<
>

Kobe Bryant: cinco años sin el último gran héroe de la NBA

play
Los tres atributos que marcaron la carrera de Kobe Bryant (3:58)

A cinco años de su fallecimiento, Kobe sigue siendo uno de los mayores referentes del baloncesto. Grandeza, ganador y guerrero son tres palabras que lo definen. (3:58)

Hace cinco años falleció Kobe Bryant y con el paso del tiempo, con el avance de un lustro, podemos observar algo definitivo: él es irremplazable para la NBA.


26 de enero de 2020. El helicóptero en el que viaja Kobe Bryant junto a su hija Gianna y siete tripulantes más, se estrella en Calabasas, California. Se trata de de uno de los accidentes más dolorosos de la historia de la NBA. Por la tristeza de muertes inexplicables. Por la pérdida de uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA junto a su hija, en ese entonces de solo 13 años de edad. Por la confirmación de la fragilidad de la existencia: en un chasquido de dedos, todo, absolutamente todo, puede desvanecerse en un instante.

¿Qué esperamos para hacer lo que tenemos que hacer? ¿Lo que queremos afrontar? ¿Hasta cuándo dejar para mañana lo que deberíamos empezar hoy?

Existe, entonces, un punto de vista existencialista. Pero con el paso del tiempo, con el avance de un lustro, pudimos observar algo deportivo, amplio, que no vimos ese día: Kobe Bryant fue irremplazable para la NBA. Nos debatimos hace tiempo sobre los problemas que tiene la Liga. Algo así como una crisis de confianza entre protagonistas y fanáticos. Una cuestión de credibilidad sobre cuánto importa, sobre todo en tiempos de serie regular. Algunos limitan el inconveniente al tiro de tres puntos (a mi parecer, equivocado), pero hay un tema clave: el load management.

Con una mano en el corazón: ¿Ustedes creen que Bryant, el hombre que se animó a tirar dos tiros libres con una rotura a cuestas del tendón de aquiles, estaría dispuesto a aceptar algo así? No, Kobe, usted tiene que descansar, porque, verá, su carrera, el descanso, la medicina.

Por supuesto: yo creo lo mismo que ustedes.

Kobe fue el último gran héroe de la NBA. Con caídas y regresos. Con lágrimas y sonrisas. El guionista perfecto de un básquetbol que nunca debería morir. El verdadero heredero de Michael Jordan, el copycat que le extirpó movimientos al mejor jugador de la historia y logró utilizarlos como propios. El fadeaway, el aleteo de piernas, el despegue. Bryant triunfó con su verticalidad, pero sobre todo con su mente. La NBA 3.0, la de la década que lamentablemente se inició con la pérdida del astro de Los Angeles Lakers ya retirado, está carente de Mamba Mentality. ¿Quién está dispuesto a hacer lo que Kobe hacía?

Tengo la respuesta antes de que traten de rastrear con la mente (en vano) a alguien parecido: nadie.

Absolutamente nadie.

Por eso no fue LeBron James. No será Devin Booker. No podrá ser Anthony Edwards. Jayson Tatum. Ni Ja Morant.

El Redeem Team es Kobe Bryant. No es LeBron James, ni Carmelo Anthony, ni Dwyane Wade. Mike Krzyzewski lo sabe muy bien. Sin él, las cosas hubiesen sido diferentes. Bryant jugó siempre su propia guerra deportiva. Contra los rivales, pero mucho más que eso contra el espejo. No conoció la relajación. Desde el sacrificio erigió un altar de productividad imposible de imitar.

¿Quién está dispuesto a sacrificar su vida para conseguir el éxito?

Kobe fue distinto. Hoy sería contracultural para la época. Las nuevas generaciones no piensan como Kobe. No viven así. Seamos francos: no están dispuestos a hacerlo. Esto es absolutamente descriptivo: no hay juicio de valor ni cuestionamiento. Sabemos, entonces, que lo que ejerció Kobe no es profesionalismo. Es otra cosa. Profesionalismo es hacer lo que hay que hacer en los tiempos que corresponden, a las órdenes de quien sea la autoridad, respetando manuales de procedimiento. Integridad es hacerlo cuando nadie mira. Bryant fue más allá de todo: una mente obsesivo-compulsiva que desafió los límites. Ni profesionalismo ni integridad: competitivad extrema. Corrió los horarios de sueños y obligó al resto a alcanzarlo. Pidió que lo desafíen. Siempre. No fue un sprint, fue una maratón sin licencias. Sin sábados ni domingos.

¿Está bien? ¿Está mal? No lo sé. Sinceramente no lo sé. Solo digo que cuando importa de verdad, cuando alguien se comporta así, ejerciendo el esfuerzo y la dedicación desde lo más profundo de las entrañas, el fanático lo detecta. Sin ser sus fieles seguidores, lo respetamos. Lo sentimos tan nuestro, tan cercano, que su muerte dolió tanto como la de un familiar. ¿Por qué lloras?, me preguntaron ese día. Lloro por la muerte de un ídolo. Pero mucho más por un mundo que ya no existe. El mío. El que hubiese querido que sea para siempre.

De Magic Johnson y Larry Bird a Michael Jordan. De Michael Jordan a Kobe Bryant. Así es como supimos recibir el contagio. Así fue como despegamos del sillón con el puño apretado. Fue una herencia emocional. Del VHS al League Pass. De la televisión de tubo al 4K. Cerca de nuestros padres. Junto a nuestros hijos. El deporte es, fue y será sentimiento. Perseguimos cada noche la estela de recuerdos infinitos, de partidos memorables, de movimientos que serán para siempre.

No me gustan las cosas por la mitad. No me gustan los jugadores que pierden y sonríen. No aceptaré nunca esa narrativa y quizás sea por eso que aún me enojo cuando lo veo. Detesto que no defiendan en los All-Star. Se lo debo a Magic. A Larry. A MJ. Y a Kobe también. Es una deuda de fidelidad imposible de pagar ¿Es demasiado pedir? No necesito garantías en esta búsqueda. No quiero deslizar el dedo para evitar lo que no me atrae. Puedo esperar, pero hagámoslo en serio. Juntos. No me mientan. No me engañen. No quiero ver el decorado.

Hay que amar fuerte, sin reparos, a riesgo de no ser correspondidos. Como lo hizo Kobe con el básquetbol. Como lo enseñó al mundo.

Una pasión es una pasión. Cinco años sin Kobe Bryant.

Nuestra responsabilidad es defender su legado. Su manera de hacer las cosas. Su memoria.

Desde aquel fatídico 26 de enero de 2020.

Y para siempre.