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Aún con parches, América casi se viste de gala

LOS ÁNGELES -- No es un clásico, pero clásicamente no decepciona. Y ese América con parches, casi se viste de gala. 1-1 con Pumas.

No es un clásico, pero tiene los clásicos condimentos de uno. Desde la expulsión de Sebastián Córdova, hasta la pusilanimidad de Míchel, el debut explosivo de Federico Viñas, y un error de Memo Ochoa para el empate.

En el 1-1 no hay vencedor, pero Pumas debió sentirse vencido. Desde el minuto 17, jugó contra diez, y se mantuvo en esa zona confusa entre el respeto y el temor a las Águilas.

Era evidente que entre los estremecimientos del técnico de Pumas, sus jugadores sí entendían el encanto de asestarle un sopapo a la religión fanfarrona y provocadora del #ÓdiameMás. Pero, las anginas –diría Hugo Sánchez—tenían afónico al español.

América pudo irse con una sonrisa, pero en la UNAM si algo no se permite es temerle al América. Y Míchel se entumió, se entumeció, se paralizó. El gol del empate es un zapatazo que ataca mal Ochoa y se lo traga, tal vez porque en el mentado #Brunch neoyorquino se quedó con hambre.

De Miguel Herrera, otra vez, se vio lo bueno y lo malo. El Piojo es capaz de vestir de gala con retazos a su equipo. Pero también enseña el cobre.

El Piojo sabe sacudir a sus jugadores. La expulsión accidental y accidentada de Córdova dejó al equipo expuesto, pero resistió las brisas ofensivas de los Pumas en el primer tiempo.

Aquí aparecen los desmanes piojosos del Piojo. Se metió a vestidores en el medio tiempo a pesar de estar suspendido y seguramente cargará con la sanción.

Pero, es evidente, equivocándose, acertó. La retórica motivacional de Herrera, con mentadas de madre incluidas, suele ser poderosa, especialmente en trances como estas intensas, añejas, recalcitrantes rivalidades.

Y mientras Míchel demostraba que aún no sabe dónde está parado, los ajustes hacia el segundo tiempo y en el segundo tiempo, dejaron claro que el titiritero Herrera tiene un control absoluto de su teatro guiñol.

América, con diez, empezó a jugar mejor, a poner ese gesto mayúsculo de rebeldía, del que invoca el desprecio general porque tiene con qué defenderlo.

Desconcertados, los Pumas contaban: 11 de ellos eran menos que los 10 de América. Y loo resintieron aún más cuando al ’78 llega el gol de Viñas en un remate franco en el área, entre el desconcierto visitante.

El gol bendijo el juego y a los Pumas. En la lucha desigual, numéricamente, Pumas se enderezó tras el varapalo y tal vez más como estertor temeroso de la tragedia.

Mendoza pesca un balón fuera del área, con más rabia y desesperación, con la fe del que sabe que en esta rivalidad, la heroicidad es el premio del osado.

El zapatazo llega franco al lance de Ochoa, quien se ve traicionado por el bote del balón, y no alcanza a reaccionar a ese tipo de disparos que antes, alguna vez, se embuchacaba sin despeinarse los caireles.

En la emotividad del desenlace, cuando Pumas se olvida del Nembutal táctico de su entrenador, y cuando América sabe que quiere porque aún puede, se viven pasajes álgidos de futbol y de gallardía.

Pero, el 1-1 prevalece. Suerte de Míchel, quien nunca entendió que 11 pueden, deben, ser más que 10.

Y aunque América llega a cuatro juegos seguidos sin ganar, lo cierto es que aunque vestido de parches con tantas lesiones y ventas, aún el América se viste a veces de gala.