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¿Es justo jugar a cualquier precio sin medir que los jugadores son padres, hijos y esposos?

Gente muriendo y peleando en las calles. Corridas y disparos por todos lados. Un país en llamas. ¿Era necesario fijar un partido en Colombia? ¿Dónde quedó la sensibilidad?

De lo vivido por Nacional en su periplo por Colombia, para jugar un partido por la Copa Libertadores, me queda una cosa clara: nadie pensó en los jugadores. Que son humanos. Padres, hijos, esposos, nietos. Nadie se puso en la piel de sus familias y ni siquiera llegó a imaginar la cantidad de llamados que pudieron recibir preguntando por su integridad. ¿Cuánto puede pesar en su ánimo el mensaje de un hijo que está mirando por televisión lo que pasa en el lugar donde está su padre?

Nada. Acá perece que lo único que interesa es que el jugador sea esa maquinita que alimentan un sistema.

Es sencillo decirle a una delegación que salga del hotel rumbo al estadio, que hay garantías, que serán escoltados y nadie los va a tocar. Pero en las calles se estaba librando una batalla.

Es probable que usted pueda asegurar que el ómnibus llega al estadio, pero es poco probable que usted pueda detener una piedra que vuela desde cualquier sector y puede herir a una persona, porque eso es un jugador de fútbol en primer lugar, una persona. ¿Quién se hacía cargo si lastimaban a un jugador? ¿Quién iba contener a su hija o su madre si pasaba algo? Para las consecuencias graves no hay reparo.

Faltó sensibilidad. Hago mías las palabras del técnico de River Plate de Argentina, Marcelo Gallardo: “Con gases lacrimógenos en el partido, escuchando estruendos, no podemos mirar a otro lado...”.

Pero miraron. ¿Tan difícil es darse cuenta que hay gente sufriendo y que los jugadores son humanos?