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A 20 años del muletazo: Palermo y una noche para la historia

Los hinchas de River lograron en los últimos años triunfos importantes frente a Boca, el máximo rival. Las finales ganadas, sobre todo la de Madrid, por la Copa Libertadores, quedarán en el recuerdo de sus hinchas.

Los de Boca también tienen, al igual que los millonarios, recuerdos imborrables en los superclásicos. Sin dudas, el partido que jugaron el 24 de mayo de 2000 en La Bombonera, y del que hoy se cumplen 20 años, forma parte de esos momentos únicos, irrepetibles, que perduran a pesar del tiempo.

Boca y River tenían grandes equipos y se enfrentaban por los cuartos de final de la Libertadores. En la ida, en el Monumental, River había ganado 2 a 1. Juan Pablo Angel y Javier Saviola anotaron para el millonario; Riquelme, en su primer gol oficial por un superclásico, había puesto el empate transitorio de tiro libre.

La Bombonera estaba llena esa noche. Explotaba de gente. River llegaba con ventaja y con confianza. Había empatado en ese mismo estadio unas semanas antes, 1 a 1, por el torneo local. Y la victoria en la ida, aunque era mínima, generaba en el plantel y en la gente una sensación de seguridad. Ya se habían disputado dos partidos y el xeneize no pudo derrotarlo. Parecía que la clasificación a semifinales no estaba tan lejos.

Américo Rubén Gallego dirigía a los millonarios. Carlos Bianchi a los xeneizes. Podría decirse, el agua y el aceite.

El Tolo, verborrágico, simpático, compinche con la prensa, se mostró locuaz en los días previos al partido. “De Boca no me preocupa nada. Y otra cosa. Si ellos ponen a Palermo en el banco, yo lo pongo a Enzo, así que no hay problema”, dijo el DT. El final de sus palabras fue acompañado por un coro de risas, festejando la ocurrencia.

Claro, Enzo, por Francescoli, no formaba parte del plantel millonario. El uruguayo se había retirado en 1997, tres años antes. Comparar a Francescoli con Martín Palermo, el temible goleador xeneize, fue un gran error, una provocación que sin dudas, del otro lado, fue tomada como un incentivo para el partido que se venía.

Es que Palermo hacía rato no jugaba en Boca. El Titán se venía recuperando de una rotura de ligamentos sufrida en noviembre de 1999, ante Colón, cuando había marcado el gol 100 con la azul y oro. Se dudaba sobre la presencia de Martín en ese partido. Es más, muchos la daban por descartada.

El ex Estudiantes venía en plena recuperación, pero le faltaba todavía mucho fútbol. Y más para disputar un encuentro trascendental como el que se venía por delante. Apenas tenía algunas prácticas encima en los días previos al encuentro. Por otra parte Alfredo Moreno, el juvenil del club que lo venía reemplazando, había rendido de buena forma.

Tal vez Bianchi no pensaba incluir al Titán en el equipo. O dudaba sobre esa posibilidad. Tal vez, las palabras de Gallego despertaron en el Virrey y en el mismo Palermo una motivación especial. Tocaron el orgullo del jugador en una comparación innecesaria: Francescoli ya no jugaba; Palermo tenía aún mucho para dar.

Bianchi, a diferencia de Gallego, era más cauto para declarar, menos divertido, más serio. La ironía era una marca registrada del Virrey, que sin dudas tomó nota de lo que dijo su colega. Y esperó su momento.

Boca estaba obligado a ganar para seguir en carrera. Si lo hacía por diferencia de dos o más goles, evitaría los penales. El gol que había marcado de visitante, en esos tiempos, no tenía valor especial.

El xeneize formó con: Oscar Córdoba; Hugo Ibarra, Jorge Bermúdez, Walter Samuel, Rodolfo Arruabarrena; Julio Marchant, Cristian Traverso, Gustavo Barros Schelotto; Juan Román Riquelme; Marcelo Delgado y Alfredo Moreno.

River lo hizo con: Roberto Bonano; Leonardo Ramos, Roberto Trotta, Mario Yepes, Diego Placente; Gustavo Lombardi, Eduardo Berizzo, Víctor Zapata; Pablo Aimar; Javier Saviola y Juan Pablo Angel.

DE LA MANO DE RIQUELME

El partido fue parejo en la primera mitad, con Boca buscando la apertura del marcador y River esperando, tratando de aprovechar los espacios que podría dejarle el rival. Los 45 minutos iniciales terminaron 0 a 0. Un resultado que clasificaba a River.

Los nervios en La Bombonera empezaban a sentirse. En el arranque del complemento el local no encontraba espacios para sacar ventajas. Hasta que Riquelme tomó la pelota por la izquierda, y mandó un centro cruzado al área. Bonano salió a destiempo y Delgado, que no había hecho mucho hasta el momento, marcó el 1 a 0.

Todo estaba igualado. La siguiente media hora mostró a Boca más enfocado en ir por la victoria. Y a un River más replegado, tal vez sin mirar con mala cara la posibilidad de ir a los penales. Gallego, a los 33 minutos, sacó del campo a Aimar y puso a Pereyra. Salió un creativo, el único que River tenía en cancha en ese momento, e ingresó un volante de marca.

Y enseguida, llegó el 2 a 0. Trotta rechazó mal un balón desde el fondo. La pelota la tomó Battaglia, que encaró hacia el área y fue cruzado por el mismo Trotta en una clara infracción. Angel Sánchez cobró penal.

Riquelme, quien ya venía de anotar de tiro libre en la ida su primer gol en un superclásico, puso el 2 a 0 que le daba tranquilidad a Boca y lo dejaba cerca de las semifinales de la Copa. El enganche tuvo una noche consagratoria, con una asistencia, el penal convertido y más tarde, un caño a Yepes en la mitad de la cancha que quedó para la historia.

No iba a ser Román, sin embargo, el gran protagonista de la noche. La Bombonera era una fiesta, pero faltaba un capítulo más.

PALERMO Y UN GOL QUE HIZO HISTORIA

A los 36 minutos del complemento Bianchi se acomodó bien el saco, después la corbata, miró hacia el banco y entendió que estaba por hacer una jugada trascendente: mandó a la cancha a Martín Palermo. Una palmadita, un par de palabras al oído, otra vez a acomodarse el saco… y a disfrutar. El estadio lo esperaba. El Titán estaba entre los suplentes y su cara lo decía todo: tenía desesperación por jugar. La ansiedad, el deseo de volver en un partido como ese, las ganas de demostrar que la dura lesión ya estaba superada formaban un combo explosivo, letal.

Y Palermo entró, en lugar de Moreno. La Bombonera vibraba, un murmullo recorrió como un escalofrío el estadio, que explotó con el ingreso de Palermo, quien volvía al fútbol luego de seis meses. Muchas cosas deben haber pasado por la cabeza del goleador en ese momento. ¿La frase que Gallego hizo en la semana? Seguramente.

Sin dudas, Palermo estaba sin fútbol. Se veía en sus movimientos. La falta de actividad durante tantos meses lo había afectado. Casi no participó en el juego en esos minutos finales, donde River estaba obligado a buscar un gol, y donde Boca trataba de tener el balón lejos de su arco con Riquelme manejando los hilos.

Hasta que llegó el momento de gloria. Como en una película de Hollywood, lo mejor quedó para el final. Se jugaban 49 minutos y el partido se terminaba. Battaglia desbordó por la izquierda, desde una posición similar a la que le habían marcado el penal, y cedió el pase al medio del área para Palermo.

El goleador tomó la pelota con cierta dificultad, pero pese a todo dio una rápida media vuelta, ante la pasividad de los defensores de River. Con libertad de movimientos el Titán se acomodó, miró el arco y sacó un remate perfecto que se metió en el palo derecho de Bonano. 3 a 0. El gol es recordado como el “muletazo” de Palermo, por la torpeza de sus movimientos en ese contexto tan particular.

La Bombonera, que ya estaba en llamas, vivió uno de los momentos más recordados de los últimos tiempos. El goleador, el ídolo, que venía de una gravísima lesión, volvió en plenitud. Lo que no tenía de fútbol, lo que le faltaba de rodaje, lo suplantó con ganas, con sed de revancha. Martín era el héroe de la película.

El festejo de Palermo llorando con los brazos en alto mirando al cielo, el abrazo con el preparador físico que lo acompañó en todo el proceso de recuperación, la felicidad de sus compañeros y de Bianchi, el pitazo final del árbitro, todo sucedió en el mismo instante.

A Gallego se lo cuestionó y mucho tras ese partido. Por el planteo conservador y sobre todo por esas declaraciones en la previa que lo marcaron a fuego. “No me arrepiento de lo que dije, fue una humorada. Justo Palermo hizo el gol sobre el final, que le voy a hacer”, señaló más tarde.

Una película con final feliz para Boca y para su goleador. Luego, el xeneize llegaría a la final y se consagraría campeón para llegar a la tercera Libertadores de su historia.