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Julio Benítez, prospecto del Real Salt Lake, logra su sueño profesional al atravesar por un camino difícil

LIVERMORE, California y MESA, Arizona -- Julio Benítez se sienta en el salón de conferencias de un hotel, en medio de los preparativos de pretemporada del Real Salt Lake en febrero pasado. Aprieta su mano contra el pecho, en forma de una garra. Parece que buscara por un trozo de su corazón que ya no está, aunque sabe bien que ahora hay un hoyo donde antes había un todo. Es imposible reemplazar lo que se ha ido.

"Siempre será así", afirma, con su rostro arrugado por la pena. "Siempre faltará ese pedazo".

Para ese momento, había pasado más de un año desde que Juan, padre de Benítez, falleció víctima del COVID-19. En ese momento, Julio se vio obligado a atravesar un camino agónico, lleno de decisiones de vida que un chico de 15 años no debería tomar, mientras lidiaba con una pérdida agónica. Cuando falleció su padre, Benítez era mediocampista de la cantera del Real Salt Lake, un jugador aficionado que trabajaba en busca de un contrato profesional a pesar de no tener garantías. Entonces, ¿cuál era la mejor forma de mantener a su familia? ¿Incluiría (o podía incluir) el fútbol? ¿Cómo rendir en la cancha y perseguir sus sueños mientras procesaba todo el peso de su duelo?

La trayectoria de Benítez está lejos de terminar; sin embargo, recientemente ha crecido mucho. Firmó un contrato de canterano a principios de año, y si bien acaba de volver a entrenar tras quedar fuera de acción por una contusión, la directiva del RSL se muestra gratamente impresionada por su capacidad para adaptarse a las exigencias de mayor velocidad y físico generadas al jugar a nivel profesional. Hizo dos apariciones en la presente temporada con el Real Monarchs, equipo reserva del Salt Lake. Si bien aún le falta crecimiento a Benítez, cuenta con habilidades positivas, tales como su dominio del balón y una insaciable voluntad de triunfo. A pesar de todo, su mente siempre vuelve a su familia, su madre Dulce, sus tres hermanos y cuatro hermanas.

"Mi familia me dice que no me preocupe por muchas cosas y que me dedique a jugar al fútbol. Que no me preocupe demasiado por ellos", afirma. "Mi madre siempre me dice: 'Estamos bien, nos va bien. Siempre que estés bien y hagas lo que amas, aquí también estaremos bien'. Así que siempre lo mantengo presente. Principalmente, hago esto por mi familia. Todo lo que he hecho, es por ellos".

Todo en la familia

Benítez nació en Chandler, Arizona. Sin embargo, pasó la mayor parte de su niñez en las cercanías de Mesa, viviendo en un parque de casas móviles llamado Fiesta Village. Hay un aura de trabajo duro y tesón dentro de la casa, una minivan con la puerta trasera abollada y que permanece aparcada afuera. También hay un sentido de familia. Dos de sus hermanos menores, Lucio y Victoria, corren a todo galope por el lugar, jugando con Frosty, Buddy, Loco y Hazel, los perros de la familia. Me siento con Juan Jr. y Jesús, hermanos mayores de Benítez. Hablamos de aquellos partidos improvisados en las calles del barrio cercanas a la casa, incluyendo aquella vez en la que Jesús se partió la cabeza en dos durante una espontánea intervención en la portería.

"Decía que era Memo Ochoa", recuerda Jesús, refiriéndose al veterano guardameta de la selección de Mexico.

La pasión por el balompié fue inculcada por su padre. Cuando no laboraba en la construcción, veía a sus hijos practicar o jugar durante todo el tiempo posible.

"Esa fue la única conexión que él y yo realmente teníamos", expresa Julio. "Trabajaba todo el día, salía del trabajo, después comía. Y luego decía: '¿Estás listo para practicar? Y si yo no estaba listo, pues no iba. Ni me llevaba. Pero, todos los días después de su trabajo, él volvía. Estaba agotado, pero de todos modos me llevaba a practicar y todo. Pues sí, así creamos ese nexo. Sólo fútbol. Me llevaba a todas partes".

El apetito de Julio por el fútbol no se saciaba con prácticas y partidos organizados. Todo lo que necesitaban él y sus hermanos era un destello de la luz del sol y un balón.

"Cuando mi padre llevaba a Julio a las prácticas, volvía y seguía jugando", recuerda Juan Jr. sobre su hermano pequeño. "Comenzaba a jugar aquí, salía y jugaba con sus amigos. Para las porterías, usábamos conos, morrales, piedras..."

El mayor de los Benítez fue el primer entrenador de sus hijos. Su deseo de impartir consejos no se detuvo cuando éstos comenzaron a ascender en las filas del fútbol juvenil del área de Phoenix, tendencia no siempre apreciada por los entrenadores de los clubes de sus hijos. Julio recuerda que en más de una ocasión, sus entrenadores le pidieron a su padre que dejara de impartir instrucciones en pleno partido. Sin embargo, eso nunca llegó a detenerlo.

A Julio le ayudó el hecho de que sus hermanos mayores también estaban inmersos en este deporte. Competir con ellos le permitió jugar en un grupo superior al de su edad, obligándole a pulir sus destrezas y astucia de fútbol callejero.

"Los hermanos menores siempre tienen una ligera ventaja porque tienen hermanos mayores y [Jesús] siempre fue muy, muy talentoso", indica Jimmy Deutsch, quien fue uno de los primeros entrenadores de Julio en un club del área de Phoenix llamado Barcelona Arizona. "Desde el comienzo, Julio era un jugador muy bueno y sólido. Entendió el juego a un nivel muy alto".

Los partidos eran asunto de familia, con los Benítez llevando su característica sábana para sentarse sobre la colina para disfrutar del día, incluso cuando Juan padre tenía a sus hijos menores halando de sus mangas.

Frecuentemente, Julio quedaba encargado de cuidar a los miembros menores de su familia. Eso le inculcó un sentido de madurez y generosidad que se trasladó a todo lo que hacía. Rafa Sifuentes, uno de sus entrenadores de clubes, recuerda que si le compraba un Gatorade a Julio después del partido, el chico se la regalaba a uno de sus hermanos. Las invitaciones a comer eran objeto de una resistencia similar.

"Julio decía: 'No, entrenador, no tiene que hacerlo'", recuerda Sifuentes. "Yo respondía: 'No tengo que hacerlo. Quiero hacerlo' Pero esa es la clase de persona que es. Se quitaba la camiseta, no sólo por sus hermanos y hermanas, sino también por sus compañeros'".

La generosidad de Benítez se refleja en la forma como se desempeña en la cancha. Como volante de contención, sigue el balón por toda la cancha, participa en quites o pases de conexión para iniciar ataques. Y a pesar de que no parezca tener la talla adecuada para dicho rol (su estatura está generosamente registrada en 1,70 metros), hizo todo lo que exigía la situación, con una conciencia que se generó en casa.

"Le pregunté si cambiaba pañales y me respondió: 'Claro que tengo que cambiar pañales'. Así que creo que, formar parte de una familia en la que tiene que trabajar, en la que ayuda, siendo uno de los adultos que ayuda a su familia", indica Mike Kraus, director de la academia del Real Salt Lake en Arizona. "Entonces, cuando salta a la cancha, es fútbol y haces algo que amas, piensas: 'Oh, es fácil dar esto y aquello, para ayudar a los demás y marcar al rival. Y si necesitan un poco de ayuda, pues bien, les cubriré. Haré su trabajo'. Da todo lo que tenga de dar; es decir, en cada partido que juega, al final su tanque queda vacío".

Kraus fue uno de los entrenadores que abrió las puertas a Benítez, ingresándolo primero en la academia del RSL en Arizona para después llevarlo hasta la cantera principal del equipo, ubicada en Herriman, Utah. Una vez allí, Benítez siguió impresionando y mostrando un liderazgo tal que fue nombrado capitán de la selección sub-15 de Estados Unidos. Su capacidad para influir en los partidos desde el centro del mediocampo también llamó la atención de muchos.

"Recuerdo verle jugar como una aplanadora, dictando el ritmo de juego desde el mediocampo", indica Tony Beltrán, director de la academia del Real Salt Lake. "Recuerdo quedar inmediatamente intrigado por la forma en la que se destacaba en la cancha".

"Tiene tanta vida dentro de él. Esa es la razón por la que otros sienten atracción por él. Esa es la razón por la que es un líder natural dentro de nuestra concentración. Es la razón por la que los chicos de su edad y, siendo sinceros, chicos mayores que él, lo admiran".

La plaga

Dentro de la situación actual de la pandemia del COVID-19, incluso a pesar de que la cifra de fallecidos en Estados Unidos supera el millón, existe cierta insensibilidad cultural ante el daño causado por el virus. Sin embargo, la realidad es que muchas familias han quedado devastadas, tanto económica como emocionalmente. Según el diario The Washington Post, la cantidad de familiares impactados por el deceso de un ser querido producto del COVID-19 supera los 9 millones de personas. Las disparidades en acceso a servicios de salud quedaron al descubierto, al igual que las formas cómo el COVID-19 afectó más fuertemente a las comunidades minoritarias.

A finales de 2020, la pandemia ya llevaba ocho meses causando estragos, y había muchos aspectos desconocidos de esta enfermedad. Lo peor estaba por llegar. El pico arribó en noviembre y diciembre de aquel año, colapsando todo el sistema sanitario estadounidense.

"Nuestros recursos eran muy limitados", indica la Dra. Shaila Karan, internista del área de Phoenix que ha tratado pacientes afectados por COVID en la Clínica Mayo y HonorHealth, aunque no intervino en los tratamientos impartidos a Juan padre. "Recuerdo haber usado una mascarilla por siete, ocho días, para luego recibir otra mascarilla porque nuestros recursos eran muy limitados. Ciertamente, navegábamos aguas desconocidas. No sabíamos de qué se trataba esta enfermedad. No sabíamos cómo tratarla con exactitud porque cada paciente se comportaba muy distinto, y de forma muy impredecible".

Asimismo, la Dra. Karan fue testigo de los efectos causados en los hijos de los fallecidos y las responsabilidades que éstos debían asumir. En un caso, ella observó cómo un adolescente asumió el rol de traductor para el resto de sus familiares.

"No me podía imaginar cómo un niño podía asumir la responsabilidad de convertirse, efectivamente, en el rostro de su familia cuando tienen 15 y 16 años", recuerda. "Entonces, fueron momentos muy difíciles y desafiantes. No puedo decirte cuántos adolescentes han sufrido traumas mentales".

A finales de 2020, esta oleada de enfermedad y duelo terminó envolviendo a la familia Benítez. Con la pandemia en su punto más álgido, la academia del RSL suspendió operaciones en noviembre de ese año, y Julio volvió a su casa en Mesa. Poco después de su llegada, su padre cayó enfermo. Benítez recuerda haber visto a su padre, acostado sobre el sofá de la sala de su residencia, con los ojos enrojecidos. Tosía y sudaba. Se negaba a ir al hospital hasta que Dulce dijo que no soportaba verlo en ese estado. En ese momento, Julio quedó impactado al entender la magnitud de lo que ocurría.

"Pensaba: 'Mi----, ¿ahora qué?' Mi papá era el único apoyo", expresó. "Así que pensaba: 'Debo empezar a trabajar. De lo contrario, ¿Quién mantendrá a la familia? Mi papá era la única persona que nos sostenía económicamente. No podía realmente hacer mucho al respecto, excepto salir a buscar trabajo".

Fue así cómo Julio se impuso un horario agotador. Empezaba a las 5 a.m. para hacer trabajos de jardinería, construcción o ebanistería (denominados por él como "trabajos rápidos") por los que cobraba al final del día. Después, iría a entrenar por las noches con uno de los equipos de la academia de Arizona del RSL, cuando estaba en mejores condiciones para mantenerse en forma para la práctica del fútbol.

Julio no reveló su situación a nadie, ni siquiera cuando empeoró la situación de su padre y cayó en estado de gravedad. Si los ojos son la ventana del alma de la mayoría, en el caso de Julio era su voz. Frecuentemente, él era el jugador más expresivo en la cancha. Pero ya no era así.

"Podía ver que había perdido la [pasión], la había perdido en la cancha", afirma Sifuentes, que actualmente labora con el FC Arizona. "Pero hablamos de un chico que tenía 15 años en aquel momento".

Sifuentes conocía la exigente carga de trabajo de Benítez, y muchas veces conversaba con él sobre lo que el adolescente hacía durante el día. Finalmente, Benítez le confió a Sifuentes la enfermedad de su padre y las secuelas que estaba dejando. Los Benítez solo podían comunicarse con Juan padre mediante videollamadas por FaceTime.

Las secuelas no hacían más que empeorar. Juan padre falleció un 31 de diciembre, con apenas 51 años.

"Él era nuestra alma", expresa Juan hijo. "Siempre contábamos con él. Era nuestro modelo para seguir".

La decisión

Fue en ese momento que Julio, dentro de su mente, se enfrentaba a una dura decisión, que era menos un ultimátum y más un acto de mera desesperación.

"Les dije: 'Si no me pagan cuando vaya a Utah, pues no iré. Me quedo aquí, en Arizona, y me pondré a trabajar'", expresó. "No quiero decir que había presión. Era lo que tenía que hacer".

La información sobre las dificultades confrontadas por Benítez logró llegar hasta la alta gerencia del RSL. Kraus y Sifuentes alentaron a Benítez a que pensara a largo plazo y entender que había otra forma de ayudar a su familia. El RSL decidió ayudarle y ofrecerle firmar un contrato con los Real Monarchs. Julio firmó el 17 de marzo de 2021. (Desde entonces, Benítez firmó un pleno contrato de canterano con el primer equipo del RSL). Benítez insiste en que la contratación no fue un acto de caridad. Por el contrario, estuvo en la mira del club por largo tiempo como futuro jugador profesional.

"Tan pronto como conocimos el contexto, fue una conversación interna muy obvia y fácil", indica Beltrán. "Julio ya era un jugador de élite dentro de nuestro sistema, a quien hicimos seguimiento con miras a un contrato profesional. Se había ganado todo lo que tenía en frente, todo lo que le llegaba. Sin embargo, siendo las circunstancias las que eran, eso aceleró el proceso un poco de nuestra parte".

Eso significaba dejar a su familia y volver a Utah. No obstante, lo hizo con la bendición de sus parientes más cercanos.

"Le dije que su sueño era seguir jugando al fútbol y seguir adelante. Que mi padre estaría con él sin importar lo que sucediera", afirma Juan Jr.

Con la pandemia aún en pleno auge, el RSL envió el contrato por correo para que fuera firmado por Benítez y su madre en la oscuridad de Fiesta Village. Cuando se le preguntó a Dulce como se sentía al ver que su hijo firmaba un pacto como futbolista profesional, se secó una lágrima y respondió: "Orgullosa".

Se juntaba la felicidad de haber alcanzado una meta tan alta con la tristeza de ver que su padre no estuvo presente para ver cómo su sueño se hacía realidad. Sifuentes recuerda el momento cuando vio a Benítez intentar jugar en un partido entre canteranos, seis semanas después del deceso de Juan padre. Pero aún era demasiado pronto. Los recuerdos eran demasiado recientes; la carga, muy pesada. Vio cómo un angustiado Benítez se arrastraba por la cancha cuando sonó el silbato para el descanso.

"Le pregunté: '¿Qué sucede?' La mirada en su rostro", recuerda Sifuentes. "Respondió: 'No puedo jugar, no puedo dejar de pensar en todo'. Le dije: 'Si no puedes jugar, pues no puedes jugar'".

Para la primavera, Benítez había vuelto a Utah y poco a poco volvió a sentirse más firme. Sin embargo, parecía que cada hito y logro escondía una oportunidad de abrir la vieja herida. Ese fue el caso de su debut como profesional el 23 de junio de 2021, en un encuentro del USL Championship contra el Tacoma Defiance.

"Los primeros partidos fueron un reto", confiesa Julio. "A veces pienso: 'Maldición, sigo sin poder creerlo'".

El camino por seguir

Ese componente emocional, incluso cuando se está en la cancha, ha sido el escollo más difícil. Benítez habló sobre la necesidad de recuperar su confianza, aunque también se refiere a cómo redescubre la alegría vinculada a jugar al fútbol.

La voz de Benítez se llena de vigor cuando menciona los consejos dados por el director técnico del Real Salt Lake Pablo Mastroeni (quien fuera volante de contención en sus días como jugador), especialmente en lo que se refiere a mantenerse en movimiento mientras hace el primer toque. "De lo contrario, te aplastarán", indica Benítez.

En su casa, también hay signos que muestran cierta recuperación. Benítez habla sobre cómo su madre comienza a sonreír y salir de casa con mayor frecuencia. También se siente listo para tener más conversaciones con sus hermanos menores (el más pequeño tiene 5 años) para explicarles lo sucedido. Él sabe que no puede mantener la botella tapada por siempre.

"Son tan pequeños, no saben qué ocurre", expresa. "Así que, de verdad quiero contarles y conversar con ellos. Contarles cómo funciona la vida de verdad. Esto realmente ocurrió".

Kraus fue a Tucson a ver jugar al RSL durante la pretemporada. Después del partido, Benítez firmó autógrafos y sonrió entre amigos y familiares. Comenzaba a volver parte del deleite que siente el joven volante cuando juega al balompié.

"Fue una imagen muy bonita", indica Kraus.

Ahora, Benítez está listo para seguir su marcha. Sabe que la mejor forma de rendir homenaje al recuerdo de su padre es seguir luchando. Ha vuelto a entrenar y eso intensificará su exigencia de sumar minutos con el Real Salt Lake. También está consciente de que la mejor forma de ayudar a su familia es ayudarse a sí mismo.

"Realmente, no quiero verlos pasando dificultades, eso realmente me motiva", afirma Benítez sobre sus familiares. "Esto es lo que hay que hacer, e intentaremos hacerlo de la mejor forma posible".