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Fidel Castro recolocó a Cuba y Latinoamérica en el mapa olímpico

Fidel Castro nunca encontró la fórmula para desarrollar el fútbol en Cuba. Fue una relación de amor y odio. De poco valió que su amigo personal y ferviente admirador: Diego Armando Maradona -quien estuvo internado en Cuba para tratarse su adicción a las drogas- le comentara que le gustaría tomar las riendas de la selección nacional cubana.

Cuba no existe para el fútbol. Y el fútbol existe en Cuba, solo en la televisión.

Otra es la historia en los deportes olímpicos. Sus detractores dirán que desvarío, pero honor a quien honor merece. Con la excepción del béisbol y el boxeo, de fuerte tradición en la Isla, el resto de las disciplinas olímpicas en Cuba mucho tienen que agradecer a Fidel Castro.

Sí, mucho que agradecer.

En los deportes Cuba es más que béisbol y boxeo, aunque muchos perezosos mentales, pretenden encasillarnos.

Nadie en su sano juicio puede negar que de 1959 a la fecha -a pesar del notable retroceso experimentado en los últimos años-, la pequeña y pobre isla del Caribe sigue siendo la principal potencia deportiva de Latinoamérica.

Antes de 1959 fue imposible serlo. Cuba era una más en la fila, al igual que todas las naciones comprendidas entre el Río Bravo y la Patagonia.

Con luces y sombras Fidel Castro posicionó a Cuba, y por ende a Latinoamérica, en el mapamundi del olimpismo.

A partir de su llegada al poder en enero del 59', demostró cuánto puede crecer una nación, deportivamente hablando, con el apoyo del gobierno.

Destinó recursos para fomentar un entramado de escuelas deportivas: Pre EIDE, EIDE, ESPA que se encargaron de formar a talentos salidos de todos los rincones de la Isla.

Numerosos y reconocidos entrenadores provenientes de Europa del Este llegaron en masa para forjar a las futuras estrellas, mientras que entrenadores cubanos se nutrieron directamente de esa savia o fueron a estudiar a las reconocidas escuelas de los países del campo socialista.

En poco tiempo, Cuba se convirtió en la número 1 de Latinoamérica en Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanas y Juegos Olímpicos.

De cinco títulos y 12 medallas en total logradas entre 1900 y 1956 en Juegos Olímpicos, el boom en la etapa revolucionaria se disparó a 208 medallas, de ellas 72 de oro.

Fidel Castro había prometido diversificar la economía y alcanzar para el país un nivel de vida similar al de naciones desarrolladas. Lo que no logró en la economía, pudo alcanzarlo en el deporte.

Si antes de Castro se habían obtenido medallas en dos disciplinas olímpicas (en esgrima y piragüismo), después de él se alcanzaron preseas en 15 deportes (incluidos también la esgrima y el piragüismo).

El deporte como instrumento político

Pero Fidel no fue de los que como Oscar Wilde creyó en el arte por el arte. Para él todo tenía un trasfondo político. El deporte olímpico no fue la excepción. Quería demostrar con hechos los frutos de su Revolución y nada mejor que el deporte para hacerlo.

En un discurso pronunciado el 28 de septiembre de 1972 en la Plaza de la Revolución, Castro mostró con claridad que para él, el deporte era otra trinchera de combate de la Guerra Fría y otro modo de exportar su revolución a Latinoamérica.

"Los propios latinoamericanos veían en los éxitos de los atletas cubanos sus propios éxitos, porque los éxitos de Cuba son éxitos de América Latina y son éxitos del mundo revolucionario", dijo en referencia a los éxitos logrados por Cuba (14º lugar por países gracias a una cosecha de 3-1-4) en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972.

(...) Más que las medallas, más que los triunfos deportivos hay algo que se refleja en esos atletas y es el espíritu de la Revolución cubana, en su disciplina, en su consagración al deporte, en la energía con que actúan, en la moral que reflejan. (...) Nuestros equipos quedaron por encima de importantes naciones industrializadas de Europa Occidental. ¿Podía Cuba hace unos años pretender ocupar mejores lugares deportivos que esos países?", agregó.

La idea de que el olimpismo era una pieza más en el enrevesado tablero de las relaciones internacionales del pasado siglo, quedó en evidencia con los sucesivos boicots a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, Los Ángeles 1984 y Seúl 1988.

Los olvidadizos solo mencionan la parte opuesta del problema, pero desde las dos aceras hubo ausencias. Fidel Castro y otros gobernantes obviaron olímpicamente la tregua que se decreta en tiempos de los Juegos y le negaron la gloria a cientos de atletas.

Fidel, propenso a los extremos, lo hizo por partida doble al negarse a enviar delegaciones a Los Ángeles y a Seúl. Sin embargo, cuatro años más tarde y por esas paradojas de la vida, en Barcelona 1992 Cuba realizó la mejor actuación histórica al terminar quinta por países (14-6-11).

Esgrimiendo el (justo) argumento de que los países pobres también merecen acoger la magna cita del deporte mundial postuló a La Habana para organizar los Juegos Olímpicos de 2008 y los de 2012. Algo que no pudo lograr.

En vida tuvo tiempo para exportar a cientos entrenadores a disímiles geografías que brindaron sus conocimientos y contribuyeron a forjar medallistas olímpicos en Venezuela, Colombia, Panamá y otras naciones.

Ciertamente hubo costos. Muchos atletas cubanos fueron perjudicados por la intransigencia política de Castro. Hasta el día de su muerte se negó a aceptar que el deporte desde finales del siglo pasado experimentó un cambio dirigido a la comercialización y el profesionalismo. Pero negar su aporte al deporte olímpico cubano e internacional sería faltar a la verdad.