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La mejor final que he visto

Atlas regresó a una final, pero en la memoria queda aquel enfrentamiento ante Toluca, donde llegaron hasta la instancia de penales para definir al campeón

La recuerdo como si hubiera sido ayer. La Gran Final del Torneo Verano 1999 ha sido la serie por el título más apasionante de que tenga memoria. Los partidos de ida y de vuelta de aquel campeonato entre el Toluca y el Atlas fueron encuentros memorables en los que pude experimentar, desde mi poltrona de aficionado, un frenesí exquisito, épico, que hasta ahora no se ha podido igualar. En ese momento, para quien esto escribe, fue increíble que mi equipo estuviera, por segunda temporada consecutiva, disputando el título del fútbol mexicano cuando muy poco tiempo atrás había padecido de una lacerante sequía de éxitos por espacio de más de dos décadas, con excepción de una Copa México que apareció casi de milagro en 1989.

La Gran Final entre el Toluca y el Atlas fue una batalla que se pactó entre los dos mejores equipos de aquel momento. Los Diablos Rojos de Enrique Meza habían demostrado ser los más efectivos en las 17 jornadas precedentes con treinta y nueve puntos, producto de doce victorias, tres empates y sólo dos derrotas. Fueron la mejor ofensiva del torneo con ¡50! tantos marcados, de los cuales, veinte fueron obra de José Saturnino Cardozo, portentoso campeón de goleo, y 15 de José Manuel Abundis, el inolvidable número 23 escarlata. No recuerdo a otro par de delanteros tan poderosos formando parte de un mismo equipo.

Por su parte, los Rojinegros de Ricardo Antonio La Volpe se posicionaron en el segundo puesto de una inexistente tabla general (se conformaron 2 grupos de cuatro y 2 grupos de cinco equipos) con 10 victorias en total, cuatro empates y dos derrotas. Fueron la segunda mejor ofensiva del torneo, y aunque se quedaron a 16 goles de la marca que impusieron los mexiquenses, los superaron en el renglón defensivo al haber encajado un gol menos. El equilibrio entre líneas estaba igualmente demostrado y no había duda de que el cetro de ese verano sería disputado por quienes habían demostrado los méritos suficientes en la fase regular y en la inmediata y tradicional liguilla, donde muchas veces no se ratifican las buenas notas alcanzadas.

El 3 de junio de 1999, el Monumental Estadio Jalisco rebosaba con una entrada hasta las lámparas. El Coloso de la Calzada Independencia de la capital tapatía lucía sus mejores galas con la esperanza de atestiguar el primer paso del equipo de la Academia hacia su ansiado segundo título de su historia. El partido arrancó con un vértigo hilarante. Apenas a los dos minutos del silbatazo de Eduardo Brizio Carter, el delantero uruguayo Carlos María Morales puso el 0:1 para los choriceros. Cuatro minutos más tarde, Pepe Cardozo clavó el 0:2 ante la mirada atónita de la Fiel. El panorama se había ensombrecido terriblemente para los tapatíos hasta que llegó el descuento de César Andrade al minuto 20. Sin embargo, su gusto duró muy poco porque siete minutos después, otra vez el “Tanque” Morales marcó para poner el 1:3 en el marcador. Yo, en ese momento, no daba crédito al vendaval de emociones (positivas) que estaba viviendo frente a la pantalla del televisor. Estaba loco de alegría porque mi equipo le estaba ganando contundentemente al dificilísimo Atlas en su propia casa. En ese momento, no me imaginaba que el segundo tiempo iba a ser igual o más emocionante que el primer lapso. Yo seguía festejando feliz hasta que vino Hugo “Misionero” Castillo a marcar el segundo gol atlista al ´54, y un cuarto de hora más tarde, llegaría el empate a 3 con un tanto de Rafael Márquez. El cierre de ese partido hizo que mi ritmo cardiaco se elevara como si estuviera corriendo un maratón y pude agradecer infinitamente que Omar Blanco, central toluqueño de raíz ex rojinegra, salvara a mis Diablos de una increíble derrota al final del partido.

La vuelta en el Toluca 70-86 (todavía no se había rebautizado como Nemesio Diez) la viví desde el micrófono, en una transmisión radiofónica a nivel nacional. Con la emoción a flor de piel, narré, haciendo acopio de todo mi profesionalismo, el 0:1 del Atlas que marcó Hugo Castillo apenas un minuto después de arrancado el partido. En ese momento recordé instantáneamente lo mal que el Toluca lo había pasado un año antes en la final del Verano de 1998 contra el Necaxa en la que, antes de los primeros cinco minutos, mis Diablos ya perdían 0:2 (1:4 en el global). Otra vez un error defensivo ponía contra las cuerdas al equipo del “Ojitos”. Sin embargo, un par de minutos más tarde, José Cardozo marcó el empate con un remate fulminante sobre el arco de Erubey Cabuto. El toma y daca continuaba también en la capital del estado de México y eso todos, absolutamente todos, lo agradecíamos desde el plano donde estuviéramos viendo el partido. Más tarde, Alberto “Flaco” Macías, quien se había equivocado flagrantemente en el gol inicial de Castillo, enmendó su error con un sólido cabezazo para darle la vuelta marcador y poner el 2:1 (5:4 en el global). Pero el Atlas, ese fantástico equipo de jóvenes que cautivó al balompié azteca, volvió a sobreponerse a la adversidad para igualar otra vez el tanteador gracias a un gol de Miguel Zepeda, a los cinco minutos de iniciado el segundo tiempo. Con el empate a dos, cinco a cinco en el global, terminó el tiempo regular. En los tiempos extras, un remate de Cardozo en el travesaño salvó a los rojinegros de la derrota, aunque ya no hubo más goles, lo que obligó a la tanda de penales en la que, en muerte súbita, Hernán Cristante le detuvo el disparo a Julio “Jerry” Estrada para darle el título al Toluca en una final que, para mí, ha sido una de las mejores y más disputadas de toda la historia del fútbol mexicano.

El equipo también llamado “Las Margaritas” está nuevamente en la Gran Final. Y no puedo dejar de recordar lo cerca que estuvo de alcanzar la gloria esa inolvidable generación de los Cabuto, Briseño, Lavallén, Márquez, “Chato” Rodríguez, Méndez, Salazar, Almirón, Andrade, Zepeda, Castillo y Osorno, entre otros. Ese equipo enamoraba por su estilo de juego: dinámico, alegre, contestatario y altamente efectivo. Poco más de 22 años después de aquel 6 de junio de 1999, la historia que escribieron quienes se quedaron a un penal de lograr la inmortalidad, puede ser redimida en una nueva Gran Final por el actual Atlas de Diego Martin Cocca. Tendrán enfrente a un poderoso León, estupendamente bien dirigido por Ariel Holan. que ha vuelto a encumbrarse en el balompié azteca, sitio al que se querrán aferrar porque su historia así se lo demanda. Sin embargo, quizá hoy más que nunca, los colores rojo y negro tendrán una larga y añorada oportunidad de volver a brillar y a lucir en el firmamento futbolístico mexicano, algo que no sucede desde hace más de siete décadas. Sea lo que sea, pero ojalá podamos vivir una grandísima final, como aquella de 1999.