MÉXICO -- Yo no creo, o no quiero creer en aquellos que durante años me han dicho que el fútbol refleja casi fielmente los momentos sociales, políticos y culturales de una ciudad, un estado o un país; aunque cada día me convenzo que tienen algo de razón.
Hay un montón de reflexiones después de la bronca del domingo en Morelia, pero hay varias cosas que me dejaron muy inquieto, preocupado.
México vive una época en la que tiene que soportar grotescos actos de violencia, en la que la libertad y la seguridad han dejado de ser una garantía. Una época en la que la sociedad se preocupa más de lo que disfruta, y las Instituciones Públicas pierden día a día la credibilidad necesaria para acreditarlas como garantes de la justicia y el bienestar.
Ese entorno, suele olvidarse por 90 minutos, cada vez que un árbitro pita el arranque de un partido.
A partir del domingo, no es tan fácil. Y esto no tiene que ver con un desequilibrado que se brinca al campo para satisfacer su seguramente frustrada existencia, provocando a un futbolista, alterando por un segundo el orden.
Tiene que ver con los 45 segundos que pasan entre que el espontáneo brinca la reja y es sujetado por el único elemento de seguridad que llegó hasta él.
Los Capitanes analizan la trifulca en el estadio Morelos
Tiene que ver con la inexistente presencia policial alrededor de la cancha durante los incidentes.
Tiene que ver con dos arqueros, Vilar y Corona, supliendo esa ausencia mientras escoltaban al infame sujeto.
Tiene que ver con ese infame sujeto, pagando 30 pesos para recuperar su libertad.
Tiene que ver con el aficionado de Monarcas apuñalado adentro del estadio.
Tiene que ver con el aficionado baleado en el festejo del equipo.
Pero sobre todo, tiene que ver con el brutal cabezazo que José de Jesús Corona puso en la cara del impresentable preparador físico de Morelia.
Las broncas son inherentes al fútbol y no nos deberían de asustar en lo absoluto; sí lo del Chaco es inexcusable, Tomás Boy es un provocador, Pinto estaba desesperado, Romo defendió a los suyos, Miguel Sabah sigue siendo víctima de su mala suerte (nadie sabe qué hizo) y el preparador físico de Monarcas dejó en claro lo corriente que es, pero todos se ciñeron a las reglas no escritas de las broncas en el fútbol.
Corona se excedió de una manera preocupante, agredió con las 3 agravantes, usó un nivel de violencia excesivo mientras una de las tantas cámaras de TV Azteca, lo grababa en flagrancia y lo exhibió y posiblemente, marcó de por vida.
La manera en la que la situación se salió de control en el Morelos, en la cancha y afuera de ella, tiene que poner a reflexionar mucho a los directivos del fútbol mexicano que inmediatamente tropezaron, no vetaron el estadio, no hubo sanción para el lugar donde claramente, no existen las garantías de seguridad para jugar a la pelota, y en cambio, despojaron a Corona de su estatus de mejor portero de México y lo echaron de la Selección.
Justo como en este país, en el que el delincuente transita impune, mezclado entre la gente, envenenando al indefenso y violando las reglas sociales, pero eso sí, la Institución responsable presenta la cabeza del que al final, mediáticamente, quedará como el chivo expiatorio, pretendiendo justificar su incompetencia.