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El día que a Josema Giménez le cambió la vida

El defensor volvió a sumarse al grupo de la Celeste, tras haner sufrido una lesión muscular. EFE

José María Giménez cumple 25 años este lunes y Diego Muñoz, el periodista de ESPN y autor de Nuestra generación dorada, repasa junto a él uno de los días más importantes de su vida.

A continuación, un fragmento del libro sobre el día que le cambió la vida a Josema:

Giménez se sienta en una silla plegable a un costado de la sala de prensa. Me acomodo enfrente, enciendo el grabador y lo dejo arriba de una larga mesa cerca de donde estamos. La idea es mantener una charla más que hacerle una nota, que él se pueda explayar sobre los temas que toquemos. La conversación transcurre fluida, pero sin salirse de los temas de fútbol. Hasta que le comento que, mientras preparaba la entrevista, gente de Danubio me contó que cuando fue a firmar su primer contrato llevó a su hermana embarazada y que en el club quedaron sorprendidos con el orgullo que hablaba de ella y de su sobrino.

El lenguaje corporal de Giménez se modifica por completo. El significado de su postura y de sus gestos permite anticipar que está por contar algo importante. Se desprende la campera, se la saca y la cuelga en el respaldo, se remanga la remera y se adelanta en la silla. Me mira de cerca, con sus ojos clavados en los míos. Y habla. “En mi vida pasaron muchas cosas, muchas situaciones que me marcaron, pero sin duda la que más me marcó fue el día que me enteré de que mi hermana estaba embarazada. Porque ella tenía 14 años, era algo jodido, y yo sinceramente ganaba un sueldo corto en Danubio, todavía no tenía contrato ahí, me pagaba mi representante, me daba plata para ayudar a mi familia. Fue un día único, inolvidable. Recuerdo ese día entero, desde que me levanté hasta que me acosté a dormir”.

Danubio estaba en pretemporada y la rutina de Josema la marcaba los entrenamientos de su equipo. “Me levanté temprano, fui a entrenar, volví a casa y a media tarde me voy para la plaza de Toledo a tomar mate con los amigos. Estaba ahí, y en eso viene mi hermana con una amiga. Yo no notaba lo que mis amigos me querían decir, y en un momento un amigo, Matías, me dice de frente: ‘Jose, sabés que tu hermana está embarazada, ¿no?’. Y yo no podía creerlo. Me dice: ‘¿No viste la pancita que tiene?’. Y le dije que no podía ser. La miro y ella se va, me esquivaba. Se fue, y desde ahí, sentado en la plaza, llamo a mi mamá y le digo: ‘Mama, decime la verdad, ¿Agustina está embarazada?’, y me dice: ‘¡Ay, no, José, ¿qué decís?, ¿cómo vas a decir eso?!’. Corté, seguí tomando mate tranquilo, pero ya con la duda en la cabeza. Y a los pocos minutos suena el teléfono, llamada de mamá. Ya la veía venir. Me dice: ‘Y si estuviera, ¿qué pasaría?’. Recuerdo que corté, dejé el teléfono arriba del banco en la plaza, todas mis cosas quedaron ahí y arranqué para mi casa”. Josema llegó a su casa. Su padre le pedía desesperado que se calmara, su madre lloraba, sus amigos lo trataban de agarrar.

“Se me nubló la vista, quería empezar a pelearme con todo el mundo. Estaba loco, estaba mal de la cabeza. Soy una persona que evita los problemas, soy incapaz de pelearme con alguien, pero cuando se me nubla la vista no veo nada. Salí corriendo a buscar al padre del hijo de mi hermana, no lo encontré; por cierto. Me acuerdo de darle una patada a una piedra gigante que me dejó los dedos del pie arruinados”. Josema volvió a su casa y se metió en el cuarto. Trató de calmarse, pero el esfuerzo fue en vano. Salió del cuarto llorando. Sus padres, sentados uno al lado del otro en el living, también lloraban. Su hermana no estaba, esperaba en la casa de una amiga. “Lo miro a los ojos a mi papá y les digo: ‘Papá y mamá, Agustina va a tener este bebé, y el que se va a hacer cargo voy a ser yo’. Y mi padre se levantó llorando, me dio un abrazo. Yo tenía 17 años. ‘De ese gurí me voy a hacer cargo yo’, le repetí”.

Él estaba decidido a hacerlo, y no tenía más remedio que salir a buscar trabajo. “En ese momento en Danubio yo no ganaba un sueldo, te voy a decir la verdad, ganaba 6.000 pesos, que era lo que me daban porque estaba en Tercera División, y me daba para los viáticos y un poco más”. Cuando se pudo tranquilizar mínimamente, a eso de las seis de la tarde, llamó a Martín Papasán, el hermano de su representante. “Le dije ‘Laga’, porque yo le digo Lagarto y ellos me dicen a mí Lagarto o Nervios, ‘voy a dejar el fútbol, a partir de mañana voy a buscar laburo’. Él pensaba que era un chiste, y me dijo ‘¡¿Qué decís?! ¡No!’”. Sus representantes estaban en Salto, pero alquilaron una avioneta y volvieron a Montevideo. Y de ahí directo a Toledo. “Llegaron y me dijeron: ‘Lagarto, vos quedate tranquilo que nosotros te vamos a apoyar’, y me empezaron a dar lo que era el sueldo mínimo en Danubio. Esos detalles uno los recuerda”.

Al otro día, Agustina volvió a su casa para ver a su hermano. “Nos dimos un abrazo llorando. Y ahí, no me olvido más, mi papá me había regalado un somier de dos plazas para mi cumpleaños y desde ese día mi hermana durmió siempre conmigo, al lado, en mi cama. Y me acuerdo de todos los días hablarle a Franquito en la panza de mi hermana”. Meses después, Giménez entró en la sede de Danubio junto a su hermana para firmar “un buen contrato” con el equipo. Aún hoy, padre de Luciano y Lautaro, Josema añora cada día que Franco esté cerca y escuchar el “Iaio” con el que su sobrino lo llama.