La noche se cerró en Barcelona con una sensación no recordada en el Camp Nou. Es cierto que el Madrid le había ganado a domicilio en tres Clásicos consecutivos antes del 2-1 liguero de hace dos semanas. Pero el barcelonismo no podía ni sospechar que acabaría sintiendo lo mismo que el madridismo hace apenas un año, cuando el Barça le goleó por 0-4 en el Bernabéu. Porque se lo devolvió el Madrid con una superioridad inaudita.
Para el Barça, enfrentar un partido a cara de perro sin De Jong y sin Pedri en el centro del campo era una misión mayúscula. Y no tener, tampoco, a Christensen atrás, una horfandad que, a la postre, y mezclados los tres ausentes, le condenó.
La noche de la resistencia, sabiendo que al Barça le bastaba con el empate, acabó por ser la noche de la respuesta. La respuesta de un Madrid que convirtió la ilusión azulgrana en una pesadilla difícil de digerir. Tan convencido estaba el barcelonismo de su éxito que el hundimiento del equipo de Xavi le tomó por sorpresa.
Por sorpresa ya en el descanso y sin capacidad de respuesta después, cuando los jugadores de Ancelotti convirtieron la segunda mitad en un aplastamiento sin remisión. Sin centro del campo que mantuviera el tipo, cada cabalgada merengue era un suplicio que dejaba marcada a la defensa, donde Araújo, atareado como nunca con Vinicius, no alcanzaba a tapar todos los huecos que dejaban sus compañeros.
Cuando Balde quiso darse cuenta que la eliminatoria se definía más atrás que delante... ya era tarde. De sus compañeros de zaga, lastimoso tanto Koundé como Marcos, casi ni hubo ya noticias.
El Madrid disfruto de una noche soñada, devolviendo el 0-4 y hasta quedándose con las ganas de lograr una manita que habría sido tan histórica como, a la vista de lo sucedido en la segunda mitad, no sorprendente.
Tal fue la superioridad merengue frente a un rival que lamentó más su propia impotencia que el posible penalti de Alaba apenas comenzar el partido y que, quién sabe, habría podido variar la historia de toda la noche.
Pero, a la conclusión de todo, ni aquella jugada puede ocultar que el Madrid, que no pierde un partido de Copa en el Camp Nou desde 1997, conquistó su pase a la final con una solvencia tan indiscutible como bestial.