Atrincherado en su territorio en el último tramo, dañado por la torpeza y la expulsión de Soyuncu a más de 20 minutos del final y exhausto físicamente, el Atlético de Madrid sostuvo el 1-0 de Marcos Llorente al principio del segundo tiempo para derribar al Sevilla y gritar que aún sigue vivo en la competencia por LaLiga.
A siete puntos del liderato del Real Madrid y de la segunda plaza del Girona, aún hay Liga para el conjunto de Diego Simeone, que empezó el duelo a diez de la cima de la tabla y sobrevivió al filo de la caída, pero resistió y ganó, con el mérito de hacerlo con diez tanto tiempo, con Simeone a la carrera para felicitar el esfuerzo conmovedor de sus jugadores.
Quique Flores, ganador 0-3 en su estreno, tiene claro que la confección de su equipo empieza por la defensa. Es el refugio más seguro en tiempo de crisis. Aún sobrevuela, latente, por el Sevilla, tres puntos por encima del descenso, aún sin el alivio y la calma de una secuencia de victorias, todavía en crecimiento hacia la pretensión de su nuevo técnico.
En el Metropolitano prescindió de En-Nesyri por Rakitic, consciente de que cualquier cosa más allá de la derrota pasaba por la limitación del Atlético. Lo rebajó, sobre todo en los últimos metros y sobre todo la primera parte. Un ciclón por momentos en su estadio, vencedor de 21 de sus últimos 23 compromisos como local antes de recibir al Sevilla, este sábado le costó, por más que se apropió del encuentro casi desde el primer minuto.
Al dominio del Atlético le faltó remate. En el último pase, en el último empujón, en el último cabezazo, en el último tiro, en el momento decisivo, no acertó cuando enfiló el arco contrario. La primera es mérito de Dmtrovic, agigantado en el duelo individual con Morata a los dos minutos. Las siguientes fueron menos expresivas. Porque también le faltó claridad.
Ordenado el Sevilla, intenso, preparado para la falta por si era necesaria, inconstante en ataque (del tiro de medio campo de Rakitic o del cabezazo a las manos de Oblak de Lucas Ocampos en los instantes iniciales pasó a la nada hasta el tramo final del primer acto), sí promovió el Atlético agitación en el área contraria, liderado en la transición por De Paul (sobresaliente), afilado por el sector izquierdo por Riquelme y Lino, pero reducido a poco en la definición.
Riquelme insistió e insistió. Igual que Lino. El impacto desbordante de ambos jugadores en este Atlético, de vuelta de una cesión, ya es más que profundo. Los rebusca el equipo. Son un activo muy potente. Casi todo ocurrió por su lado. Al contrario, el bajón de Nahuel Molina es evidente. Volvió al once por Llorente. La comparación con su segunda parte de la pasada campaña sólo produce melancolía. Fue cambiado al descanso. También Riquelme.
Satisfecho el Sevilla, exigido de más el Atlético, el partido se aventuró en el segundo tiempo, ya con Llorente como carrilero derecho, encendido desde el primer instante, cuyo desmarque por la banda, recién salido, recién reiniciado el juego, y cuya posterior carrera abrió un horizonte imperceptible mucho antes: su centro lo interceptó Ramos, el rechazo lo transformó en el 1-0. Tan solo habían transcurrido 53 segundos del segundo tiempo.
El Sevilla tiró 45 minutos a la basura en un instante. El Atlético logró el gol con una celeridad impensable, en comparación con todo lo que había necesitado en la primera parte. Ya no le bastaba el plan a Quique. Adentro En-Nesyri y Sow, fuera Rakitic y Suso. Respondió Simeone: incluyó a Saúl, retiró a Morata. La ventaja era más que preciada para los locales.
Marcado por el resultado, el partido cambió. El Atlético se replegó. El Sevilla se adelantó. Las necesidades ya eran distintas. La tendencia también. Era el momento del equipo andaluz. Llamó la atención que en ese panorama, Oliver recibiera tan solo entre líneas para el pase a Ocampos. Todo terminó en las manos de Oblak. Un alivio. Tanto o más lo fue cuando De Paul intervino para repeler la volea amenazante del propio Oliver. Otro susto.
Estaba ya el Atlético en ese modo que ha padecido en diversos tramos de los últimos encuentros, cuando tiene ventaja, en los que cada salida de balón es un jeroglífico, cada pérdida una invitación al ataque de su oponente, cada centro a su área es una pesadilla terrorífica para todo el equipo, salvo que intervenga Oblak, y cada rechazo termina en los pies de su adversario o en algún inquietante saque de esquina.
Para colmo, para complicarlo todo aún más, la solución a la que acudió Simeone en su banco, Soyuncu, fue un despropósito de cuatro minutos. Entró en el 65, en el 69 se fue a la ducha, expulsado con tarjeta roja, previa revisión en el monitor del campo, por el violento pisotón en el tobillo a Lucas Ocampos. Fue expulsión.
Otro problema más. El siguiente -y último- recurso ya fue Reinildo. Otro defensa. No jugaba desde el pasado 25 de febrero, cuando se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. Su reaparición. Había ido convocado en cada uno de los últimos siete encuentros, pero en ninguno dispuso de minutos. Este sábado, sí. Lo necesitaba el Atlético.
La oportunidad era del Sevilla. Superioridad numérica, un gol solo en contra, expuesto el conjunto madrileño, aún un mundo por jugar... Pedía Simeone aliento a su equipo desde la grada, el equipo andaluz aún no había creado apenas nada diez minutos después de la expulsión y el partido se movía en un hilo tan fino que todo era susceptible de ocurrir.
Reclamó un penal el Atlético, a Azpilicueta; Dmtrovic paró un lanzamiento de Lino; Llorente tuvo el 2-0, parado por el portero visitante; un despeje de Reinildo causó aún más susto en la grada y en la portería de Oblak y ahí se quedó el Sevilla. Y ganó el Atlético, que sigue vivo por LaLiga.