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Raúl Quiroga: "Los medios italianos decían que era el Maradona del vóley"

Raúl Quiroga descarga toda su potencia: el argentino es ídolo en Módena, equipo emblemático del vóley italiano. Álbum Panini 1988

"En la cancha, Raúl Quiroga era devastador. Recuerdo la primera vez que lo vi, en la temporada 1984/85, en el antiguo pabellón deportivo de Módena, en el cual la gente hacía fila durante horas para poder conseguir una entrada”, inicia su relato el periodista italiano Fabio Rossi, de la Gazzetta di Modena. “En el calentamiento me impresionó el número 9 del Asti Riccadonna: tenía una mirada desafiante y pegaba fortísimo. Por primera vez, vi a un solo jugador derrotar a un equipo. ¡Y ese equipo era la Panini Módena! Fue monstruoso”, continúa Rossi. “Bromeando, los periodistas decíamos que tendrían que reconstruir el pabellón, porque Raúl lo había devastado con sus bombas", completa.

“En el vóley italiano, y también en el europeo, Raúl Quiroga representó la fuerza y potencia del remate. A mediados de los años ochenta e inicios de los noventa, él fue uno de esos atacantes que dejaban su huella por donde pasaban”, precisa Gianluca Pasini, periodista de La Gazzetta dello Sport, el diario deportivo más legendario de Europa.

“Raúl fue uno de los extranjeros más fuertes que vinieron a la Liga de Italia. Cuando jugabas en el equipo adversario, era ciertamente el jugador a marcar, porque era quien hacía la diferencia”, argumenta Paolo Tofoli, armador de la Nazionale italiana que comenzó su periplo glorioso en 1989 y terminó siendo elegida por la Federación Internacional (FIVB) como el mejor seleccionado masculino del siglo 20.

Los argentinos aún recuerdan al sanjuanino como el atacante más potente que dio nuestro país en toda la historia del vóley. Y aseguran que fue el más desequilibrante del mundo entre 1985 y 1988. Alguien podría pensar que hay algo de chauvinismo en esos elogios: las suposiciones se caerían a pedazos al leer los primeros párrafos de este artículo, porque allí solo opinan italianos. Entonces, no queda otra que rendirse ante la evidencia: Quiroga fue un crack que aún hoy despierta idolatría, sobre todo en Módena, la Catedral del vóley de los “tanos”.

“Estaba podrido de esperar. En marzo de 1983 me llamaron de un equipo de Italia y yo dejé la facultad, pero los siguientes fueron meses larguísimos, porque no se concretaba nada”, detalla Quiroga durante la entrevista con ESPN. “Inclusive me reuní en el Hotel Panamericano de Buenos Aires con el dueño del Edilcuoghi Sassuolo, un club que estaba cerca de Módena: tenía una empresa de cerámicas de alcance mundial y, con sus aires de grandeza, me dijo que me quería en su equipo. Pero no pasó nada”, añade.

La situación se estaba haciendo insostenible. Y lo iba agotando. Había compañeros de Selección Argentina que habían cruzado el Atlántico poco después del Mundial 1982, pero Quiroga seguía esperando. “Todos los días me venían y me decían que habían preguntado por nosotros. Hasta Daniel Castellani me dijo que le habían ofrecido que jugáramos juntos en un equipo italiano, pero a mí nunca me llamaron. ¡Y me cansaron!”.

–¿Cuándo comenzó a hacerse realidad tu desembarco en Europa?

–Un día llegó Quique Edelstein, un entrenador muy reconocido en la época, y me dijo: “Raúl, te quiero para mi equipo en Italia”. Yo estaba sin muchas vueltas. Le respondí: “Si no es nada concreto, ni me lo digas”. Me dijo: “Venite a dormir a casa, que nos van a llamar a las 4 o 5 de la mañana”. Era otro mundo: ¡tenían que llamarnos a un teléfono fijo, alrededor de las 9 de la mañana de Italia! Y efectivamente nos llamaron y se concretó todo.

–¿Con cuánta expectativa ibas a Italia? ¿Tenías alguna referencia?

–“Buby” Wagenpfeil, uno de mis compañeros de Selección, me había dicho que, por mi manera de jugar, el día que yo pisara Italia me iba a ir muy, muy bien. Después del Mundial Argentina 1982, él se fue al Castelferretti y después jugó dos temporadas, junto con Waldo Kantor, en el Latte Trevalli Jesi que dirigió Julio Velasco en la A2. Al final, “Buby” tenía razón...

–¿Cómo era esa forma de jugar en la que tanto confiaba “Buby”?

–Era la forma del atacante que siempre pone la pelota en el piso. No era un “juego bonito”, sino un vóley fuerte, de potencia. ¡Eso era lo que más les gustaba a los italianos! Cuando atacaba, la pelota pegaba en el piso y podía ir al techo o a las tribunas. O rebotaba en las manos de un bloqueo y terminaba en las tribunas.

–¿Y te sentiste a gusto desde el comienzo?

–El día que llegué a Italia, Quique Edelstein me fui a buscar a Torino. Teníamos dos horas en auto hasta Asti. Íbamos y en un Fiat 128 de aquella época y yo llevaba una valija gigante, para pasar toda la temporada allá. Llegamos directamente al gimnasio, porque Quique tenía que entrenar al equipo. “Ponete los cortos y venía a entrenar”, me dijo. “¡No, Quique! Vengo de 14 horas de vuelo, sin dormir, con el cuerpo dolorido por el viaje”, le respondí. “Dale, Raúl, vení…”, me insistió.

–¿Y entrenaste? ¡Estabas totalmente loco!

–El gimnasio era muy chiquito. Tenía techo bajo y estaban los aros de básquet al fondo de la cancha. Hasta hoy, los pibes de ese equipo me lo comentan: “Raúl, nosotros no podíamos creer lo que hiciste el día que te bajaste del avión y entrenaste con nosotros”. Atacaba y la pelota hacía piso-techo. Le pegaba de nuevo y rebotaba en los tableros de básquet, el techo, las tribunas. Parecía un “flipper”. ¡Se acuerdan mucho de eso! Jaja.

–Muy pronto enamoraste a todos con el partido que Asti Riccadonna le ganó de visitante a la Panini Módena. Fabio Rossi dice que “ganaste solo” ese partido.

–Los dirigentes de Asti era pesimistas y decían que había cuatro equipos a los que nunca les podían ganar de visitante. Solo aspiraban a hacer buenos juegos como locales. Llegamos a ese partido contra la Panini y estábamos en el estacionamiento, fuera del gimnasio, y uno de los directivos bajó un casco de juguete de uno de sus hijos y me lo dio. “Tomá, Raúl. Hoy nos van a ‘cagar a palos’, así que ponete el casco”, me dijo en chiste. ¡No tenés idea cómo me enojé! “Son seis jugadores, igual que nosotros”, le respondí. Me había metido el dedo en la llaga.

–¿Y la “rompiste”, con un partido brutal?

–Fue impresionante cómo jugué ese partido. Todos los que fueron a ver ese cruce entre Módena y Asti se acuerdan de un jugador con una potencia estrepitosa. Le pegaba a la pelota y rebotaba hasta el techo. Cuando la pelota tocaba algún rival, terminaba en las tribunas. Lo recuerda todo Módena. De hecho, por ese juego terminé siendo jugador de la Panini en la temporada siguiente.

–¿Cómo se dio tu llegada a la Panini Módena?

–Ese partido fue clave. Además, con Asti hicimos un campeonato bárbaro y terminamos cuartos en la fase regular. La cuestión es que me fui a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y me empezó a doler una rodilla. Y me dolía tanto que jugué casi “en una pierna”. Hasta hablé con un médico para venir a operarme a Argentina. Cuando en Módena me vieron jugar así me dijeron que, si bien estaba todo avanzado, no me iban a contratar.

–Uffff, ¿y entonces? ¿Cómo se revirtió esa situación?

–De Los Ángeles volví a San Juan. Un día me llamaron desde Módena a las 5 de la mañana y me lo dijeron bien clarito: “Raúl, no te vamos a contratar”. Les respondí que me iba a Italia. Me tomé el primer avión que conseguí. Me quería un equipo de Venecia que ofrecía “el oro y el moro”, pero no eran demasiado confiables. La gente de Módena me planteó que me buscarían y me llevarían a que me viera el fisioterapista del club. Apenas me vio, él me dijo: “¡No es nada! Es una tendinitis. Fortalecemos la pierna y en dos semanas estás jugando”. Y así fue. Ahí pegué el gran salto.

–Y empezaste a dejar huella en la primera temporada, 1984/85, el año previo a la llegada de Julio Velasco.

–En esa primera temporada jugué partidos muy importantes, pero tuve una desilusión muy grande también: ganamos la fase regular de punta a punta (20 victorias en 22 partidos) y arrancamos arrasando en playoffs (siete triunfos consecutivos). Se había generado una expectativa enorme. Era mi primer año y la Panini tenía la posibilidad de ganar el Scudetto después de nueve temporadas de sequía. ¡En Módena se respirar vóley! Teníamos el champán en el freezer del vestuario. Perdimos dos partidos seguidos y chau título. Fue una de las mayores desilusiones de mi carrera.

–La revancha llegó al año siguiente, con un recorrido distinto: fueron terceros en fase regular, pero perdieron apenas un partido en playoffs y “barrieron” las series de semifinales y la final.

–Sí, fue una temporada espectacular. Además, yo me sentía importante y me motivaba en las difíciles. En un partido venía “pinchándola” y Franco Bertoli, el capitán, se me acercó y me dijo: “Ahora te necesitamos. Para esto viniste a este equipo, Raúl”. Sentí que me había tocado “el tuje” y di vuelta el juego y el resultado de ese partido.

–¿Cuál es tu gran recuerdo de esa consagración contra Bologna?

–¡El partido decisivo, de visitantes, contra Tartarini Bologna! Ganamos 3-2 y debo haber atacado cerca del 80 por ciento de las pelotas. Nos gritaban de todo desde las tribunas y eso me daba más energía. Fue un día de 30 grados de calor, con unas camisetas de las de antes, de algodón grueso, que pesaban como 7 kilos por la transpiración. Fue agónico y hermoso. “Pupo” Dall'Olio, nuestro armador, me las tiraba a todas. Pelota que andaba dando vueltas, pelota que pegaba yo. Era como si se preguntara: “¿Dónde estás, Raúl? Y donde estuviera Raúl, ahí iba la pelota. Ja.

–En la cancha todos te recuerdan como un tipo con un coraje notable. Fuera de la cancha, ¿se te subieron los humos a la cabeza en algún momento? ¿Te la creíste?

–No me sentía ningún “precioso” fuera de la cancha. Nunca se me cruzó por la cabeza ponerme en divo. Los medios italianos decían que era el Maradona del vóley. Me apodaban “el Killer” o “el Bombardero”. ¿El Maradona del vóley? Diego la estaba rompiendo en el Napoli en esos años, así que yo sacaba pecho. Pero insisto, no me hacía el precioso. Era una persona muy tranquila. Por supuesto, quería el contrato más alto que existiera. Si en los diarios hablaban tan bien de mí, ¡que me lo hicieran sentir en los contratos que firmaba!

–En la Liga 1986/87 los repatrió la Secretaría de Deportes para jugar la Liga Nacional. Volviste a Módena en 1987/88 y sumaste otro Scudetto. ¿Por qué te fuiste al año siguiente?

–A mí me gustaba pegar el 40 por ciento de las pelotas que atacaba mi equipo y por eso terminé cambiando de club. La Panini tenía un plantel homogéneo y había que repartir la pelota: estaban Lucchetta, Cantagalli y Bertoli, por ejemplo. Me fui a la Monticchiari y seguí pegando el 40 por ciento de las pelotas y fui el mejor atacante de la Liga de Italiana. No gané el título, aunque sí la Recopa de Europa. ¿Me equivoqué? Sí, tal vez me equivoqué. No me sentía Superman, pero cuando estaba en la cancha, ¡dámela a mí!

–En esa época, ¿qué otros atacantes podían ser tan potentes como vos? ¿Había otros similares?

–Una vez se hizo un concurso de quién le pegaba más fuerte a pelota. ¡Y lo gané! Al segundo año lo gané, solo que no me dieron el premio, jaja. ¿Qué otros jugadores pegaban con mucha potencia? Renan Dal Zotto, por ejemplo: los brasileños siempre le pegaron bien a la pelota porque tenían un “timing” diferente. Él era muy bueno. El búlgaro Borislav Kiossev era más lento y no tan explosivo como yo, pero tenía un brazo pesadísimo. Era un gran jugador en ese momento. Stelio De Rocco, un serbio criado en Canadá, era fuerte y veloz, y la pelota iba pesada, pero no le daba tan, tan fuerte. Y también estaba Bengt Gustafsson, un sueco, aunque con característica distintas a las mías.

–Dijiste que el coreano Young Wan Sohn, técnico de la Selección Argentina, fue quien más te marcó. En Italia te dirigieron grandes entrenadores. ¿Qué recordás de ellos?

–Julio Velasco fue el técnico que me terminó puliendo en ciertos aspectos, sobre todo en ataque. Ganamos mucho con él en la Panini Módena. De Montali, mi entrenador en la Sisley Treviso, no tengo un buen recuerdo. Sí, en cambio, recuerdo a Frigoni en Montichiari, porque me “dejaba hacer” y eso me divertía. Quería atacar por posición 5 y atacaba por 5. ¿Quería atacar por 6 aunque nadie pegaba por 6? Frigoni me lo permitía.

–También jugaste con armadores que fueron cracks absolutos y ganaron muchísimo. ¿Con cuál de ellos te entendiste mejor?

–La pelota de “Pupo” Dall'Olio era la que más me gustaba: ¡era una uvita! El vóley era más lento y él era muy, muy preciso: me encantaba pegar esa pelota. Jugué con él en Módena y volvimos a encontrarnos en Montichiari. En la Selección, con Waldo Kantor jugaba una pelota más veloz para atrás. Y con Fabio Vullo, en Módena, teníamos una pelota rápida, casi paralela a la red. En toda mi carrera jugué con muy buenos armadores. Me hicieron sentir muy cómodo y ponían la pelota, siempre igual, donde yo quería.