<
>

Jugar con altura

Gran tarea de Leo Ponzio en el mediocampo, hasta su expulsión, al menos Prensa River Plate

BUENOS AIRES -- Es curioso lo que sucede con La Paz: dispone a los equipos, más allá de su potencial verdadero, a sentirse inferiores.

Los resultados confirman que los bolivianos de cualquier escudo cuentan con una ventaja al jugar de locales. Es más difícil de medir cuánto resignan los adversarios por salir a la cancha cargando la mochila de una supuesta debilidad categórica.

Aunque venía de una pobre actuación ante Colón (sufrió una goleada y Barovero, que suele contagiar tranquilidad, fue un desastre), River enfrentó el compromiso frente a The Strongest con una fortaleza anímica por completo ajena a su historia reciente.

Decir que jugó de igual a igual acaso sonaría ofensivo para un club de la jerarquía de River. Más ajustado es señalar que corrió de igual a igual, sin temor a quedarse sin nafta.

Y aunque hubo diferencias en la prestación de los distintos futbolistas (Mora picó toda la noche, desentendido de las amenazas de apunamiento, fue un caso único), River, en general, no pareció disminuido físicamente.

Al menos eso es lo que trató de demostrarla a su rival. Empezó por no otorgarle una ventaja que no se había ganado.

Por lo tanto, una vez que obtuvo la ventaja, en lugar de recluirse a aguantar, hizo méritos y tramó acciones colectivas de ataque que pudieron asegurarle el resultado.

Fallas en el último eslabón le impidieron clavar el 2-0 cuando era cantado.

La actitud de River (de piernas y de estrategia) permitió exhibir su superioridad y cierta endeblez defensiva de los bolivianos. Con un River sumiso ante la conveniencia del empate o la diferencia exigua ese dato determinante habría quedado solapado.

The Strongest encontró el empate al final. Fue el corolario de una insistencia no del todo clara. El triunfo de la voluntad. Pero en nada desluce la tarea de River.

Los dirigidos por Marcelo Gallardo (¿cuánto habrá tenido que ver el técnico en la disposición mental de los jugadores?) se decidieron a salir de la mini crisis impuesta por una goleada en contra justo en el peor escenario.

En lugar de tomar el partido en La Paz como una transición, como un viaje incómodo que hay que cumplir con el menor daño posible, River lo asumió como un momento apto para borrar de un plumazo el mal recuerdo.

Tan es así, que algunas actuaciones superaron con creces el promedio de los últimos tiempos. Barovero se recompuso con algunas tapadas sensacionales. Y con una apostura bajo el arco que denotaba serenidad y control.

Más que percibir los efectos de una experiencia fallida como la de Santa Fe, pareció que esa performance había robustecido al arquero.

Otro tanto puede decirse de Ponzio, al que se le vio una claridad y un compromiso ofensivo inusuales. Jugó un partidazo hasta que una estupidez (esos toqueteos infantiles que los futbolistas, hasta los más veteranos, no pueden reprimir) hizo que el árbitro Quintana le mostrara la tarjeta roja.

Mora, se dijo, desequilibró durante todo el partido. Metió un gol con una espléndida media vuelta y sirvió otro que desperdició Driusi. Alvarez Balanta, al margen de la lesión que lo forzó a salir, expuso una solvencia digna de un zaguero con una regularidad que él no tiene.

Hubo, en suma, una apreciable cantidad de rendimientos altos. El empate, que llegó al final como una mala noticia, no debe ser obstáculo para interpretar la noche de La Paz como una muestra clara y estimulante de la solidez de River.