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Blog de Rafa Ramos: Dani Alves, el futbolista, hecho a su imagen y semejanza

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LOS ÁNGELES — El futbolista -el atleta, en general-, es un animal distinto. Es un engendro hecho por Usted, sí, por Usted mismo, a su imagen y semejanza. Es el espejo incorruptible de Usted mismo.

Entiéndase, este texto está lejos de victimizar a Dani Alves o a cualquier otro atleta involucrado en circunstancias similares. Y entiéndase, hasta hoy, Dani Alves goza del privilegio de todo ser humano: es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

Que debe ser aterrador el momento que vive el jugador brasileño, sin duda. Pero, la persona que lo acusa de agresiones sexuales, también debe vivir su propio infierno, especialmente si todo lo que dice que le ocurrió, todo el daño que presuntamente Alves le infligió, es totalmente cierto. Deslindar hechos y responsabilidades, es tema de tribunales.

Pero, sí, el futbolista -el atleta, en general-, es un animal distinto. Y mientras más exitoso es, más se aparta de su realidad de ser humano hasta llegar a deificarse, a divinizarse. Y Usted, todos, armamos ese frágil Frankenstein espurio que después se sale de control.

Llega a un escenario voraz, exigente, al de la competencia. Llega desarmado, desprotegido, azuzado, acuciado, asombrado, casi virgen de muchas emociones, casi inocente. Y le acosan, terriblemente, los riesgos del fracaso, pero más peligrosos y emboscados, los riesgos del éxito. En la canasta sólo hay dos manzanas: una podrida, la del fracaso, y otra envenenada, la del éxito.

Y todo eso, nunca termina. Las arpías le ruñen los huesos desde el día cero. Todo comienza con la primera titularidad en el equipo; el primer balón, o el primer gol o la primera atajada. El primer elogio, el primer autógrafo, la primera entrevista, el primer Tik-Tok. Y ya no se detiene.

A partir de entonces, en la ingratitud de los extremos, en la impiedad de los juicios cíclicos, en la polarización de su vida, pasará a ser el mejor de todos cuando gana y a ser el peor de todos cuando pierde. Un día en el podio y otro en el cadalso. Un día en el arrullo de las musas y otro día en el calvario de las gárgolas.

Todos están expuestos, ninguno está exento. El entorno, Usted, yo, todos, le ayudamos a concebir su propio retrato de Dorian Grey. Ese retrato al que se asomará cada día, para saber que todo está permitido, tanto lo que hace bien, como lo que hace mal. Sólo dejará de asomarse a ese retrato, a ese espejo, a veces convexo y a veces cóncavo, cuando las luces se apaguen y el regresé al abominable mundo del anonimato.

Sí, porque el futbolista -el atleta, en general-, nunca sobrevive a la belleza serena y cómplice de su propio Dorian Grey. El retrato queda colgado en los retablos de las implacables mellizas: la nostalgia y la memoria. Su faraónica vida termina en incienso.

Día a día, al futbolista -al atleta, en general-, le certificamos el derecho a los excesos, a los abusos, a lo prohibido. En la veneración e iconoclastia del día a día, le entregamos a Eva, a Adán, la manzana y el generoso Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. ¿La Serpiente? Es Usted bienvenido.

En la sórdida confusión, el futbolista -el atleta, en general-, ese animal distinto, empieza a vivir también bajo una presión distinta. No puede fracasar, no puede equivocarse. Lo lee en las miradas de su entorno: la dulce fe de su familia, la implacable urgencia de la turba en la tribuna, la implacable voracidad de su promotor, la advertencia de su entrenador, y la velada amenaza de su directivo.

Y este ser humano empieza la batalla más difícil de su vida. Una cruzada bélica, al final de la cual le aguardan el exterminio o la eternidad. ¿Cómo lidiar con todo eso cuando saltaste de una primaria trunca a los estadios abarrotados? ¿Cómo confrontar y someter todo eso, cuando pasas de ser un cero a la izquierda a acumular los ceros a la derecha de la cuenta bancaria?

Y el futbolista -el atleta, en general-, se vuelve soberbio, se siente intocable, imparable, hasta el extremo de asumir pleno el equivocado derecho de poder tomar todo lo que le rodea, tanto si le pertenece como si no le pertenece. El mundo es una manzana, su manzana.

Y lo más formidable, lo más admirable, es que es capaz de caer y levantarse; es capaz de despedazarse contra el suelo, recoger sus añicos, sus pedazos, y reconstruirse nuevamente, alguna vez lo hará más sabio, alguna vez más rencoroso y alguna vez más frágil. Y mientras se reconstruye, mientras se pertrecha, sufre, porque le exigimos desde la arena pública del escarnio, que nos devuelva al Frankenstein que entre Usted, yo y todos, le ayudamos a armar con las piezas falsas de los dioses profanos.

Aún en sus momentos más gloriosos, el futbolista -el atleta, en general-, no deja de vivir atormentado. La familia quiere más y necesita más; los promotores quieren más y necesitan más, y por igual los aficionados, los medios, los compañeros de equipo, el entrenador, el directivo, y claro, esa insaciable ambición interna. El titiritero de su vida privada, se vuelve títere en su vida pública.

Y en ese caos, en esa confusión absoluta, en ese sentimiento erróneo, de querer creer que lo suyo es suyo, y lo de los demás también es suyo, se perpetran errores, crímenes, abusos. Ejerce, desde su trastornado nicho, el derecho trasgresor a la impunidad y la inmunidad.

Cuando hablo de que el futbolista -el atleta, en general-, está expuesto a todo este escenario agreste, es reconciliable que la mayoría logra sobrevivir a ese tsunami emocional de extorsiones verbales, afectivas, pasionales y hasta físicas, pero, con algunas salvedades, ¿cuántos pueden lanzar la primera piedra?

Porque sí, porque entre el futbolista – y el atleta, en general-, hay espíritus nobles, ejemplares, estoicos, generosos, a veces por un sentimiento poderoso de educación paterna, por sólidos principios morales, por la solidaridad y amor de la pareja, o porque simplemente reducen su universo de felicidad a situaciones primarias e inmediatas, sin necesitar de alucinógenos.

Porque todos, en la cima o en la sima, se ven expuestos a esas versiones clandestinas de Sodoma y Gomorra que los acechan después de cada entrenamiento, de cada competencia, porque sirven, esos paraísos efímeros, en ese acto de escapismo, tanto para celebrar la vida apoteósica de una victoria, como para remendar espíritus rotos después de una derrota.

Cierto, al final, nada justifica a quienes hacen de la omnipotencia y la arrogancia, su pasaporte para ultrajar vidas ajenas o profanar derechos de otros, por eso la precisión de que este texto no pretende ni victimizar ni exonerar a nadie, simplemente explicar que Usted, yo, todos, también estamos detrás de cada quirófano donde se construya cada uno de estos Frankenstein, con cada músculo y cada hueso apócrifo, remendados con los hilos desleales de los elogios oportunistas.