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Gregg Popovich y la belleza del momento

Getty Images

Gregg Popovich traga veneno, una vez más. Desde aquel fatídico mes de septiembre, en el que su equipo de Estados Unidos cayó ante Francia en el Mundial de China para empezar una serie de traspiés continuados, no ha encontrado la paz en el mundo de los medios de comunicación. Las redes sociales han hecho de la tormenta una burla sostenida, principalmente basada en su edad. El récord de seis triunfos y 12 derrotas de los Spurs en el amanecer de la NBA, la peor racha en 18 partidos desde que Pop asumió el equipo en 1996-97, colaboraron para potenciar esta teoría del desprecio a la que nos hemos acostumbrado.

Incluso ante leyendas de la talla del entrenador de San Antonio.

La inmediatez absurda en la que estamos viviendo no percibe ver más allá de una pantalla de celular. La belleza del momento, la construcción de una carrera, se ve dilapidada por construcciones absurdas elaboradas por cualquier charlatán en una mesa de café. No importa el que dice las mejores cosas sino el que las grita más fuerte. Sin impacto, no hay resultado, y sin resultado, no hay atracción. No importa lo que me tengas que decir, pero dímelo rápido. Los libros le han dado paso a los resúmenes y los resúmenes a los párrafos. ¿Qué es lo que está pasando que se sacan conclusiones tan apresuradas sobre cualquier tipo de situación? La manzana nunca será comestible si la mordemos antes de ser fruto.

El ejemplo Popovich aplica a millones de circunstancias a diario. La falta de respeto no siempre viene en forma de insulto, sino que también se viste de ignorancia, que siempre es atrevida. Un video de 15 segundos con un pase acertado, o una tapa a tiempo, o una volcada a dos manos, permiten construir el futuro de una potencial estrella. O dilapidar una carrera exitosa. Pocos vieron un partido completo, pero sin embargo alcanza la pequeñísima parte para explicar el todo. O al menos eso se cree.

La belleza del momento, el instante en que una persona se erige en leyenda, está construida por miles de momentos anteriores. Popovich, 'Poppo', como le decían en aquellos años, comenzó su carrera como entrenador en 1979 dirigiendo al Pomona-Pitzer, cuando Tim Duncan tenía sólo tres años, Manu Ginobili se preparaba para su segundo cumpleaños y Tony Parker aún era un proyecto a futuro de sus padres.

Popovich, hijo de madre croata y padre serbio, se graduó en la Air Force Academy, se especializó en estudios soviéticos en la Academia de la Fuerza Aérea antes de someterse a la capacitación de espionaje y servir cinco años en el Ejército. Junto a su mujer se encargaba del dormitorio estudiantil en el que residían. Llevaba a sus hijos caminando al jardín de infantes por la mañana y los buscaba por la tarde. Solían comer en la cafetería. Por momentos, manejaba la van de la escuela y también tenía entre sus funciones presidir el comité de estudiantes.

En su sexto año como coach, Popovich guió a los suyos al título intercolegial de Southern California, tras 68 años de frustraciones. Luego, fue asistente voluntario de Larry Brown, reconocido genio defensivo de la NBA, en Kansas State y fue quien se encargó de contratar a R.C. Buford, también asistente junto a Popovich en esos años, como head scout de San Antonio Spurs. Hoy Buford es, quizás, el gerente general más reconocido en el mundo del básquetbol por su injerencia determinante en la búsqueda de talento internacional.

Popovich ha transitado mucho camino para ser quien es hoy. No son solo sus más de 20 años al frente de los Spurs, o sus cinco campeonatos obtenidos. Popovich lo ha atravesado todo, los buenos y los malos momentos. Es la parábola del cantero: la roca se rompe y no es por el último golpe sino por los cien que lo precedieron. Las redes sociales confunden y deforman porque aún no se ha inventado un carnet de conducir para ejercer un uso responsable o, al menos, adecuado. Queridos jóvenes, si al menos ustedes supieran...

Popovich es el único entrenador que existió en la NBA capaz de generar una renovación invisible de sus planteles para siempre ser competitivo año tras año. Para despertar revoluciones en su equipo dentro de las propias revoluciones del juego que, en dos décadas, fueron muchas. Otros actores, cambio de estilo, mismo resultado. Porque, verán, el legendario entrenador de los Spurs ya no debería ser evaluado por triunfos o derrotas: cuando se cruza el Rubicón, cuando la eternidad se hace piel, el mensaje llega en forma de profetas.

Dichoso, entonces, aquel que pueda lograr que alguien le hable como Duncan, Manu y Parker le hablaron a Popovich en su exaltación a la eternidad. Con los ojos vidriosos, con sincero agradecimiento. Fuimos nosotros, no fui yo. Una familia, con todo lo que eso significa, construye el lienzo a modo de retazos que se dibujan a diario.

La belleza del momento, entonces, merece ser comprendida. Porque luego ese momento, como pasa con Pop, pasará y quedará la huella. El presente suele perder siempre con el futuro, que es la expectativa, y con el pasado, que es la historia. Sin embargo, todos hemos atravesado en algún momento ese instante mágico en el que entendemos que la instantaneidad será única e irrepetible. Sucede como una exhalación, un flechazo que nos devuelve a lo más profundo de nosotros mismos. Ni siquiera lo reconocemos, pero con el tiempo vive en las entrañas y será eterno: una charla a tiempo con un abuelo, una tarde en la plaza con los hijos, un viaje siendo niños con nuestros padres. Cuando todo era perfecto, cuando no había fisuras, cuando el verdadero regalo ni siquiera se veía como regalo.

Entonces, aquellos que hemos sido marcados por su gracia, seremos, hoy y para siempre, guardianes de su legado. Por más que se empeñen en demostrar lo contrario, por más que hagan fuerza e insulten, ningún resultado puede modificar la cultura; yo vi, con Popovich, la belleza del momento en su peldaño más alto: reconstruyó el básquetbol y lo hizo ejecutar con sus propias reglas. Logró cambiar la historia edificando almas y moldeando comportamientos, en innumerables casos. Cuando le abrió las puertas al mundo, cuando demostró, con hechos, que el talento está en todos lados y no es propiedad de nadie. Ese es el Popovich que yo conozco y el que vivirá para siempre en la historia del juego: el del básquetbol democrático, solidario y global.

Algunos hombres, como Popovich, están para escribir la historia. Todos los demás, testigos de su grandeza, estamos para contarla.