ROMA -- Hace algún tiempo me divertí bastante escuchando un diálogo en una famosa radio romana. Estaban pasando un programa de fútbol y se discutía de algunos jugadores comprados por los equipos capitalinos y otros que se decía podían llegar.
En un momento, hablando de un marcador de punta que debía llegar a Lazio, una de las voces dijo que el jugador era muy bueno, con grandes capacidades físicas, tanto en la velocidad cuanto en la resistencia, y que disponía de una actitud muy ofensiva.
La descripción parecía haber convencido la mayoría de los presentes en el estudio sobre el buen nivel del sujeto en cuestión, pero a uno de los periodistas eso no le alcanzó y, con la voz lejana y casi mágica de quien interviene en radio desde su casa, a través del teléfono, preguntó: ¿"Y los pies? ¿Cómo tiene los pies?".
La voz que había hablado antes respondió con pocas palabras y explicó que el jugador es bastante impreciso en los pases y en los centros, pero recordando sus calidades físicas y subrayando el hecho de que es natural que uno que corre tanto no disponga de pies de oro.
La voz telefónica, entre el divertimiento y la indignación, se atrevió con otra pregunta: "¿Cuándo fue que cambió tanto el mundo, qué ahora los pies se han vuelto un factor secundario en un jugador de fútbol? ¡Debo haber vivido en un termo desde los años de Maradona, porque realmente no me di cuenta de este cambio tan radical!"
La cuestión me causó realmente mucha gracia, pero tengo que admitir que, si bien compartía las afirmaciones del colega, al mismo tiempo las consideré una exageración, porque esa errada evaluación de un jugador me parecía un yerro personal de su interlocutor y no algo realmente generalizado.
Lamentablemente, tuve que cambiar punto de vista algunos días más tarde, en el clásico partido de fútbol con mi primo Marco y nuestros amigos. Para la ocasión, como faltaba un poco de gente, me pidieron el favor de jugar centro defensa, justo yo que soy un animal de área, pero la de los rivales.
A pesar de mi incomodidad, acepté, también porque, por una vez, quería ser el que da las patadas y no el que las recibe. Marco esperó a que comenzara el partido para decirme que el "nueve" rival, metro y noventa de veinte años, era un fenómeno y que jugaba en las categorías semiprofesionales.
La cosa me preocupó mucho y me preparé a pasar 90 minutos de infierno. Preocupación que aumentó en la primera jugada de mis adversarios, cuando llegó un pelotazo largo que el tipo "peinó" (con una elevación increíble), para premiar el pique del alero izquierdo.
Sin embargo, mis temores eran infundados y, al final del partido, el muchacho salió sin poderle pegar ni una vez al arco. No por mérito mio, claramente. No que haya sido fácil marcarlo, porque el chico corría como un demonio y cada pelota alta era suya. Sin embargo, yo tuve que hacer muy poco, porque mi rival se marcó prácticamente solo: cuando intentaba parlarla, se le escapaba un par de metros y, cuando en cambio lograba bajar el balón, perdía demasiado tiempo para entregarla o lo hacía sin precisión. Por encima, el delantero era sólo zurdo, así que siempre lo mandé sobre el otro lado para quitarle cada chance de remate al arco.
Terminado el partido, mi primo creía que yo estuviese satisfecho y orgulloso por como lo había marcado y, desde luego, se sorprendió cuando le expliqué que yo estaba enormemente desilusionado: "Marco – le dije – me esperaba un jugadorazo pero me encontré simplemente con un buen atleta. No fue difícil marcarlo."
"¡Pero qué decís, hermano! Nada que ver" --me respondió él -- "Está súper complicado marcarlo, con esa velocidad y esa protección de la bocha."
"No estoy de acuerdo" sentencié yo, y lo argumente diciendo: "Me parece que tampoco la cancha está de acuerdo con vos, ¿te parece? La verdad, le dije finalmente, la tuya fue una mala evaluación: alguien que deja los pies en casa no puede ser un fenómeno."
Pienso que mi pirmo haya entendido mi punto de vista. Quizás me equivoque, pero me gusta ver este deporte como una serie de gestos técnicos y no como una performance atlética. Me acuerdo todavía de cuando jugaba en la plaza con mis amigos y, las veces que me tocaba elegir entre ellos para armar mi equipo, no miraba al que era más alto o más fornido: elegía aquellos que la movían mejor, que la clavaban, en suma los que tenían buenos pies.
Lamentablemente, el fútbol cambió un poco y ahora, a menudo, se mirá más el físico que el talento. Pero creo que sea sólo algo pasajero, porque por cuanto se corra, se salte, se aguante y se pegue, la pelota es y será siempre una "señora", y sólo con la dulzura y la sensibilidad se la conquista a una verdadera madama.
Si alguien tiene alguna duda, puede acercarse a un balón, ponérselo muy cerca de una oreja y preguntarle a quien le daría su corazón. Si escuchan con atención, podrán oír algo. Ningún nombre, sólo una frase, susurrada como un eco lejano: "A un guante blanco calzado en el pie."