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El punto de Martín

La pelota vuela por el aire y tarda unos segundos en bajar. Una y otra vez repite su trayectoria, como si se tratara de un péndulo, con la (oportuna) particularidad de que siempre cae del otro lado de la red.

Mientras tanto, Martín corre. Corre adelante del Obelisco. También del Planetario y del Congreso, símbolos argentinos, porteños y por qué no patrios. Símbolos que recuerda de su vida en Argentina y que solo abandona durante unas décimas en las que corre tanto que en la transmisión oficial la mesa parece haber quedado vacía.

Corre y defiende tanto que el punto, clave para el desarrollo del partido, deja de ser un mero punto y pasa a ser una declaración de vida: para ganarme, me vas a tener que matar.

Me vas a tener que matar como cuando me tenían que matar en los Interescuelas. Y en los TMT y en los FeTeMBA y en los FATM y en los Sudamericanos.

Radicado en España con su familia, Martín vuelve a Argentina, el lugar del que nunca se fue. Y esas pelotas que trae y levanta y trae y levanta y hace volar son las mismas que habría traído y levantado y hecho volar en Ferro si el histórico salón hubiera tenido el techo unos (cuantos) metros más alto.

Mientras le pega de drive y de pivot y bloquea y vuelve a pegar de drive e irremediablemente empieza a levantar, Martín se siente más argentino que nunca. Pero a quién se le ocurre: ¡cómo si Pontevedra no tuviera un pedacito de Caballito y de Balvanera!

Cómo si papá Omar no estuviera a 10.000 kilómetros mordiéndose los labios para no gritar su frase bilingüe de cabecera: amo este deporte, I love this game. Cómo si mamá Mary no sintiera que la distancia es completamente relativa y cerrara los ojos para, al menos durante un instante, imaginarse al lado del corralito en Fénix, con un calor que no se asemeja al de estos días en Buenos Aires ni al de Galicia, del otro lado del Ecuador. Cómo si a Mati, su hermano menor, no le saliera el 'qué puntazo, boludo', con demasiado énfasis en el boludo.

El punto lo gana el alemán Ricardo Walther, número 49 del ranking mundial. El partido, muy reñido, también. Pero eso es anecdótico, porque Martín Bentancor, el chico de Cangallo, de Nichia, de Ferro, está en casa, de donde nunca se fue.