Es verdad, hay quienes quieren ser bomberas y apagar incendios, pero serían arqueras, como Mariela Antoniska en Perth 2002, o Belén Succi, o más reciente, como Cristina Cosentino que se puso el traje ignífugo y se metió en las llamas en los últimos cuartos de final con Alemania donde retuvo todo, o mismo en el partido por el bronce olímpico que logró dejar al equipo en ventaja siempre en los shoot-outs.
Tal vez prefieren la magia y quieren ponerse la galera para imitar a la Leyenda Luciana Aymar. Quizás algo de los trucos que hace hoy Majo Granatto en el sintético. Hay opciones. Hay destellos y fantasía también del estilo de Sole García. Únicos, una forma de pasar rivales engañándolos sin precedentes.
Hay quienes eligen el trabajo duro y silencioso, podrían ser obreras de la construcción. No quieren destacarse sobre el resto, pero hacen funcionar todo. Son engranajes perfectos, con movimientos minuciosos, cautelosos, casi imperceptibles. Ellas irían al mediocampo generalmente. Agostina Alonso sería la forma actual mas representativa de este ideal.
También están las que sueñan con ser cantantes. Las que con su tono de voz le ponen melodía a lo que otros llaman gritos de gol. Como la histórica Alejandra Gulla, Vanina Oneto, Carla Rebecchi y Agustina Gorzelany. Cada una con un ritmo diferente, con desvíos sorpresivos, tantos decisivos o con la música que hace la bocha cuando ingresa justo al ángulo del arco y choca con el vértice. El sonido de la tabla también es parte. Arte.
Algunas quieren salvar vidas. Serían las defensoras, sobre todo de córner cortos, las que dejan el alma en cada jugada para evitar la angustia generalizada, la epidemia del bajón anímico. Son las que resisten y aguantan. Cecilia Rognoni, Magui Aicega, Piti D'Elía, las de corte preciso.
Cualquiera sea la vocación que tengas en tu vida, también querías o querés ser Leona. Porque todas las que jugamos alguna vez y las que aún practican hockey, quieren ser como ellas. Ese es el legado más grande que puede dejar un deportista: es la acción secundaria de generar que miles de niños tengan una aspiración más allá de cualquier recurso, condición, lugar en el que hayan nacido. Un modelo a seguir. Un ejemplo que llega a conseguir medallas y reconocimiento por mérito, por trabajo en equipo, por constancia, perseverancia, con sudor, con lágrimas, sacrificio.
Desde Sidney 2000, donde nacieron Las Leonas, hubo siete ediciones de Juegos Olímpicos y el equipo femenino ganó seis medallas. Ningún otro deporte en equipo consiguió tantos premios de esta forma. El único torneo en el que no lo lograron fue en Río 2016, donde la victoria y los laureles quedaron para Los Leones que se alzaron con el título. El hockey no te deja solo.
La admiración que provocaron en el público y mantuvieron en el tiempo no es casualidad ni sólo producto de las preseas. La imagen de Las Leonas cercanas, humanas, genuinas, las hace familiares y por lo tanto soñar con llegar es demasiado fácil. Pero llegar no. Esta actividad que sigue siendo amateur en Argentina requiere de mucho más esfuerzo.
Nadie que juega al hockey en la selección se hace millonario. Nadie se salva. Y las chicas no sueñan con eso, sueñan entonces con vestir la celeste y blanca simplemente por lo que representa. Por lo que un grupo nos hace creer desde hacer 24 años. Y continuará.