BARCELONA -- Al Barcelona se le atraganta Europa. Ni en Primera División, la Champions League, ni en Segunda es capaz el equipo azulgrana de ofrecer la consistencia necesaria.
No ya brillantez, sino, al menos, una cierta solvencia que le mantenga en pie. Y no solo se arrodilla ante el Liverpool, el Bayern o el PSG, ahora padece ante rivales que en buena lógica deberían enfrentarle con un respeto que le ha perdido el mundo del fútbol. De la Champions le echó el Benfica y su futuro en la Europa League lo amenaza el Napoli, que arrancó un sufrido y valioso empate del Camp Nou al cabo de tres partidos en uno solo.
Desplazado de la Champions y obligado a jugar en la Europa League, el barcelonista tuvo tiempo de ver, con envidia, a los que juegan en la categoría reina y debió darse cuenta que su equipo es aún un aprendiz al lado del PSG, del Manchester City o del Liverpool, cuya intensidad puede no ser mucho mayor que la azulgrana... Pero que futbolísticamente están dos y hasta tres peldaños por encima.
Padeció el equipo italiano un asedio final considerable, repitiéndose las ocasiones del Barça, volcado de cualquier manera y que volvió a fiar su suerte a Luuk de Jong, aquel jugador inútil que incorporó Ronald Koeman, que no se pudo sacar de encima el club durante el mercado de invierno y que ha acabado por ser idolatrado por la hinchada del Camp Nou, más ocupada en la forma que en el fondo.
El Barça está en crecimiento pero necesita resultados que apoyen las tesis de su entrenador, un Xavi mucho más pragmático en el campo de lo que ofrece su discurso en la sala de prensa. Apuesta el técnico por el juego de combinación, la paciencia y los extremos; quiere el balón, mimarlo y llevarlo con elegancia hasta el área contraria... Pero acaba por entregarse a la épica sin disimular su desespero.
Frente a tanta variedad de ideas respondió el Napoli con calma, sabiendo qué hacer y cuándo hacerlo. Apagó el incendiario inicio azulgrana y le fue tomando el pulso al partido hasta alcanzar el descanso con ventaja en el marcador y en el césped, donde el Barça ya andaba desesperado por encontrar algo a lo que agarrarse más allá de Adama.
Mantuvo ese tono el partido hasta que llegó el empate, afortunado, del Barça y se entró en el segundo acto, más dócil el equipo de Spalletti, más intenso el de Xavi pero sin que se adivinase un cambio rotundo de guión.
Así duró ese impase hasta que el técnico dio entrada primero al perdonado por él (pero no por la hinchada) Dembélé junto a Gavi y Busquets, intensificando el asedio... Y hasta que entró el turista accidental, Luuk de Jong, para buscar el milagro.
Ya era el tercer y definitivo partido, con todo y de cualquier manera, rematando después de toda jugada y mostrando que este Barça, al que no pudo poner remedio ni Luuk, está tan en construcción como en desespero. Y en Europa, a cara o cruz, esa mezcla no ofrece ninguna garantía.