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A 30 años de la crisis que libró Johan Cruyff en el Barcelona

BARCELONA -- ¿Crisis? Las crisis del presente en el Barcelona son un juego de niños comparadas con las del pasado. Entre 1978 y 1988 hubo hasta nueve cambios de entrenador en el Camp Nou. Y solo la providencia evitó que no se produjese un décimo, en 1990, que, seguro, habría cambiado el futuro del club azulgrana. Fue cuando el puesto de Johan Cruyff, antes de alumbrar al Dream Team, estuvo al borde del precipicio.

El 4 de febrero de 1990, se cumplen 30 años, el Barcelona perdió en Castellón (1-0), cuatro días después ceder un empate sin goles frente a Osasuna, y contándose la jornada 23 ya se despedía del título de Liga. Quedando a seis puntos del Real Madrid de Toshack (la victoria valía entonces por dos) la crisis estalló en el Camp Nou. No fue una crisis cualquiera, fue un auténtico terremoto en el cual Johan Cruyff, que dirigía al equipo por segunda temporada, estuvo al borde del despido. Muy cerca.

“Esto no puede seguir así. Nadie ha tenido tanto poder en el club como él para obtener unos resultados tan pobres... Hay que despedirle”, se escuchó de boca de un alto directivo de la junta que presidía Josep Lluís Núñez al día siguiente de aquella derrota, quien llegando a insinuar intereses ocultos del entrenador holandés en el fichaje de Koeman (cuyo rendimiento en sus dos primeros años no fue precisamente óptimo), deslizó que ya habían existido contactos con Luis Aragonés y César Luis Menotti para ocupar de urgencia el banquillo.

Laudrup no hacía olvidar a Lineker, el futuro de Milla empezaba a estar en duda, la afición protestaba y un aumento del precio de los abonos cerraba un círculo vicioso que invitaba a tomar la decisión de acabar abruptamente con la etapa de un Cruyff que, ausente en Castellón por una gripe, permanecía firme en sus postulados, aún sabiendo a qué se enfrentaba. “Falta tranquilidad. Hace tres meses que lo estoy diciendo”, resolvió el técnico, citado a una reunión imprevista por dos directivos en pleno vestuario que no hizo más que aumentar la sensación de peligro.

A partir de ahí el Barça vivió tres meses en plena tempestad. Dijo adiós definitivamente a la Liga perdiendo el Clásico (3-2) el 15 de febrero y fuera de Europa desde octubre al ser eliminado por el Anderlecht en la Recopa, Núñez se agarró a la Copa del Rey como tabla de salvación. Curiosamente, un título que hoy tiene tan poco valor en el Camp Nou, iba a marcar el futuro de Cruyff, al que solamente el presidente se atrevía a defender públicamente, entendiendo que el holandés era su último paraguas ante una oposición cada vez más numerosa.

“Defiendo a Cruyff porque así lo quiso un 90 por ciento de los socios. Defendí su voluntad por encima de todo y no puede ser que ahora digan que no le quieren”, proclamó Núñez en una encendida asamblea de compromisarios en la que no solo se pidió el cese del entrenador, sino que se insinuó la dimisión de un presidente atrapado y que pocas semanas después le trasladó al propio técnico que la final de Copa, a disputar en abril, podía ser definitiva en su futuro.

Johan, que conocía bien el funcionamiento interno del club y las traiciones que en la junta se repetían, se abstrajo de todo y el Barça, en Valencia, ganó el 4 de abril la final de Copa (2-0) frente al Real Madrid en un partido durísimo, en el que Hugo Sánchez lesionó a Aloisio, Hierro fue expulsado y los goles de Amor y Julio Salinas decantaron la balanza... Y salvaron la cabeza de Cruyff.