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Cuminetti, versión Selección: el recuerdo del bronce en Seúl y las emociones e ilusiones de las etapas posteriores

En casi todas las historias deportivas hay un espejo y un amor. Una persona con la cual identificarse y una pasión que va encendiéndose como un fuego interior. En ese sentido, la historia de Juan Carlos Cuminetti, el argentino que ganó tres veces la Champions League de Europa y fue multicampeón en el vóley italiano, responde a una estructura clásica.

El hombre a imitar se llamaba Alcides. A la seducción deportiva comenzó a sentirla en las seis o siete cuadras que caminaba hasta el Colegio Normal 3 de su Rosario natal. Alcides, su hermano cinco años mayor, integró la generación de voleibolistas que forjó pacientemente el coreano Young Wan Sohn y que puso el mundo patas arriba en los años ochenta: debutó en mayores en el Sudamericano de 1981, junto con Daniel Castellani, Hugo Conte, Waldo Kantor, Esteban “Mono” Martínez, Raúl Quiroga, Jon Uriarte y Carlos “Buby” Wagenpfeil, entre otros.

El siguiente torneo oficial fue el Mundial Argentina 1982, en el que la celeste y blanca se subió impensadamente al podio. Exactamente en esos años fue cuando Juan Carlos, que en casa era “Nacho”, inició su aventura voleibolística. El imán era demasiado grande. Irresistible. “Empecé a jugar por mi hermano, claro. Mi modelo a imitar siempre fue Alcides. Iba a ver sus entrenamientos a Normal 3 y me encantaba. Y a mis 13 o 14 años, a principios de los años ochenta, inicié mi carrera. ¡Esas seis o siete cuadras que había desde mi casa hasta Normal 3 era el trayecto que caminaba con más ganas en toda mi vida!”, describe Cuminetti en diálogo con ESPN.

En la familia siempre fue “Nacho”. En el secundario y en el vóley, se dividía entre ese apodo y Juan Carlos. “Mi vieja me quería poner Ignacio. Pero mi papá fue al Registro Civil y me anotó con un nombre del legado familiar. Y quedó Juan Carlos. Pero mi mamá se tomó revancha y me llamaba Nacho, Nacho, Nacho. Y quedó así”, se divierte.

–¿En la primaria y la secundaria también eras Nacho? –Ahí estaba repartido. Para algunos era Nacho y para otros, Juan Carlos. Pero inclusive en Italia, donde hice la mayor parte de mi carrera, muchos me llamaban y me siguen llamando Nacho.

–Volvamos a Alcides. En el vóley argentino se suele hablar de apellidos repetidos en distintas generaciones, como Conte, Quiroga o Uriarte, por ejemplo, pero el primer apellido que se repite es Cuminetti, inclusive en los Juegos: Alcides fue a Los Ángeles 1984 y vos, a Seúl 1988.

–Mi hermano era mi modelo. Yo lo seguía en casi todo. Y lo seguí para ingresar en el mundo del deporte y de tantas cosas en la vida. Es una excelente persona y lo quiero muchísimo. Además, en la Selección Argentina era parte de un equipo que se estaba construyendo. Un equipo que empujó al ambiente y deslumbró en el Mundial 1982. Fue un proceso de mucho trabajo que superó las expectativas, quizás. Pero fue clave eso de que el equipo empujó al ambiente y no al revés.

–Y vos pudiste meterte en ese equipo: fuiste el más joven de los medallistas en Seúl 1988.

–Claro, en los Juegos de Seúl yo tenía apenas 21 años. Todos los recuerdos olímpicos son indelebles. Cada cosa que tenés en la memoria es espectacular: los partidos, la competición misma, los equipos, el comedor, la Villa Olímpica, los atletas con los que te cruzás. Todo. Recuerdo deslumbrarme con Gaby Sabatini, con quien nos sacamos una foto antes de la ceremonia de apertura, y con Stefi Graf, su gran rival de aquella época. Los Juegos son la competición deportiva más apasionante. ¡Y ni te digo si además obtenés una medalla!

–En esos Juegos, Argentina terminó detrás de las dos superpotencias de la época: Estados Unidos y la Unión Soviética, que jugaron la final después de dos boicots olímpicos seguidos. ¡Una proeza!

–En los Juegos Olímpicos aparecen equipos “outsiders”. Los favoritos ya tienen una dinámica, un patrón de juego, y lo pueden sostener todo el torneo, hasta las instancias finales. Pero aparecen otros que encuentran fuerzas vaya a saber de dónde y hacen cosas impresionantes: juegan inclusive por encima de sus posibilidades o la aparente realidad. De hecho, Argentina le ganó el bronce a Brasil, que también era una potencia y podría haber llegado a la final.

–Si tenés que elegir instantes sublimes de esos Juegos, ¿con cuáles te quedarías?

–El punto final, contra Brasil, para quedarnos con la medalla, es un recuerdo que está muy, muy alto. La foto con Sabatini, nuestra abanderada, también. Y las ceremonias de apertura y clausura, que fueron hermosísimas. Por toda esta belleza de los Juegos es que me puso contentísimo la medalla de bronce de Tokio 2020. Ese equipo tiene los mismos méritos que los nuestros en Seúl. Pudieron llevarse una medalla de la competición más importante y pusieron a Argentina nuevamente en un podio. Y me pone muy, muy contento cuando es el equipo el que empuja la máquina. Se veía que esos pibes eran realmente un equipo y querían jugar al vóley. Fue conmovedor.

–En cuanto al juego, ¿qué se te viene a la cabeza al pensar en Seúl?

–En esos Juegos yo generalmente entraba en el doble cambio (armador y opuesto reemplazan a quienes ocupan esos mismos puestos) o por alguna circunstancia especial de Raúl Quiroga, nuestro opuesto titular. Recuerdo que jugué un poco más en el partido contra la Unión Soviética, en semifinales, y contra Brasil, por el bronce. De todos modos, quiero decir que leí la entrevista en la que Raúl dice que le quedó un sabor amargo por no terminar jugando en cancha. Es subjetivo, claro, pero él era clave. No sé adónde hubiéramos llegado sin Quiroga. Era un jugador con todos los méritos posibles.

–Muchos lo sitúan como el mejor opuesto del vóley mundial de aquellos años.

–Estoy de acuerdo con Waldo Kantor cuando dice que Raúl fue más reconocido en el vóley mundial o internacional que en Argentina. Si la Selección tuvo éxito en ese período, lo de Raúl fue absolutamente fundamental. Acá en Italia se usa la expresión “punta de diamante”. Es una metáfora de algo brillante, muy valioso, muy destacado. Así era Raúl para ese seleccionado argentino.

Volver, con el codo marchito…

“Volver, con la frente marchita; las nieves del tiempo platearon mi sien; sentir, que es un soplo la vida”, dice parte de la letra del tango de Carlos Gardel. Después de un tremendo accidente, en el que corrió peligro su brazo derecho, y luego de tres operaciones, el rosarino pudo volver a las canchas. Comprendió, como pocos, que es un soplo la vida: pasó de la felicidad de la medalla olímpica en Seúl y la contratación de un equipo de la NBA del vóley a una complicadísima rehabilitación.

La cuestión es que ese brazo derecho, maltrecho, marchito, pegaba con la potencia de antes. Para el Mundial Brasil 1990, el milagro estaba hecho. “Ese Mundial me dio la posibilidad de demostrar que estaba en buen nivel después del accidente. Y también me dio visibilidad: ¿cómo sabía en aquel momento un club italiano que yo estaba recuperado? No había Instagram o YouTube”, se emociona Cuminetti en su charla con ESPN.

–¿En ese Mundial sentiste que habías roto las barreras físicas y mentales y podías hacer la carrera que habías imaginado años atrás?

–Obviamente, estaba con incertidumbre por mi brazo. Pero estar jugando ahí, en un Mundial, era un estímulo muy grande. Me sentía muy contento de estar físicamente a un nivel tan alto como para jugar contra las potencias o que, como sucedió, me terminara contratando un equipo italiano. ¡Pero el titular seguía siendo Raúl, claro! Entrábamos mucho con Javier Weber en el doble cambio, eso sí. Recuerdo que el entrenador Muchaga me dio más participación contra la Unión Soviética (cruces entre los ganadores de grupos) y frente a Italia (cuartos de final). Estaba recuperado. Y me sentía feliz.

–En 1991 jugaste algunos torneos con la Selección, a la que había vuelto el coreano Sohn, y recién volviste con todo en la temporada 1998. ¿Qué pasó ese año? Las expectativas y la ilusión eran muy grandes y no se concretaron.

–Bueno, quizás ahí está la explicación. Soñar, se sueña siempre. El problema era llevar el sueño a la práctica. Y eso eso muy distinto. Nosotros teníamos muchas más expectativas que juego aplicado: era mucha mayor la ilusión que lo que en realidad podíamos hacer en cancha con ese seleccionado. Ganamos algunos muy buenos partidos en la Liga Mundial, como por ejemplo contra Italia, en Catania. Ahí me desgarré los abdominales y, por eso, no pude jugar contra Grecia en Santa Fe y Rosario, ni contra Italia, en el Luna Park. Después hicimos una muy buena Copa América. Estuvimos a punto de ganarla…

–Sí, recuerdo aquella noche. Estuvieron arriba, con el partido casi ganado, y no pudieron liquidarlo: 11 match-balls a favor y el tie-break que terminó 27-25. Y en el Mundial de Japón ya la Selección fue mucho más deslucida.

–Lo que pocas veces conté es que Daniel Castellani me convocó para volver a la Selección y una semana después, como yo estaba jugando muy bien en Módena como nacionalizado, también me llamaron de la selección italiana. Pero quería volver a vestir la camiseta argentina. Porque además soy de la idea de que quienes triunfan tienen que devolverle algo a su país, a su deporte, a quienes les permitieron llegar adonde llegaron. Intenté hacerlo. Y estoy agradecido con “el Flaco” Castellani por citarme. Pero todo aquello terminó en una desilusión. Volví por la Liga Mundial y porque ese año estaba el Mundial de Japón. La gente común empujaba al equipo: se llenaban los estadios y era muy, muy estimulante. Son cosas que no se olvidan. Pero así como en Seúl 1988 y Tokio 2020 el equipo empujó al ambiente, en 1998 el ambiente era mayor a lo que nosotros podíamos plasmar como equipo. No estoy contento, pero es así como pasó.

–De esa época en Selección, ¿recordás algún partido en que sintieras que te salían todas? Una de esas noches en que todo lo que tocás se transforma en oro...

–Soy muy humilde y no me gustan tanto esas cosas. Pero recuerdo el partido de semifinales de la Copa América 1998, contra Cuba. Perdíamos 0-2 y lo dimos vuelta contra un equipo que venía de ser campeón de la Liga Mundial de ese año. Fue en Mar del Plata y me sentí muy a gusto cuando iniciamos esa remontada inolvidable.