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Volver a los 24: la historia de Andrea Benítez (Parte II)

SAN LUIS POTOSÍ -- Hace casi un año contamos la historia de Andrea Benítez, una jugadora argentina que buscaba regresar al circuito profesional luego de sufrir impensadas penurias tenísticas. En aquel octubre de 2010, Andrea no tenía ranking, apenas podía juntar el dinero necesario para viajar, y sólo soñaba con la posibilidad de volver a competir regularmente.

Hoy Benítez es 339 de la WTA, ha ganado 5 torneos ITF Women's Circuit en 2011 y aspira a mucho más. Sin embargo su historia sigue siendo atrapante: incluye balaceras, entrenamientos con una jugadora transexual y competencias de dobles con una compañera de ¡54 años!

Por todo esto, la vida tenística de Andrea Benítez merece un segundo capítulo. Éste.

* * *
--Cuando llegaste hace unos días a México, ¿recordaste que acá comenzaste tu regreso, hace un año?
--Sí, totalmente. Pensar que justo hace un año no tenía nada. Y ahora fijate dónde estoy. Es muy linda la sensación.

Me dice Andrea Benítez. Y no para de sonreír. Aquí, a San Luis Potosí, llegó la formoseña en 2010 para retomar su carrera profesional. Ahora, 12 meses después, es la 6ta argentina con mejor ranking en el WTA Tour. Y espera ser convocada para el equipo albiceleste de Fed Cup. Nada mal para una chica de 25 años que por un momento pensó haberlo perdido todo.

"No esperaba retomar tan rápido", me cuenta Andrea, con una taza de té entre sus manos. "Este año inclusive tuve una seguidilla de 22 triunfos consecutivos (ganó títulos en los torneos de 10 mil dólares de Córdoba, San Pablo, Itaparica 1 e Itaparica 2). Enfrenté a buenas jugadoras, chicas que juegan Copa Federación. Pero yo entraba a la cancha, jugaba, y ganaba. 'Che, pará, Djokovic' me decían".

Si dentro de los courts la carrera de Benítez dio un vuelco espectacular, fuera de las canchas Andrea escribió varios capítulos de una vida de aventura. Y el primero fue en Monterrey, México.

La capital del estado de Nuevo León es una ciudad pujante, rica, industrialmente activa, que cuenta con la ventaja de estar a unos 200 kilómetros de la frontera con los Estados Unidos. Allí se instaló Benítez, el año pasado, en su regreso al tenis profesional. Y allí también se instaló desde hace un tiempo la maldita violencia del crimen organizado que asola suelo mexicano.

Andrea vivía y entrenaba en la Villa Deportiva Olímpica de Monterrey, que colinda con la Cuarta Región Militar, base principal del Ejército Mexicano en la ciudad regiomontana y blanco central para potenciales ataques narcos. "Las canchas de tenis estaban rodeadas de soldados armados", cuenta Andrea. "A veces, inclusive, los militares se vestían de tenistas para pasar de incógnito. Pero de sus bolsos sobresalían las puntas de los rifles y las ametralladoras".

Benítez aún guarda una foto con el comandante de la 4ta Región. Pero no olvida el temor diario que sentía ante la posibilidad de quedar en medio de un tiroteo entre militares e integrantes de los cárteles. Hasta que un día le tocó vivir esa situación. Y le dijo adiós a Monterrey.

"Estábamos en el centro de la ciudad --recuerda Andrea--. Salíamos de un centro comercial con una amiga. Y cuando estábamos por cruzar la calle, vemos una camioneta que se acerca a toda velocidad. Desde adentro, van disparando. Y atrás, la Policía, también a los tiros. Nos salvamos de milagro".

Benítez cambió México por Brasil. Consiguió apoyo del Club Hebraica en San Pablo, y rearmó su base en tierras paulistas. Pero su siguiente aventura la vivió en Chile, cuando recibió una propuesta de trabajo de parte de Andrea Paredes, el transexual que este año ha disputado 2 torneos ITF Women's Circuit gracias a sendos wild cards recibidos a cambio de publicidad.

"Yo venía de llegar a la final de un torneo, y esa semana posterior la tenía libre. Andrea Paredes me contactó para que la entrenara durante esos días en Santiago de Chile. Me reuní con ella, diseñamos un programa de prácticas, y al día siguiente fuimos a las canchas".

Benítez había escuchado sobre Paredes, pero no la había visto jugar. Cuando estuvieron red de por medio, se sorprendió. Y no para bien. "Era imposible mantener un peloteo", recuerda. El resto de la semana, entonces, fue de puro canasto. Pero lo curioso ocurrió después: Paredes le pidió a la argentina que volvieran a entrenar juntas en Buenos Aires, durante el torneo que se disputó en el Tenis Club Argentino. Benítez no pudo. La misma situación se presentó en Itaparica, Brasil, en mayo. Andrea (la buena) venía con la racha de triunfos consecutivos, y no pisaba la cancha a menos que debiera jugar. "Y como le dije que no, parece que se enojó. Y de allí en adelante, estaba en la tribuna en cada partido mío. Pero festejaba todos los puntos de mi rival, gritando", rememora Benítez. Y no deja de sonreír.

La de Paredes no fue la única propuesta inusual que recibió Andrea Benítez este año. Lo que le ocurrió en la ciudad chilena de Concepción, superó todo lo anterior: Margaret Lumia, una estadounidense de 54 años, la contrató para jugar dobles con ella en torneos profesionales. Boletos de avión, alojamiento y cachet corrían por parte de la veterana tenista. Andrea debía poner el talento para lograr que la pareja ganara algún partido.

"En mi vida había escuchado una propuesta de este estilo. Pero yo digo a todo que sí. Todo me sirve", me dice Andrea, buzo adidas negro, arito en su labio inferior y cabello tapándole el ojo derecho. En este caso, la historia tuvo un final más que feliz. Que aún se sigue escribiendo. "Conocí a Marge y a su esposo David el año pasado en Mazatlán. Ella estaba jugando dobles con la checa Hubnerova. Luego el señor me vio jugar en Rancagua, este año. Y ya en Concepción me ofrecieron contrato para jugar juntos. Arreglamos de palabra. Y quedamos en que ellos me contactaban".

Y lo hicieron, tres días después. Debutaron a fines de marzo en Ribeirao Preto (Brasil), y llegaron a las semifinales. Repitieron el mismo resultado en San Pablo, unas semanas después. Hasta que a fines de junio, en La Habana, llegaron a su primera final, algo que Lumia no había conseguido con ninguna de sus otras compañeras.

"Margaret es la jugadora de más edad en el circuito. Empezó a jugar de grande. Para sus años, juega muy bien. Ellos tienen mucha plata. Tienen una casa más grande que este hotel, con cancha de césped. Cuando yo les dije que estaba disponible para ir a jugar a Brasil, a los 20 minutos me habían mandado el pasaje. Y David es el que maneja todo: estudia cuáles son los torneos a los que nos conviene ir, me dice los récords de nuestras rivales, está atento a cada detalle. El sueño de Margaret es ser 500 del mundo".

Y con Andrea como compañera, no está lejos de conseguirlo: Lumia está 762 en el ranking mundial de dobles. Y juntas ya se encuentran en la final del future de San Luis Potosí, que se está jugando esta semana en el Club Libanés Potosino. La amistad entre la pareja estadounidense y la argentina ha crecido. Más allá de contratos, los une el afecto. "A pesar de todo el dinero que tienen, ellos son gente muy simple. Por eso nos entendemos", dice Benítez.

--¿Y cuál es tu meta ahora en cuanto a ranking?, le pregunto a Andrea, mientras el bar del Westin de San Luis Potosí comienza a apagarse y la historia de un año increíble va llegando a su final.

--Ahora no me preocupa el ranking. Estoy jugando. Estoy disfrutando. Y hago lo que me gusta. Le cuento a mi papá lo bien que me está yendo, y él no lo puede creer. Ahora voy a irme a una gira de torneos de 25, 50 y 75 mil dólares. Voy a viajar con Margaret y su esposo. Lo voy a poder hacer gracias a ellos. Hace unos días, en Bolivia, una jugadora vino y me preguntó: "¿Por qué cada vez que errás un tiro, te reís?" Pensaba que me estaba burlando. Y yo le pedí perdón, y le dije que no me daba cuenta. Estoy feliz.

--En 2006 llegaste a ser 251 del mundo. ¿Qué pasa si ahora mejorás esa posición?
--En ese tiempo ni siquiera sabía lo que hacía. No tenía noción. Hoy es diferente. Me acuerdo que hace un año esperé ansiosa que contaran mis primeros puntos de WTA para pedir el ranking de nuevo. Y ahora, aunque diga que no me importa, tengo ese 251 en la mente. Lo quiero. Lo busco. Y cuando lo alcance, voy a festejar como loca.

Dice Andrea. Y no deja de sonreír.