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Leandro García Morales: una carrera producto del trabajo

Amado u odiado. Nadie le regaló nada a Leandro. Pidió que le abrieran el club un 1 de enero para ir a tirar. Vivió en un barrio latino donde gobernaba la violencia. Para hacerse de unos dólares vendió hamburguesas en los partidos de béisbol. Leandro: una carrera producto del trabajo.

Vale la pena detenerse en la historia de Leandro y Martín Osimani narrada por Jorge Señorans en el blog Que la cuenten como quieran.

Pese a que vivían cerca se encontraron por primera vez en el club. Se hicieron hermanos. Las carreras de Leandro García Morales y Martín Osimani van de la mano. No son producto de la casualidad. No fueron tocados por la diosa fortuna. Podían haberse quedado en Uruguay sin tomar riesgos. Sin embargo, armaron la mochila y salieron.

La mentalidad y el profesionalismo los forjaron con trabajo, condiciones que exigen en todos los equipos donde juegan. A modo de ejemplo basta con decir que Leandro pidió que le abrieran el Club Aguada un 25 de diciembre para ir a tirar. Y mientras todos estaban con la sidra y el pan dulce, Lea, que se recuperaba de una lesión, se paró en la línea de libres para lanzar 500 tiros.

Leandro y el Oso se encontraron por primera vez en Biguá. Con el paso de los años se fue forjando una amistad que tuvo lazos familiares porque los padres de ambos niños empezaron a tratarse en el día a día y se conocieron más a fondo en los campeonatos nacionales acompañando a sus hijos.

La carrera la hicieron juntos hasta que, en 1998, se separaron cuando Leandro decidió viajar a Miami a terminar los estudios y jugar al básquetbol a un nivel más exigente en la Champagnat Catholic School.

La Champagnat es una escuela católica con un campus en Hialeah, Florida. Una preparatoria privada que competía a nivel de básquetbol universitario. Y allí empezó a jugar Leandro con 18 años. Se consagró campeón y terminó el secundario.

Por ese entonces, su amigo Martín integraba el primer equipo de Biguá con 17 años. Un día, el padre del jugador, Luis Osimani, fue sorprendido por un estadounidense que jugaba en el club y le planteó la posibilidad de llevar al Oso a Ohio, lugar donde él se había formado como basquetbolista. La familia analizó el tema y decidió iniciar los trámites para que Martín viajara.

Al poco tiempo, Luis Osimani se encontró con los padres de Leandro y les comentó que estaba realizando el papeleo para que su hijo se fuera a Ohio. Al otro día, García Morales recibió la noticia de boca de su madre. Fue entonces cuando tomó un teléfono y llamó desesperado a su amigo para pedirle que no viajara, que se fuera con él a La Florida.

Leandro habló con su entrenador y le sugirió llevar al Oso. “Tráigalo, no se va a arrepentir”. De ese modo, en 1999, volvían a estar juntos.

La vida de los dos jóvenes cambió notoriamente. Del calor del hogar en Montevideo pasaron a vivir en una casa con becarios donde había dominicanos, chicos de las Bahamas y otras partes.

A vender hamburguesas
Leandro y Martín se hicieron camino al andar. Se las arreglaron solos. En algunas oportunidades el colegio les dio la posibilidad de trabajar en los partidos de béisbol para ganar unos dólares. Y así fue como ambos se vistieron de vendedores en los puestos de hamburguesas y bebidas.

“En ese momento, uno como padre, estaba angustiado. El barrio donde vivían era cubano. El Hialeah, que es conocido por su fama de barrio violento. Y las comunicaciones no eran sencillas. No había celulares como ahora”, reveló Luis Osimani en el libro Pequeñas grandes historias del básquetbol uruguayo.

Para que tengan una idea del barrio donde estaban los jóvenes uruguayos, el diario Herald reveló que un 23,1% de las familias de Hialeah vivían bajo el nivel de pobreza.

Un día Martín llamó a su casa desde una cabina telefónica en la calle. Mientras hablaba, le dispararon unos balazos a la casilla, lo que provocó enorme preocupación en los padres del jugador. Otra vez, entró una persona al colegio con un enorme cuchillo y atacó a varios estudiantes. En el incidente fue herido un compañero de Martín.

Se va Leandro
El destino se encargó de volver a separar a los amigos. En el año 2000, Leandro García Morales se fue para Boca Ratón y Martín Osimani firmó contrato por un año en preparatorio con Utah.

Leandro fue becado por la Universidad Lynn, donde cursó su primer año universitario y fue distinguido como “Freshman of the year” que es un premio anual otorgado al mejor basquetbolista universitario de primer año.

Al año siguiente, el Oso pidió pase para la Community College de Miami, que competía en la B, y terminó su carrera en 2005 en la Duquesne University de Pittsburgh. Al tiempo que Leandro fue premiado como el mejor jugador de la NJCAA y posteriormente se fue a la Universidad A&M de Texas, donde estuvo entre 2002 y 2004.

El exigente Leandro
Aquella experiencia les sirvió a ambos para visualizar aspectos que fueron mucho más allá de la cancha. El partido invisible. Alimentación, descanso, mirar básquetbol de otras latitudes para estar informado y, sobre todo, aprender.

En una charla que tuve con Leandro García Morales para El Observador, reveló que su rutina un día de partido se inicia levantándose temprano con un buen desayuno que incluye cereales, pan con queso magro y leche o yogur. Después de entrenar almuerza pastas y proteínas, como puede ser un trozo de pollo. Pero ojo, nada de eso es librado al azar. La alimentación la trabaja con un nutricionista. Trata de descansar todo lo que puede y antes de ir a la cancha, de tarde, toma una colación con cereales y frutas. Ah, un detalle, le gusta llegar un par de horas antes del movimiento para vendarse bien y ponerse a tirar.

Leandro es un jugador exigente que demanda un entorno profesional. El recientemente fallecido, Javier Espíndola, lo vivió en carne propia. Admitió que aprendió con García Morales y que su nivel de exigencia le hizo bien.

El entrenador narró que en un partido a Leandro lo marcaron de tal forma que dificultaron su juego. Al otro día, fue al entrenamiento y le preguntó al coach si miraba la Euroliga por televisión. El jugador acotó: “Ayer vi que a Nando de Colo (jugador francés que militó en la NBA en San Antonio Spurs) lo marcaban como me marcaron a mí. ¿Y sabés cómo atacaban?”, preguntó ante el silencio de su técnico. García Morales comentó una serie de movimientos y referencias sobre lo que había observado porque a de Colo lo marcaron dos y hasta tres jugadores como le había pasado a él.

Al día siguiente el equipo aguatero entrenó lo que había visto Leandro. Pero no fue lo único, a la otra semana Espíndola pagó el abono de TV cable para ver la Euroliga. La exigencia de García Morales lo llevó a pensar que el jugador que dirigía no podía tener más elementos que él como técnico.

Espíndola definió a García Morales como “más ganador que goleador”. Y acotó que es infernal cómo trata de presionar en todos lados para ganar, incluyendo a los dirigentes. Cierta vez que Aguada enfrentó a Flamengo en Maracanazinho por Liga Sudamericana, el entrenador se llevó un rezongo de su jugador por hacerse expulsar.

Espíndola reveló que Leandro lo encaró en el hotel de frente y sin rodeos. “Es lo otro que tiene, es muy directo. No es un tipo muy comunicativo, pero es directo”.

Vivir para el básquetbol
Leandro vive para el básquetbol. No lo siente como un peso sino como su trabajo. Asume que es lo que le da de comer a su familia y, por ende, debe entregarse en cuerpo y alma a su actividad profesional.

No importa el club donde le toque jugar, Lea sigue al pie de la letra su rutina. Va solo a la cancha dos horas antes del partido y se pone a tirar al aro. “Me gusta estar cuando no hay gente”, expresó.

En Aguada sorprendió a propios y extraños cuando pidió que le abrieran el club un 1º de enero para ir a tirar. Leandro estaba saliendo de una lesión, llamó al profe y le dijo: “Sé que tenés familia y si estás complicado no vengas, pero me voy al club”. El preparador físico lo acompañó. Ocurrió el 24 y 25 de diciembre y lo reiteró el 31 de diciembre y el 1º de enero.

Los funcionarios del club, que se juntaron para brindar, quedaron sorprendidos cuando lo vieron entrar. Para algunos puede resultar obsesivo. Para Leandro es normal.

Otro detalle: cuando sale de su casa a jugar deja grabando el partido para verlo después, porque le gusta estudiar a los rivales y verse jugando. Considera que verse en acción es vital para mejorar. “Esto es lo único que hago y lo tomo en serio”, asumió.

García Morales afirmó que es 100% producto del trabajo. Una tarea que lo lleva, entre otras cosas, a tirar 500 tiros libres de mañana y otros 500 de tarde. Leandro entiende que es el tiro más fácil de automatizar. Ahí no se mueve nada. No requiere esfuerzo, es darle y darle, afirmó. Generalmente va con los auriculares, pone la radio, y se pone a lanzar hasta que las piernas le digan basta.

Su actitud para el deporte lleva a potenciar a todos quienes están a su alrededor. Quienes lo tuvieron de compañero o lo dirigieron, afirmaron que García Morales no es egoísta. Por el contrario, genera mucho juego. Pero acaso la anécdota que lo pinta en cuerpo y alma ocurrió el 26 de noviembre de 2012. Esa noche, defendiendo la camiseta de Aguada ante Hebraica, Leandro llevaba 51 puntos. Le faltaba un triple para superar la mejor marca que se sitúa en 53 tantos. Pese a que quedaba suficiente tiempo para dejar su nombre en la mejor historia, fue suplantado. Cuando se dieron cuenta y le dijeron si quería entrar para superar la marca respondió que no, que entrar para batir un récord personal era una falta de respeto al grupo.

La vida los puso a prueba a Leandro García Morales y Martín Osimani. La pelearon juntos en el exterior en procura de su sueño de formarse como jugadores y personas. Lejos de su casa, sin el amor del hogar, se hicieron hermanos. La prueba más contundente quedó reflejada en el acto de corazón de Martín.

Cuando Leandro sufrió un accidente de tránsito y debió quedar internado, el Oso apareció en el hospital y se quedó toda la noche en el incómodo sillón del sanatorio cuidando a su hermano del alma.

Del blog Que la cuenten como quieran de Jorge Señorans