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Regreso de Antoine Griezmann al Atlético de Madrid se produjo justo cuando el Barcelona más lo necesitaba

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Fue a las 23:59:40. Faltaban 20 segundos para que cerrara el mercado cuando Atlético de Madrid cerró la operación para traer a Antoine Griezmann "a casa" de Barcelona, o al menos eso es lo que se dice. De cualquier manera, era tarde. Demasiado tarde, dijeron algunos. Aunque justo a tiempo, dijo LaLiga. A la una de la madrugada, emitieron un comunicado insistiendo que la operación se había registrado en su sistema --y, sí, realmente se llama LaLiga Manager-- antes de que venciera el plazo. No hubo ninguna prórroga, ningún tiempo de espera. A la 1:22 de la madrugada, media hora después de confirmar que Saúl Ñíguez se iba a Chelsea, Atlético finalmente anunció el fichaje. Bienvenido de vuelta, Antoine.

Es lo que él quería. Bueno, más o menos.

Esto no era lo que Griezmann había planeado, ni la forma en que lo había imaginado cuando firmó dos años antes, pero era la mejor salida. No debería haber llegado a esto, aunque siempre fue posible que sucediera, desde el principio. Y habiendo llegado a esto, habiendo llegado a este punto, necesitaba una salida. Todos la necesitaban. Esto también era lo que Barcelona quería; mejor dicho, era lo que necesitaba. Y una vez que el club decidió que era mejor dejarlo ir, él estaba seguro -tan seguro como podía estar de algo- de que quería volver a Atlético, a un lugar donde se sentiría querido, y donde el equipo incluso podría ser mejor del que dejaba.

Qué tan querido, a esta altura, es algo que aún está por verse. Algunos aficionados tendrán sus dudas, por supuesto, lastimados por la forma en que se fue en primer lugar. Sin embargo, las heridas se curan con goles y con la generosidad que nunca le ha faltado, y Atlético sabe mejor que nadie lo bueno que puede ser. Tampoco es que las cosas hayan ido mal la última vez que incorporaron a un delantero libre de Barcelona. Las últimas dos veces, de hecho.

Y hay algo seguro: Diego Simeone lo sabe. El entrenador de Atlético, supuestamente poco sentimental, sí tiene una veta nostálgica que a menudo le hace volver a quienes conoce, y quiso que Griezmann volviera, convenciéndole de que regresara a una familia de la que realmente se había sentido parte. Allí había consuelo, esperando.

En el Camp Nou, de alguna manera, nunca fue así. En su presentación, incluso dijo: "Si tengo que pedir perdón, lo haré en la cancha". Tras su salida, publicó una nota dirigida a los fans en la que les daba las gracias por el apoyo que no siempre había sentido; decía que estaba "orgulloso" de haber sido uno de ellos, aunque de alguna manera nunca lo fue del todo; y reconoció que se iba "triste" por no haber podido disfrutar más de ellos "en las gradas", un comentario que probablemente no se refirió únicamente a los asientos vacíos producto de la pandemia.

Griezmann nunca encontró del todo su lugar en Barcelona, desde luego no de la manera que había imaginado ni como lo hizo en Atlético. Y ahora se va cuando las condiciones por fin podrían haberle favorecido. Excepto, por supuesto, que las condiciones económicas se habían vuelto dramáticas, eclipsando todo lo demás, y se ha perdido mucho en el camino.


Griezmann llegó a Barcelona por €120 millones más complementos. Se va libre, a préstamo por dos años. Una cláusula en el acuerdo indica que, si juega más del 50 por ciento de los partidos en su segunda temporada, Atlético estará obligado a pagar €40 millones para financiar un pase permanente, aunque este tipo de acuerdos no negociables tienden volverse negociables de todos modos.

Así de desesperante es la situación de Barcelona, incluso con la partida de Lionel Messi. No hay monto para un pase por al menos dos años, pero Barcelona todavía tenía €72m en amortización restante del fichaje de Griezmann y dejarlo ir les va a significar el ahorro de una cifra total, una vez que suman los complementos, no lejos de los €20m al año. En resumen, podría valer unos €100m para ellos.

Quizá también puedan pensar que al fin han terminado con sus pérdidas en términos puramente futbolísticos, que ya era hora de soltar. Su partida ciertamente ha sido poco lamentada, excepto como una expresión de la gravedad de la crisis en el Camp Nou. El presidente de Barcelona, Joan Laporta, dijo esta semana que Griezmann "no era el jugador que estábamos necesitando" en la situación en la que él se encontraba. Laporta agregó, "podría haber dado mucho más". Eso fue oportunista – justificándose, también – pero no del todo injusto.

Griezmann se marcha habiendo anotado 35 goles y proporcionado 19 asistencias en 102 partidos. Hubo goles importantes también: abrió el marcador 19 veces, y nueve veces sus goles dejaron a Barcelona en la delantera. No es que haya fracasado, exactamente. Pero tampoco ha sido un gran éxito – no realmente. Al menos no ha sido uno extraordinario. No fue tan malo, pero tampoco fue demasiado bueno... No tan bueno como lo debería haber sido.

Este es un jugador, esto es algo que a veces muchos olvidan, que llegó siendo uno de los mejores del mundo, un hombre que ese verano se convirtió en campeón del mundo. Alguien que fue candidato al Balón de Oro. Durante sus deliberaciones, cuando estaba intentando decidir si sumarse a Barcelona o no, en el proceso con el cual tomo la decisión, que fue emitido en un documental llamado "La Decisión", salió a la luz una obsesión: ganar la Champions League. Había perdido una final y, claramente, temía que esa hubiese sido su chance con Atlético; pensó que en Barcelona que iba a llegar otra chance.

Pero no fue así.

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En "La Decisión", la hermana de Griezmann le dice que cualquier éxito que tuviera en Atlético iba a ser suyo; cualquier éxito que pudiese alcanzar en Barcelona iba a ser de Messi. Pero tampoco hubo mucho éxito para compartir. Durante los dos años que estuvo allí, la eliminación europea llegó con una derrota por 8-2 contra Bayern y por una de 5-1 en total contra PSG. Él ha ganado un solo trofeo: la Copa del Rey. El equipo que dejó atrás se convirtió en el campeón de la liga y ese interrogante con respecto a Messi siempre ha estado presente, ese sentido del lugar, de encajar.

Cuando Griezmann marcó su primer gol con Barcelona, festejó a lo grande, imitando a LeBron James. Dijo de su gol, uno que se ondeó hacia la red, que "lo había visto a Messi hacerlo". Siempre hubo una sensación de que, en algún nivel, había algo en esa frase. Ese día, Messi estaba mirando desde afuera, pero la mayor parte del tiempo, Griezmann tuvo que intentar encontrar su lugar al lado de él. Se había sumado, quizá, al único equipo del mundo en el que el hombre que jugaba en su posición – saliendo de la derecha en el frente – era mejor que él, quizá el mejor jugador de todos los tiempos.

Griezmann también se había sumado al club un año tarde, habiéndoles dicho que no la primera vez – y rechazándolos en ese documental. Se había sumado por una enorme suma, y se había sumado en lugar de Neymar, el hombre que Messi nunca dejó de decir que quería a su lado. "Si no hubiésemos fichado a Griezmann, hubiésemos sumado a Neymar", diría Eric Abidal. Griezmann se dio cuenta de que iba a tener que compensarlos, pero no logró hacerlo del todo. Marcó 15 y 20 goles – menos que en cualquiera de sus temporadas con Atlético, y jugando con un equipo mucho más ofensivo.

Algunos son momentos hermosos, brillantes, pero pocos sobresalen como grandes momentos, aunque sería injusto pasar por alto su gol con el que abrió el marcador en la final de la copa.

Pero más que eso, es que más allá de los goles, de las estadísticas, y de los sistemas métricos con lo que se mide su productividad, hay algo menos tangible, y es la ineludible sensación de que en realidad nunca encajó en el equipo. Que Griezmann era bueno, sí, y no se lo podía culpar por su actitud, pero no era tan bueno. Nunca pudo encontrarse a sí mismo, y tampoco recibió demasiada ayuda para poder hacerlo. Y él lo supo todo el tiempo.

Griezmann no sólo le dijo a Jorge Valdano en una entrevista: "he tenido a tres entrenadores en un año y medio aquí”. Cuando le preguntaron si quizá jugaría mejor por la derecha durante una conferencia de prensa, respondió: "esa es una buena pregunta". En una reunión internacional, comentó: "Deschamps sabe cuándo tiene que hacerme entrar en la cancha para jugar".

En Barcelona era del agrado de todos, pero a Griezmann pareció faltarle personalidad para imponerse. Un entrenador efectivamente le dijo que tenía que avanzar; sólo hazlo. Sin excusas. Otro intentó hacer que entrara más en el juego. "No es un 'crack'", El País recientemente citó a un director diciéndolo en privado, lo cual podría haber estado bien, pero se suponía que tenía que serlo.

Y ahora, con la partida de Messi, quizá se podía convertir en uno, siendo toda suya la responsabilidad de poder lograrlo, pero también la recompensa.

Inicialmente, Barcelona había visto su partida como una manera de aferrarse a Messi. Tenerlos a ambos era económicamente insostenible. Algunos se atrevieron a soñar con una suma de tres cifras. Pero no había ofertas en esas instancias del verano. Habían dicho a mediados de julio que estaban dispuestos a dejarlo partir. Un intercambio con Saul estuvo entre las posibilidades, pero quedó en nada. Habían intentado empujarlo para que se marchara, algo que había terminado aceptando. Y luego Messi se fue, dejándolo atrás.

Es el momento de Antoine, sugirieron algunos dentro del club. "Ahora, Antoine seguramente será más importante", dijo el entrenador, Ronald Koeman. "Es posible que ocupe la posición de Leo. Esto le dará más libertad al equipo y también a él. Podría ser una ventaja para él”.

Ahora se ha marchado. Si es una oportunidad perdida, quizá también sea porque es una oportunidad que ya pasó. Y, bueno, tal como dice el viejo refrán: es la economía, estúpido. La partida de Messi no fue suficiente. Mientras que a Memphis Depay pareció no importante lo que había sucedió antes o quién había estado allí, decidido para tomar el control, ocupar en centro de la escena y ocupar ese espacio vacío, y Griezmann todavía no había logrado disparar un tiro al objetivo. Los pensamientos del verano se habían marchado, algo se había roto, algo ya no se sentía del todo bien – si es que alguna vez se sintió realmente bien. Y luego llegó el llamado de casa. Tarde, pero llegó.