que sí, que ellos también pueden, y que el milagro de ser los mejores del mundo no es ningún milagro si existe compañerismo, solidaridad y esfuerzo.

Quien probó el fuego alguna vez, quien verdaderamente estuvo cerca de esa energía que arrastra, se pasa la vida buscando repetir esa experiencia. Volver a ver ese truco que lleva a lugares y tiempos insospechados, esa chispa que provoca un cosquilleo en la panza, esa necesidad primaria de gritar, levantar los brazos y contarle al mundo que nosotros, esta vez, quemamos como nunca. Que somos el fuego. Que la primavera de Serbia y el verano de Francia son escalas hacia la eternidad de España.

El fuego avanza y contagia. Doce fuegos empujan a 40 millones de fueguitos. El mundo contempla el incendio in extremis. Argentina sabe, Argentina puede, pero sobre todo, Argentina quiere.

Todos los fuegos somos el fuego.

Y estamos más unidos que nunca.

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