<
>

Dayron Varona no será el primero

Los Rays de Tampa Bay hicieron bien en incluir en su embajada beisbolera a La Habana al jardinero Dayron Varona, a pesar de no estar dentro del roster de 40 jugadores de Grandes Ligas.

Pero la presencia de Varona, único cubano en la organización de los Rays, tiene un valor simbólico y político, que representa una grieta más en el muro que por años le ha impuesto el gobierno de la isla a sus deportistas.

Pero el pelotero que jugó siete temporadas en las Series Nacionales con el equipo de Camagüey no será el primer cubano que vista un uniforme de Grandes Ligas para jugar en la isla.

Antes que él, otros dos compatriotas lo hicieron en el lejano 1937, cuando viajaron a su país natal como parte de los Gigantes, que aún no eran de San Francisco y tenían su casa en el Polo Grounds de Nueva York.

Tomás de la Cruz abrió el primer partido de los ocho que celebraron los Gigantes entre febrero y marzo de ese año y fue relevado en el cuatro episodio por el legendario Adolfo Luque, primer latino en participar en una Serie Mundial (1919 con los Rojos de Cincinnati), quien se encontraba ya retirado, pero fue invitado por el equipo.

Pero ni De la Cruz, ni Luque, pudieron frenar a un equipo cubano formado por peloteros de los diferentes clubes de la liga profesional, que se impusieron 7-3.

Nueva York perdió dos juegos más ante Habana y Almendares, las dos novenas más encumbradas del circuito profesional cubano, antes de ganar un choque ante el club Fortuna, de la Unión Atlética Amateur.

Volvieron a enfrentar al Almendares, que contó en las tribunas con el ex campeón mundial de ajedrez José Raúl Capablanca.

Los Gigantes perdieron por cuarta ocasión a manos de equipos profesionales y un día después enfrentaron a una selección de los distintos clubes.

El manager Bill Terry envió a la lomita al inmortal Carl Hubell, quien tuvo como rival nada menos que a Luis Tiant Sr., el padre del que fuera una estrella de los Medias Rojas de Boston en los años 70.

Hubell estuvo impecable y Nueva York se impuso 7-3, pero en un nuevo desafío ante las estrellas cubanas, tras 12 innings de lucha, las partes acordaron un empate a una carrera.

Finalmente, los Gigantes celebraron dos partidos más en tierras cubanas, pero ante los Cardenales de San Luis, con los que dividieron honores, 4-3 el primero para los pájaros rojos y 5-4 en 12 episodios para los neoyorquinos en el segundo.

Esta fue la tercera y última visita a Cuba de los Gigantes, que ya habían ido en 1911 y 1920.

En esa segunda ocasión, fue incluido como invitado nada menos que Babe Ruth, por gestión del promotor deportivo Abel Linares, quien acordó pagarle al Sultán de la Estaca 20 mil dólares por diez partidos.

Fue tal el éxito de taquilla que generó la presencia del Bambino, que Linares convenció a otro promotor, Juan Lageyre, para que le pagara tres mil dólares adicionales por un juego extra en Santiago de Cuba.

En aquel entonces eran frecuentes los choques de exhibición de equipos de las Mayores por Cuba y por allí pasaron los Atléticos y los Filis de Filadelfia, los Tigres de Detroit, los Dodgers de Brooklyn, los Rojos y los Piratas de Pittsburgh.

Entonces Cuba tenía la segunda mejor liga del mundo y los topes servían de preparación para la temporada de Grandes Ligas, además de reportarles un considerable dinero extra a los peloteros en tiempos en que no existía en las Mayores la figura del agente libre.