Era 1983. Un niño de ocho años, quizás muy joven para estar viendo la televisión sin supervisión adulta, fijaba su mirada en el duelo que se apresta a suceder. Una competencia final entre dos maestros de las artes marciales: Bruce Lee y Chuck Norris.
El escenario era el Coliseo Romano (no se puede pedir más), y los competidores calentaban sonando sus nudillos y distintos huesos de su cuerpo como parte de su estiramiento. El niño estuvo perplejo a través del enfrentamiento que culminó con una victoria para Lee en la secuencia final de ‘The Way of The Dragon’.