En los primeros tres partidos de la Copa del Mundo de Argentina 1978, Mario Alberto Kempes no marcó ningún gol y muchos comenzaron a dudar de su capacidad. La Selección local había perdido contra Italia y debía viajar a Rosario para jugar la segunda fase. Allí, en el estadio donde se hizo grande, el de Rosario Central, el Matador emergió como la gran figura de su equipo y de todo el campeonato.
"Yo no soy el culpable. Yo soy sólo una parte de más de este éxito. Este éxito es de todos. ¿Que hice goles? Para eso estoy, pero no los hice sólo, tuvieron mucho que ver ellos, quienes me acompañaron y ahora les debe estar pasando lo mismo que a mí", declaró el máximo artillero y la gran figura del certamen. Porque Kempes no fue sólo un delantero que convirtió seis tantos, fue además el hombre que le dio el salto de calidad al conjunto local, que apareció en el momento justo.
Después de darle el primer título del mundo a su Selección, el goleador destacó el trabajo de sus compañeros: "Argentina fue un verdadero equipo y los que actuamos lo hicimos poniendo todo. Nunca dudamos, ni siquiera la noche en que nos enteramos que teníamos hacerle cuatro goles a Perú. Tampoco el día de la final. Para nosotros era una práctica, por eso no nos pesó la responsabilidad".
Aunque parezca mentira, uno de los momentos más importantes de Mario Alberto en el Mundial fue antes del partido contra Polonia, cuando decidió afeitarse el bigote. Así lo contó: "Los bigotes que me dejé al principio eran mufas. Killer me decía que me afeitara, que por eso no hacía goles. Y pasó toda la primera fase y no pude convertir. Me llamó Menotti y me dijo: "Mario, aféitese". Lo hice y le marqué dos a Polonia. Antes nunca me afeitaba antes de un partido. Desde Polonia lo hago dos horas antes del juego, para salir lo más rapado posible".
Mario Kempes anotó seis goles en el torneo y en una entrevista con El Gráfico los describió uno por uno:
EL PRIMERO A POLONIA
Era la oportunidad de mi desquite. A Polonia lo tenía atravesado después de aquel gol que perdí apenas empezó el Mundial 74. Además, decían que venía jugando mal, que Menotti debía excluirme. Creo que la jugada nació en Ardiles y continuó en Bertoni. Cuando Daniel enganchó hacia adentro y sacó el centro, intuí que podía cabecearla. Le di el frentazo, seco. Salió a la derecha. Tomaszewski reaccionó tarde. Comenzaba a cambiar mi historia y la del equipo.
COMO EN INSTITUTO
Ya me sentía bien. El primer gol produjo dentro mío grandes deseos de hacer otro. Eso es raro en mí, porque casi nunca los busco. Sé que llegan y espero, pero frente a Polonia quería otro. Ardiles me limpió el camino como hacía en Instituto, yo me fui colocando en el medio del área porque sabía que en el momento justo me iba a entregar la pelota. Y llegó. No dudé, vi que llegaba un polaco apresurado a cerrarme y con la cintura le amagué y siguió de largo. Después, enganché para adentro y le pegué con toda mi alma. Pasó por abajo del cuerpo de Tomaszewski. Estaba cumplido. Enterraba las dudas y me sacaba la espina del 74.
MI SOCIEDAD CON BERTONI
Con Daniel nos entendíamos a las mil maravillas. En él nace el primero gol a Perú. Cada vez que arrancaba Daniel, lo buscaba. Sabía que me iba a encontrar. Me la pasó por la derecha, levanté la cabeza e iba a jugarme sólo, pero sentí el grito de Passarella y se la di corta mientras fui a a buscar la pared. Seguí a la carrera y sorprendí a los peruanos. El último que quedaba cuando ingresé al área era Manso. Le amagué y lo dejé en el camino. Después de zurda (¿con qué otra la iba a pegar?) le di con fuerza. Quiroga no pudo hacer nada. Faltaban tres más para asegurar la clasificación, pero eso no me tenía nervioso. Sabía que vendrían.
A UN GOL DE LA CLASIFICACIÓN
Este fue muy parecido al tercero frente a Holanda que hizo Bertoni. Otra pared con Daniel. Olguín tiró desde lejos, lo vi a Bertoni y la bajé con el pecho esperando la devolución. Daniel no dudó en pasarla entre tres rivales. Creo que fue Chumpitaz quien gritó: "No lo dejen tirar". No les di tiempo a nada, como venía le pegué. Salió a la derecha. Era el 3-0. Rosario se me cayó encima. Faltaba un gol para la clasificación ansiada. Si nunca lo habíamos dudado, ahora nos convencimos de que el cuarto llegaría muy pronto. Quedé afónico gritando ese gol.
ME SENTÍ CAMPEÓN
Era la final. Sé que estábamos jugando bien, pero ellos marcaban mejor. Nos cerraban todos los caminos. Ardiles arrancó por la izquierda. Como siempre cuando arranca Pitón, busqué el centro del área. Si él me localiza, allá irá la pelota. Pero se la entregó a Luque, yo esperé, creía que Leopoldo se jugaría la individual. Sin embargo, me la entregó. Piqué, entré al área. Salió el arquero y comencé a caer. En el último esfuerzo la alcancé a tocar. Fue gol. Nunca en mi vida escuché un estruendo como ése. Temblaba el césped. Grité, salté... no sé qué hice, sólo que en ese momento me sentí campeón del mundo. ¡Argentina campeón del mundo! Parecía un sueño. Los abrazos de los muchachos todavía los siento en la piel.
AHORA SÍ QUE NO SE PODÍA ESCAPAR
Este fue el más dramático, el más lindo, el que más costó. En el minuto que tuvimos de descanso, pensé que nos habíamos equivocado, que le regalamos la cancha a Holanda para que nos atacara. Entré a jugar los minutos finales del suplementario con la idea de llevarlos por delante. A algunos holandesde les faltaba aire. Cuando Passarella me la entregó, Krol se me vino encima pero fue al suelo. Brandts dejó a Luque y salió a buscarmme, lo mismo que el arquero, antes que me cruzaran alcancé a pegarle. Rebotó en el arquero y a pesar de que la pelota parecía irse al córner, la corrí con el último aliento. Suurbier y Poortvliet llegaban a cerrar el arco. Le puse la suela, casi como plancha. En el envión los dos holandeses chocaron, pero la pelota estaba adentro. Me lo decían los gritos, los abrazos. Por dentro me corría un frío y un calor como pocas veces sentí después de ese gol. Quería llorar, correr, gritar. Creo que hice todo eso al mismo tiempo. Ahora sí que no se nos podía escapar el título. Después con Bertoni nos volvimos a encontrar y llegó el tercero. Recién cuando me abracé con él logré relajarme. Volví a sentir que las piernas eran mías.