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La ira del Comandante

Cuentan que cuando a Fidel Castro le informaron de la deserción de Rolando Arrojo, profirió todas las palabras obscenas que existen en la lengua española.

La ira del Comandante tenía varias razones.

En primer lugar, porque la fuga de Arrojo, quien era el primer abridor de la selección cubana de béisbol, se produjo a sólo nueve días del inicio de los Juegos Olímpicos de Atlanta.

Según los cánones de la propaganda del régimen de La Habana, ganar la medalla de oro en el béisbol olímpico iba más allá del aspecto deportivo.

Se trataba de vencer en su propia casa al enemigo político por excelencia, derrotar a los creadores del deporte de las bolas y los strikes en el mismo corazón del Imperio.

Pero quizás lo que más irritó al gobernante fue el hecho de que la partida del serpentinero fue milimétricamente coordinada con el escape también de su familia, de manera que no había con quien ensañarse, como ocurre siempre con los parientes que quedan en Cuba.

Han pasado 14 años, pero por razones obvias, Arrojo insiste en mantener en secreto los nombres de quienes lo ayudaron en la operación.

Un día después, en el abanderamiento de la delegación cubana, Castro se refirió al lanzador como Judas y lo calificó de traidor.

"¿Por qué Judas, si él (Castro) no es Cristo?", se pregunta Arrojo, quien vive tranquilamente en St. Petersburg, en la costa oeste de la Florida, ya retirado del béisbol.

El 9 de julio de 1996, el día de su fuga, el serpentinero, que lanzó en Cuba para los equipos de Citricultores (Matanzas) y Villa Clara, se paseaba como fiera enjaulada por la habitación del hotel en que se hospedaba el equipo cubano en la ciudad de Albany, estado de Georgia.

La selección de la isla ya estaba en suelo estadounidense, como parte de una avanzada de la delegación cubana y entrenaba en Albany, a 183 millas de la sede olímpica.

La ansiedad lo devoraba y apenas sonó el teléfono de la habitación, saltó como un tigre y lo tomó al segundo timbrazo.

La llamada que estaba esperando le confirmó que su esposa y sus hijos ya habían llegado a buen puerto.

Sin mirar atrás, el lanzador se fue rumbo a una nueva vida, cuya planificación comenzó cuatro años antes, en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992.

Hacía cinco años de la primera escapada de un beisbolista cubano en tres décadas (René Arocha) y Arrojo quería probar suerte en el mejor béisbol del mundo.

El 1 de abril de 1998, a menos de dos años de su fuga, el villaclareño debutaba en las Grandes Ligas con el equipo de expansión de los Devil Rays de Tampa Bay.

A pesar de la debilidad de su novena, Arrojo se las arregló para terminar con 14 triunfos y ganarse el viaje al Juego de las Estrellas, al tiempo que terminaba segundo en la votación por el Novato del Año en la Liga Americana.

Su paso por las Grandes Ligas no fue largo, apenas cuatro temporadas, en las que dejó balance de 40 triunfos y 42 derrotas con Tampa Bay, los Rockies de Colorado y los Medias Rojas de Boston.

Con apenas 33 años y en excelentes condiciones físicas, se quitó el uniforme, luego de discrepancias contractuales con los Piratas de Pittsburgh, equipo que le había prometido un puesto de abridor.

Rechazó una oferta de Ligas Menores con los Yankees y ahora lo lamenta.

"El orgullo me venció y reconozco que ahora me pesa, porque a mí el béisbol me sigue apasionando".

Pero ya no es tiempo de mirar atrás, como no lo hizo el día que decidió buscar una mejor vida para él y su familia y desató la ira del Comandante.