BARCELONA -- “Menuda suerte. Después de dos años con el Tenerife, ahora es el Valencia el que les ha regalado la Liga”, le espetaron a Johan Cruyff, en la vieja y amplia sala de prensa del Camp Nou, un 14 de mayo de 1994. Hacía menos de una hora que el Barça había conquistado la Liga, la última del Dream Team, gracias a un penalti fallado por Djukic que enterró la ilusión del Deportivo en el último suspiro del campeonato... “Si no ganamos al Sevilla no somos campeones. Si no ganamos la semana pasada en Madrid, no somos campeones. La suerte nunca viene a buscarte... Se nota que nunca has jugado a fútbol”, respondió con su habitual socarronería Cruyff.
Este 14 de mayo se cumplen 25 años del penalti más largo de la historia y que borró la sonrisa de un Deportivo al que la gloria se le escapó de entre las manos cuando González detuvo el lanzamiento de Djukic. “Volvería a tirarlo, desde luego”, explicó tiempo después el defensa serbio, que curiosamente acabaría jugando en el mismo Valencia protagonista de aquella noche tan inolvidable por la pena en La Coruña como por la euforia desmedida en Barcelona.
A mediados de febrero el Barça era tercero en la Liga, después de enlazar dos derrotas y encajar la más sonrojante en Zaragoza: un tenístico 6-3 que siendo humillante acabó por convertirse en combustible del que se valió el equipo azulgrana para remontar los seis puntos (entonces el sistema de puntuación era distinto, 2 puntos por victoria) que le llevaba en la tabla el Deportivo de Arsenio Iglesias.
“Si ganamos la Liga será gracias a este partido”, explicó Cruyff al cabo de cuatro días, en la previa de un choque presentado como un referéndum por algunos que ya le tenían ganas al entrenador holandés y que se solventó con un inapelable 8-1 sobre el Osasuna, con un hat-trick de Romario y un gol final de Stoichkov dedicado a Johan en pleno Camp Nou, reconciliado con los suyos y entregado a ese rush final de temporada que sería apoteósico... Y doloroso.
Desde entonces y hasta el final de la Liga el equipo azulgrana sumó 13 victorias y 2 empates, mientras que el Depor se dejó por el camino seis empates y una derrota, precisamente en el Camp Nou y ante el Barça. “Somos un equipo con suerte porque la vamos a buscar, no la esperamos”, repitió Cruyff en plena euforia, sintiéndose el barcelonismo en pleno intocable tras conquistar aquella cuarta corona al hilo, después de proclamarse amigos para siempre con el Tenerife de Valdano, que le catapultó dos veces seguidas contra el Real Madrid, y sumar al Valencia de Guus Hiddink en su museo particular de agradecimientos.
Aquel Barça inabordable y tocado por la ventura divina celebró como si no existiera un mañana ese título conquistado hace 25 años sin sospechar la que se le avecinaba, la que le venía encima. Porque el Milan de Capello, que había conquistado el Scudetto dos semanas antes, pudo preparar la final de la Champions con una calma que no tuvo el Barça.
Y el 18 de mayo, en Atenas, el Dream Team ni fue a buscar la suerte ni esperó a que ésta le arropase. Fue derrumbado de mala manera por aquel equipo italiano que le aplastó sin contemplaciones. Un 4-0 sin discusión al que Johan saludó con un “lo imaginaba” tan alucinante como alucinógeno.
Probablemente Valverde nunca tenga la personalidad de Cruyff para sacudirse de encima los fracasos como tampoco la tiene para apuntarse los éxitos. “No puede ser que cuando el Barça gana, el que gana es Messi y cuando pierde, el que pierde es Valverde”, explicó hace pocos días Ronaldo Nazario.
Quizá a partir de aquí podría explicarse que en el fútbol, y en el Barça especialmente, la suerte hay que buscarla. Pero no siempre merece ser encontrada.