Pelé, como muchas celebridades, se diseñó una biografía a medida. Según ese peculiar registro, por caso, convirtió mil goles, cifra dibujada por sus solícitos amanuenses.
La exageración es por completo innecesaria pues todo el mundo sabe que Pelé era un crack casi tan bueno como Diego Maradona. Su fulgurante trayectoria no habría sufrido mácula si se conservaban las marcas reales.
El propio Diego, justamente, fue el que intentó enturbiarle el legajo con un supuesto desliz en la iniciación sexual, pero el esfuerzo fue en vano. Pelé sobrevive como un astro, en el podio histórico del fútbol.
Campeón del mundo por triplicado, Edson Arantes se quedó, sin embargo, con ganas de ganar una Copa América. No creo que le importase mucho, porque ningún escriba intentó alterar ese casillero en blanco.
En tiempos de apogeo de Pelé, la Copa América no era prestigiosa. De hecho, O Rei la jugó una sola vez, en 1959, cuando todavía se llamaba Campeonato Sudamericano. En las citas posteriores, prefirió atender sus compromisos con el Santos, que vivía de gira, mientras que Brasil enviaba planteles de segundo orden o directamente no se presentaba, como en 1967. La organización nunca pareció el atributo más destacado del continente.
En 1959, se disputaron dos torneos. Uno en Buenos Aires y otro en Ecuador. A la competencia de la Argentina asistió O Rei, con un equipazo que venía de coronarse campeón en el Mundial de Suecia un año antes. Nilton Santos, Vavá, Zagallo y Didí eran algunos de sus ilustres acompañantes.
El gran Brasil estuvo a poco de ganar el Sudamericano, pero se encontró con un equipo local invencible, al que enfrentó en el último duelo (llegaban con 9 y 10 puntos respectivamente). Fue 1-1 (Pizzuti y Pelé, los goles) y el trofeo quedó en manos argentinas.
No hubo vuelta olímpica, pero el entonces juvenil Edson Arantes deslumbró con su juego y su eficacia. El público porteño, que acudió en multitud a aquel partido en el Monumental, vivió como un privilegio la contemplación in situ del mito naciente. Y de un Brasil que comenzaba a perfilar una duradera hegemonía a nivel internacional.
En su debut y despedida del mayor escenario americano, Pelé fue el goleador, con 8 tantos, al cabo de 6 partidos en un sistema de todos contra todos. Una muestra al paso de su prodigioso talento, que no haría más que corroborar en la ruta posterior hacia la cima del mundo.
Muchos otros cracks del continente se privaron de levantar el trofeo. El primero, Diego. Valderrama, emblema de la generación dorada de Colombia, disputó cinco ediciones del certamen y tampoco pudo. Messi se suma al pelotón, pero todavía está a tiempo de romper el hechizo.
Diego participó en tres ediciones de la Copa América. La primera vez fue en 1979, casi en simultáneo a su consagración en el juvenil de Tokio, cuando el mundo comenzaba a tomar nota de que se avecinaba un nuevo reinado.
Menotti decidió acudir a un equipo experimental, en el que intercaló a Maradona. Los resultados fueron malos. Argentina sólo le ganó a Bolivia, en cancha de Vélez (no había sede fija), por 3 a 0.
La revancha del Diez tuvo lugar en Argentina, organizadora del torneo de 1987. La Selección y Diego en particular venían de su resonante actuación en el Mundial de México. Sin embargo, la presentación ante su público dejó en claro que la hazaña de 1986 había sido una fugaz primavera, una alineación de astros que jamás se repetiría.
Maradona jugó de regular para abajo, al igual que sus compañeros. Pero con eso, como de costumbre, le alcanzó para ser el mejor. Metió tres goles en la fase de grupos (uno a Perú y dos a Ecuador) y hasta ahí llegó el flamante campeón Mundial. Uruguay, con gol de Alzamendi, frenó en semifinales el ligero impulso de los locales, que tampoco pudieron con Colombia en el partido por el tercer puesto.
La edición de 1989, en Brasil, resultó un anticipo descarnado de la sequía de goles que aquejaría a aquel equipo, que, no obstante, lograría el milagro de llegar a la final del Mundial de Italia merced a los penales, Goycochea, y una gran dosis de fortuna que suele describirse mejor con una mala palabra.
Argentina señaló apenas dos goles en siete partidos. Terminó tercera por esas cosas del fútbol y el diseño de los torneos. Diego, una vez más en esta competencia indócil para las estrellas, pasó sin pena ni gloria.