BARCELONA -- Barcelona, el mundo del futbol, se despertó sobresaltado el 24 de marzo de 2016 al conocer la noticia, ya esperada, de la muerte de Johan Cruyff.
El genial holandés falleció víctima de un cáncer que le fue diagnosticado cinco meses antes y al que se enfrentó con una mezcla de entereza y ese optimismo habitual en él que, sin embargo, no evitó el fatal desenlace.
Cinco años después, su figura no está solo presente alrededor de un club cuya directiva tiene la intención de solicitar a la ciudad de Barcelona la dedicatoria de un espacio con su nombre en la ciudad, sino que se adivina indiscutible en todos los órdenes.
Joan Laporta, el nuevo presidente azulgrana, siempre hizo gala de un "cruyffismo innegociable" y si en su toma de posesión tuvo palabras muy cercanas para el legendario ex jugador y ex técnico holandés del equipo azulgrana, ya le había dedicado un guiño la noche de la victoria electoral luciendo unas mascarillas de color naranja y adornadas con su indiscutible número 14.
SIEMPRE PRESENTE
"Queremos recuperar un Barça genuino, propio de lo que aprendimos con Johan Cruyff”, ya avisó durante la campaña electoral el nuevo presidente y una vez en el cargo no se ha disimulado, al contrario, esa apuesta.
El Barça de Laporta trabaja por incorporar a su parcela deportiva al hijo de Johan, un Jordi Cruyff que fue presentado como Director Deportivo de la candidatura de Víctor Font y que regresará al club que abandonó por la puerta de atrás en el verano de 1996 (semanas después del despido de su padre como entrenador) para encabezar la dirección deportiva junto a Mateu Alemany.
Al cabo de 25 años y después de una dilatada carrera futbolística que le llevó al Manchester United primero y Celta Vigo, Alavés, Espanyol, Metalurh Donetsk y Valletta después hasta su retirada en 2010, Jordi está pendiente de resolver su contrato con el Shenzen de China en la que es su cuarta aventura como entrenador para regresar a la gestión en los despachos que con éxito ya realizó en el Maccabi de Tel-Aviv entre 2012 y 2017.
Volverá, más pronto que tarde, Jordi a colocar el apellido Cruyff en un Barcelona en el que encontrará reminiscencias evidentes del carácter de su padre, empezando por el presidente, siguiendo por el entrenador y acabando por el propio césped, donde 48 años después de la llegada de Johan como futbolista otro holandés, Frenkie de Jong, brilla con luz propia en holandés.
Si después de años de alejamiento, que comenzaron cuando en 2010 Sandro Rosell solventó tras ser nombrado presidente quitarle la presidencia de honor del club que Laporta le había concedido semanas antes, Cruyff fue limando asperezas con el club a partir de la presidencia de Josep María Bartomeu, este 2021 marca, ya sin él en vida, su recuperación plena y palpable en el barcelonismo.
Lo hace a través de un presidente que no duda en proclamarlo siempre que tiene ocasión y en unos compañeros de junta directiva que igualmente son, no podría entenderse de otra manera, fieles seguidores de la filosofía cruyffista.
