BUENOS AIRES -- Lejos de su casa y con sólo 14 años, el adolescente extrañaba a su familia. Era la pura verdad, aunque jamás lo admitiría delante de los otros chicos que jugaban ese torneo. Pese a lo que pudiera decir frente a los demás, todavía estaba más cerca de la niñez que de la adultez. Quería hablar con mamá, con papá, con sus hermanos. Revisó hasta el último bolsillo de su ropa y después acudió a los recovecos de su única compañía en aquel país lejano: el usado bolso raquetero con el que iba a todos lados. Pero nada. No le alcanzaba para hacer la llamada. Esa llamada que, cuando podía realizarla, lo hacía olvidarse por un rato de las distancias. En ese momento se juró que iba a llegar a ser eso que su abuelo Ladislao le había puesto como desafío: un jugador profesional. El sufrimiento no podía ser en vano.
Fue en ese momento, mientras miraba de lejos el teléfono público que no podía usar, cuando se empezó a forjar el carácter que acompañaría a Nicolás Massú durante toda su carrera tenística. En su país natal, Chile, muchos aún le dicen El Gladiador.
Ese espíritu proclive al sacrificio y la garra lo llevó a ser el mejor deportista olímpico de la historia de su país. Sin discusiones. Fue el único que ganó dos medallas doradas, y contra eso no hay ningún argumento válido. Lo hizo en Atenas 2004, cuando se quedó con el torneo de tenis en individuales y también con el de dobles, en ese caso junto a su compatriota Fernando González.
Con él como protagonista, el medallero histórico de Chile pasó en dos días de no tener ninguna presea dorada a poseer dos. Inolvidable. Uno de los momentos más gloriosos del deporte de ese país.
En ese eufórico Massu que festejaba incrédulo con dos preseas de oro colgando del cuello había mucho todavía de aquel chico espigado al que el abuelo Ladislao llevaba como pareja los fines de semana para jugar dobles contra sus amigos, tan veteranos como él. Fue ese mismo abuelo materno el que se convirtió en figura central en los comienzos de Nico. Sencillamente, porque se encargó de facilitarle el dinero para que pudiera viajar cuando su desarrollo como junior así lo requirió.
Don Fried fue quien le inculcó la pasión por el tenis desde muy pequeño. Dueño de una constructora que había levantado varios edificios en la ciudad natal de su nieto, Viña del Mar, el hombre entendió muy rápido que el chico tenía condiciones. El fuego sagrado en los ojos y una voluntad de hierro para entrenar y mejorar. Entonces, se sintió obligado a acercarle la mano que necesitaba para dar el siguiente paso en aquellos inicios.
El Vampiro, como ya le decían sus amigos en esa época, había empezado a destacarse en las categorías menores del tenis chileno, y su nivel requería que fuese a competir a torneos en áreas alejadas e incluso a otros países de Sudamérica.
Ya para ese momento lo entrenaba Leonardo 'Nano' Zuleta, que una vez contó que para él Massú era "uno más" de su academia hasta que presenció algo que lo cambió todo. En la primera gira internacional que encararon juntos, el Vampiro llegó a la final de un torneo en un barrio humilde de Miami, Estados Unidos. Enfrente tenía a un francés que contaba con coach personal, preparador físico y equipo completo.
“El Nico le empezó a ganar y se puso a llover. Pero él no quería salir de la cancha. El partido fue detenido, pero él agarró al francés del brazo y no lo dejó irse de las cercanías del court. Paró de llover y quería entrar de inmediato. Tanto presionó, que se reanudó el partido con la cancha húmeda y, patinando dentro de ella, ganó. Ahí me di cuenta de su espíritu", rememoró hace tiempo Zuleta.
Como profesional, Massú ganó seis torneos ATP y cosechó victorias sobre jugadores como Roger Federer, Andy Roddick y Gustavo Kuerten. Pero sin sombra de duda, el mayor logro de su carrera se cristalizó en un par de días de 2004, durante los Juegos Olímpicos. El 21 de agosto de aquel año le dio a Chile, junto a su compañero González, la primera presea dorada de su historia, tras vencer en la final de dobles a la dupla alemana, integrada por Rainer Schuettler y Nicolas Kiefer, en cinco durísimos sets.
La proeza recién empezaba. Al día siguiente, Massu debía enfrentar en la final de individuales al estadounidense Mardy Fish. El Vampiro venía de dos jornadas de desgaste pleno. Porque el día previo a la extenuante final de dobles, le había ganado una batalla en semifinales al también oriundo de Estados Unidos Taylor Dent.
El gladiador salió a relucir de nuevo.
"Cuando gané el cuarto set, era una pelea hasta el final. Era como Rocky contra Iván Drago, en Rocky IV. Era el último round. Me fui al baño, me miré al espejo y le pegué un manotazo a la pared. Me mojé la cara y me dije: 'Es ahora o nunca. Tal vez nunca más en tu vida vuelvas a estar en un momento así'. Salí corriendo y sé que Fish me miró. Nadie aseguraba que iba a ganar, pero con esa actitud, por lo menos, el tipo sabía que yo iba a luchar y si había que jugar tres horas más, estaba dispuesto", relató años después.
Ese 22 de agosto de 2004, el mundo se enteró de algo que los chilenos sabían hacía tiempo.
Que para Massú no existe la palabra imposible.