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Guillermo Ochoa salva al Tri de los kamikazes

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Ajustes de Martino fueron la fórmula de México para vencer a Japón (1:11)

Francisco Gabriel de Anda analiza las virtudes del técnico de la Selección Mexicana para obtener dos triunfos en la fecha FIFA. (1:11)

LOS ÁNGELES -- Ante el ataque kamikaze, Guillermo Ochoa fue el honorable samurái que rescató a su geisha tricolor, y el 2-0 fue el saldo contundente de México sobre Japón.

Gerardo Martino resuelve nuevamente, en el segundo tiempo, con el cambio de piezas, el acertijo que fue Japón en la primera mitad, cuando obligó a peripecias bien conocidas en Guillermo Ochoa para mantener virgen su meta.

Y tras la decepción del famoso “mejor tridente de la historia” ante Corea del Sur, esta vez México se engulló a los japoneses con palillos chinos: Raúl Jiménez y Chucky Lozano marcaron los goles, mientras Tecatito Corona se rehabilitaba de los malos tratos sufridos en el encuentro anterior.

Con el ingreso de Edson Álvarez en el segundo tiempo, El Tata mató dos pájaros de un tiro. Reacomodó el filtro de la media cancha para Luis Romo, al sacar a un distraído Charlie Rodríguez, y además metió al orden a Rodolfo Pizarro, quien nuevamente demuestra que está más perdido que canino en procesión, y que lo suyo, lo suyo, es subsistir en el limbo de las eternas promesas.

Bajo el amparo casi extraterrestre de Ochoa, México había sobrevivido a un primer tiempo de zozobra. Se dedicaba a perseguir jugadores, porque soltaba el músculo para recuperar el balón, pero, evidentemente sin neuronas habilitadas para saber retenerlo.

Porque, además, México se enredó en esa precipitación motriz de los kamikazes japoneses, y quiso contrarrestarla con sus propias armas. Nunca percibieron que atléticamente estaban en inferioridad. Ante casos así, la solución fácil es jugar al futbol, bajo pausa, sin retención, y con seguridad.

Entonces, el receso del medio tiempo alivió al Tri, a pesar de refunfuños japoneses que ya lamentaban haber sucumbido ante las habilidades circenses, efectivas y oportunas de Guillermo Ochoa. Con cualquier otro arquero, se habrían ido al menos con un 3-0 al reposo.

Obligado por lesiones, urgido por agotamientos, Gerardo Martino presentó una alineación muy distinta, con seis cambios, de la que envió ante Corea del Sur, y que parecía apegarse más a sus pretensiones.

Pero, de nuevo, queda claro que la habilidad del técnico argentino para facilitar el estilo de juego, su entendimiento, su asimilación y la credibilidad en el mismo, la pone en evidencia en la cancha. Cada vez hay le deparan menos secretos su selección.

Incluso, en la segunda mitad, con el fuelle del equipo japonés aún a tope, pero descontrolado, porque la pelota ya les era arrebatada en tiempo y en control, con los cambios sucesivos de hombres, México mantuvo ya el dominio del partido, sin precipitaciones, sin enloquecer con la ventaja.

Como ante Corea del Sur, con los retoques en el pizarrón, Gerardo Martino exige de manera implacable e impecable, un embudo desde la media cancha propiedad del adversario. Sabe bien qué le duele a su cuadro bajo, y sabe bien que la única manera de resolverlo es, además, con la acumulación de hombres en su último tercio.

Aquí, lo relevante, es que los jugadores le creen, le obedecen y se disciplinan. La gran tarea del técnico no es sólo que entiendan lo que él requiere, sino que quieran y sepan hacerlo, porque, evidentemente, futbolísticamente, están capacitados.

Fue así como el desconcierto se mudó de equipo. El México desordenado, difuso, distraído, inseguro, impreciso en la marca y con el balón, terminó arrullando con armonía la pelota, al ritmo que le convenía, y contrarrestando las persecuciones japonesas.

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2:32
¿Qué conclusiones obtuvo la Selección Mexicana de esta gira por Europa?

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Fue curioso e irónico. México en el primer tiempo tartamudeaba con la pelota, ante la tenaz marca japonesa y su superioridad atlética, que además, cuando manejaba el balón a un solo toque dejaba confuso y patidifuso al Tri.

Para la segunda parte México simplificaba la ruta de la pelota. Ahí se origina la argucia de Orbelín Pineda en el taquito a Raúl Jiménez, quien primero se trompica. y luego asesina con el indiscutiblemente vulgar y efectivo punterazo.

Y ocurre de nuevo en el segundo gol, que se teje de la misma manera. Araujo a Henry Martín, quien también la pisa y la empuja como si supiera, como si se hubiera tragado a Riquelme, y entra Lozano al boquete para definir.

Fue pues una metamorfosis contundente. México, de presa, se convirtió en cazador, y de dominado en dominante, dejando además en claro que Japón evoluciona, pero aun no revoluciona, porque esa astucia pícara del jugador ladino, no entra todavía en su cuaderno de recursos.

México cierra así su segunda gira por Europa en el año. Tres triunfos y un empate, y evidentemente confrontando formas y estilos de juegos muy diferentes, que existen incluso entre los “vecinos” irreconciliables, como Japón y Corea del Sur.

Y algo importante: el equipo aprende. Pero, algo más importante: el entrenador aprende cada vez más de un jugador muy diferente a cualquiera con el que haya trabajado, como el mexicano. Con todo lo bueno y con todo lo malo que eso implica.