El gran artista de los juegos de la mente quedó atrapado en su propia ineptitud mental. Su lapso de brillantez fue tan efímero como su éxito mismo. Si bien el Chelsea dio un golpe de efecto a la carrera por el título de la Premier con su victoria en el Etihad Stadium, sus dos últimos partidos reflejaron que Mourinho no es tan especial como presume.
El pasado martes en West Brom sufrió el mismo mal de su antagónico Rafa Benítez. Por méritos propios el Chelsea no fue capaz de generar nada, se puso en ventaja por un gol de pura suerte y le empataron el partido en el último suspiro por querer aguantar el resultado, en lugar de realizar cambios ofensivos y tratar de asegurarlo.
Desde que Mourinho definió su once titular se ha apegado a él al punto de marginar completamente al resto de los jugadores del plantel. Andre Schürrle ofrece una variante ofensiva muy útil por la izquierda y Mohamed Salah fue traído en el invierno, supuestamente, para contar con un extremo derecho rápido, pero sus destinos parecen estar condenados a la banca. Otro tanto sucede con Demba Ba, a pesar de que Samuel Eto'o, en propias palabras del técnico portugués, había perdido la agudeza tras haber jugado dos temporadas en Rusia.
Aunque en un equipo existan los titulares indiscutibles y estos sean inamovibles para disputar los partidos más importantes, los suplentes también necesitan tener su pizca de protagonismo. No es sólo utilizarlos cuando tienes una urgencia ofensiva, sino también para iniciar ciertos partidos, integrarlos a la idea futbolística del conjunto, mantenerlos activos y, lo más importante, tenerlos aptos para cuando los necesites en un rol no tan secundario por una eventual ausencia de los titulares.
Ellos se merecen jugar, y en el caso puntual de estos atacantes de Chelsea, tienen algo para ofrecer, no son un estorbo y costaron bastante dinero. Sabiendo que el sábado tendría otra visita complicada al Etihad, podía haberle dado descanso a Hazard, a Willian y a Ramires en el choque en West Bromwich. Primer error.
Si en gran medida lo que provocó el triunfo ante el Manchester City por la Premier fue el sorprendente y bien pensado planteamiento, era obvio que para el encuentro de este sábado por la FA Cup repetir el mismo esquema no era una opción viable. Pellegrini ya habría tenido la posibilidad de corregir las lagunas de su equipo en el anterior encuentro y la presencia de Javi García y Stevan Jovetic ofrecía una alternativa coherente a la ausencia de Fernandinho y el Kun Agüero.
Mourinho tenía que haber sorprendido a su oponente con otra alineación inesperada, completamente distinta al engranaje del partido de Liga. Pero utilizó justamente la misma propuesta, volvió a dejar a Oscar en la banca y otro tanto con Schürrle y Salah. Segundo y craso error.
Ahora el City fue más cauteloso defensivamente, no dio los mismos espacios por delante de sus centrales, Yaya Touré se mantuvo cerca de Javi García pues Silva fue mucho más móvil en la creación y contó con el excepcional aporte de Jovetic. Incluso, cuando el marfileño se incorporó al ataque, fue cubierto rápidamente por James Milner. El equilibrio fue supremo.
Justo cuando Mourinho se jacta al señalar a Arsene Wenger como especialista del fracaso, sufre una derrota generada por su propia incapacidad para resolver operaciones sencillas luego de haber desarmado una ecuación compleja. Es como si su coherencia viniera en frascos de pequeño volumen y su ego se interpone en el camino para fabricar más dosis.