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A puro baile y bajo la lluvia, Las Leonas festejaron a lo grande el bronce olímpico

Las Leonas festejaron a lo grande el bronce olímpico. ESPN

Tengo marcado en el pecho
Todos los días que el tiempo
No me dejó estar aquí

PARÍS (Enviado especial) -- La estrofa con la que Las Leonas abren su festejo de bronce en París 2024 no es del todo 'precisa'. Una vez más arriba del podio, la sexta en los últimos siete Juegos Olímpicos, tras vencer en penales australianos a Bélgica, merece una celebración a lo grande.

Como en Sídney, Atenas, Pekín, Londres y Tokio, la bandera argentina vuelve a flamear alto en el hockey femenino, una costumbre que enaltece a un equipo que excede nombres, planteles y procesos, una costumbre que se sostiene gracias a un incansable trabajo y esfuerzo, una costumbre que llena de orgullo al país, una costumbre que una vez más hacen costumbre.


Frustrada la posibilidad de visitar la Torre Eiffel luego de semanas de altísima exigencia física y mental, debido a la necesidad de regresar al Stade Yves-du-Manoir para la premiación, Las Leonas eligieron la esquina más cercana al estadio olímpico de Colombes para llevar a cabo su festejo íntimo.

Cerca de sus familiares y amigos, con algunos hinchas 'infiltrados', la calle se pintó de celeste y blanco. Entre el almuerzo pacífico en la vereda y el pogo al ritmo del Indio Solari y su icónico Ji ji ji hubo tan solo unos minutos, en los que las más pequeñas de las familias fueron protagonistas, con canciones infantiles que involucraron a todas las medallistas y enternecieron a todos los presentes, pero en ningún momento se cortó la fiesta.

Ni la lluvia, visitante tan repentina como intensa, frustró las celebraciones de las jugadoras, que se escondieron un rato abajo del techo para luego saltar en medio del diluvio entonando lo que ya es un himno: esta locura, no la traten de entender, no tiene cura, se lleva en la piel.

Fue tal la algarabía que fue difícil visualizar a un neerlandés camino al estadio que no se detuviera a observar la fiesta albiceleste: algunos preguntaban cómo había salido el partido, algo que se contestaba sin necesidad de respuesta, otros aplaudían y los más osados hasta se atrevían a sumarse al baile.

Antes del inicio de la final entre Países Bajos y China, seguida desde la misma esquina por el equipo, que se sorprendió con el rápido gol de las asiáticas (las europeas terminarían ganando por penales), incluso alcanzó el tiempo para cambiar la letra de Madre Tierra (Oye), uno de los clásicos de Chayanne, y homenajear así a Pilar Campoy.

La lluvia empezó a cesar y las jugadoras, tan emocionadas como cansadas, tan felices como exaltadas, se sentaron y contemplaron lo que lograron, abrazadas con sus familias, las que siempre están, las que siempre acompañan.

El regreso al estadio para contemplar el cierre de la final y subirse al podio es tranquilo, pero ese festejo, proyectado desde el lejano inicio del ciclo olímpico, deseado desde el arribo a París y consumado este viernes 9 de agosto, es eterno.

Hoy voy a verte de nuevo
Voy a envolverme en tu ropa
Susúrrame en tu silencio
Cuando me veas llegar