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Cuando Paolo Rossi dejó a Brasil fuera del Mundial de España 1982

El 5 de julio de 1982, mi hermano y yo íbamos en un autobús rumbo a Tijuana. Fruto del trabajo de un año como empacadores en el supermercado Conasupo de Universidad y Eugenia, en la Ciudad de México, pagamos pasajes terrestres para ir a Estados Unidos.

Un par de chamacos de 12 y 14 años, respectivamente, que ya llevaban un día montados en el Omnibús de México que salió del DF y llegaría 50 horas después a Tijuana, bajaron como todos los pasajeros a comer en una lonchería en medio de la selva en Escuinapa, en Sinaloa.

Entre los vendedores de tamales de camarón, barbudos creo que les llaman, y los que ofrecían cotorros vivos de lengua negra, nos pusimos a comer una de las tortas camineras que mi papá nos preparó y que nos puso en una hielera Igloo azul de tapa blanca, que nos sirvió de asiento.

La vaporera que era por esos días Sinaloa nos tenía pegajosos como 'sugus' en una bolsa de pantalón, afortunadamente en la lonchería había una televisión grandísima (en esos tiempos un TV de 20 pulgadas era casi un cine ambulante) y pasaban el Mundial...

Brasil contra Italia. Mi ídolo Zico, junto a Junior, Falcao, Eder, Sócrates y Toninho Cerezo frente Zoff, Conti, Scirea, Cabrini, Altobelli y ese delantero que iba en ceros en el torneo, Paolo Rossi. La canarinha avanzaba con el empate, pero al minuto cinco Rossi salió de su miseria.

Gentile secaba a Zico, pero no lo suficiente para que de tres dedos asistiera al doctor Sócrates, quien empató por el equipo que ha jugado más bonito desde 1970, y entonces de nuevo Paolo, el que había sido castigado por apuestas, al 25 robó un balón y fusiló a Waldir Peres...

El chofer gritó que en 15 minutos debíamos estar todos dentro del camión para encaminarnos a la Rumorosa y demás caminos a la frontera. Sufrí y casi volví un caldo ente mis manos el tonicol que compré para pasarme la torta. Junior avanzó por la izquierda, gambeteó hacia el centro del campo y de parte externa (todos los pases eran un exceso de elegancia) cedió de derecha a Falcao, quien aguantó la pasada en su espalda y la usó de señuelo para abrirse un jardín y cruzar al eterno Dino. Justo a tiempo porque ya empezaban a treparse al bus...

Faltaban 16 minutos en el Sarria cuando en Esquinapa la mitad del Omnibus estaba arriba. Los choferes se percataron del marcador y gritaron el gol del 20 italiano. Rossi, Rossi, por tercera vez Rossi, ahora al interceptar un disparo que se produjo luego de un tiro de esquina...

Lo odié tanto, pero creía que a Brasil no le ganaba Italia nunca, que no iba a pasar. Para mi fortuna los choferes estaban tan metidos en el juego como yo y hacíamos esperar al resto del pasaje. No podía pasar, pero pasó. Italia eliminó a Brasil con triplete de Paolo, ¡vámonos!

Ninguno un portento de gol, oportunismo puro. Subí amargado al autobús. Todavía no llegaba a mi destino y Rossi ya me había arruinado las vacaciones.

Ese Mundial me enseñaría admirar a esa parvada de azulejos que se fundieron en un festejo épico cuando Tardelli sentenció a los alemanes.

Tres juegos y seis goles bastaron y sobraron a Paolo Rossi para una reserva a perpetuidad entre la pasta de bambinos preferidos. Imposible aborrecerlo.

Hoy valga este recuerdo de cómo me agrió una torta en Sinaloa, como homenaje.