LOS ÁNGELES -- Se estima que hay 197 millones de desempleados en el mundo, y el mundo se inquieta, con estertores agregados, –incluyendo muchos de esos 197 millones de personas en receso–, por el desempleo de un multimillonario: Lionel Messi.
Tras el Armagedón financiero provocado por la pandemia de COVID-19, la Organización Internacional del Trabajo advirtió a mediados de 2020 sobre el cruento latigazo de repercusiones que irían azotando a la humanidad hasta 2022.
Mientras Lionel Messi se concentra, a ratitos, para el enfrentamiento de este sábado, en Cuartos de Final de la Copa América, ante Ecuador, el universo barcelonista y su entorno, incluyendo al madridismo, hurgan con fruición en Twitter, en busca del humo blanco que deben exhalar los abrumados pulmones de Joan Laporta.
Entendamos algo: Leo jamás ha leído un contrato. ¡Qué va a leer semejantes legajos atiborrados de palabras altisonantes para él, donde su nombre cambia puerilmente de la ostentosidad de ser Lionel Messi a un burdo, anónimo y vulgar “el contratado”!
Él mismo aceptó ante un medio italiano (Suplemento Sette, del diario Corriere della Sera), que sólo ha medio leído un libro en su vida, uno solo, y ha sido una de tantas biografías sobre Diego Armando Maradona. Y podríamos abonarle la lectura reiterada del cuento infantil Topito, el favorito de sus hijos.
Vamos, él mismo ha reconocido que ni siquiera ha leído de corridito las 51 palabras hechas pre contrato, en esa legendaria servilleta en la que la audacia de Carlos Rexach consiguió, el 14 de diciembre de 2000, amarrar a Messi para el Barcelona, en una reunión al vapor en el Club de Tenis Pompeia con Josep María Minguella y Horacio Gaggioli (entonces representante de Messi), quien hoy conserva ese papelito, prófugo del basurero, en una caja fuerte del Banco de Crédito de Andorra, y por el que le han ofrecido millones de dólares, algunos extravagantes coleccionistas de Japón, Estados Unidos e Inglaterra.
Leer su propio contrato con el Barcelona debe resultarle a Messi tan complicado de entender como el Ulises de James Joyce. Y no hay por qué culparlo. Lo suyo, y lo hace magníficamente vestido de azulgrana, sólo de azulgrana, es recrear fantasías con un balón.
Laporta sufre día con día. Primero, para limpiar el estercolero que hicieron explotar la ineptitud de Josep Maria Bartomeu y el ataque casi terrorista de aquella epístola casi pontificia, eructada por el burofax, ese 25 de agosto de 2020, cuando la familia Messi anunciaba su deseo de desvincularse del club blaugrana.
En el Museo del Barcelona (“Museu President Núñez”) se exhibe una réplica de la citada servilleta, y posiblemente, algún día, se exhiba también una réplica del burofax, para citar los contrastes de un tristón papel desechable que terminó germinando en páginas de oro para el club, hasta un abominable capítulo en el que el mejor futbolista del momento se desprendía de su matriz catalana.
Sin duda, para un personaje que dice aborrecer el tango, como lo ha revelado Lionel Messi (“cuando lo escucho en la radio, cambio de cadena”, dijo a Sette), ha armado un tango de proporciones gardelianas (por Carlos Gardel), que rebasa las ya de por sí intrínsecamente trágicas implicaciones de esta bellísima expresión musical.
Laporta busca la anuencia de Javier Tebas, presidente de La Liga, y su intercesión ante la UEFA para que el tan manoseado “Fair Play Financiero” cierre los ojos discretamente, mientras el Barcelona hace malabarismos contables, para poder satisfacer la voracidad de Jorge Messi, quien seguramente cuchichea con su hijo algo así como: “vos no te preocupés, Lio, los tenemos bien agarrados de los...” detalles contractuales.
Y Messi volverá a sus videojuegos hasta que el sábado por la noche se vista para enfrentar a Ecuador, sin preocuparse por saber quién será el mastín en turno para tratar de refrenarlo en la cancha. Para él, como en su tiempo para Garrincha, todos son “Joao”.
Mientras tanto, mortificado, Laporta manotea, y más se hunde, en el pantano de sus promesas. Messi ha pedido un equipo no competitivo, sino ganador. Y el presidente del Barcelona busca nuevos socios comerciales, nuevos atajos financieros, y la complicidad de Tebas, quien ha sido claro de que “LaLiga no puede perder a Messi”. Bueno, ese lujo tiene un precio, más que monetario, de tipo legaloide, un subterfugio, pues.
El Clan Messi ya no necesita mover un dedo. Las cifras y demás detalles están sobre la mesa. Ahora, a esperar que las acrobacias financieras, fiscales y legales que lleva a cabo Laporta, como saltimbanqui de cuello blanco, tengan efecto.
Por si acaso se le olvidaron a Usted las cifras en el recientemente vencido contrato de Leo, vale la pena refrescarlas, de acuerdo con lo publicado por el Diario El Mundo: el contrato laboral era por 61,328,520 euros, y el contrato de imagen era por 10,822,680 euros. Es decir, por los cuatro años, recibió 288,604,800 euros.
Además, por primas y bonos de los acuerdos laborales y de imagen, en su último acuerdo laboral, Messi sumó 115,225,000 de euros, sin despreciar otros 29,780,793 euros en apartados variables, según la publicación de El Mundo.
Así pues, en un universo surrealista como el del futbol, hay una preocupación extrema por un multimillonario desempleado, más que por las extremas urgencias de 197 millones de desempleados.