LOS ÁNGELES -- El futbol, en la cancha, es la forma más compleja y electrizante de jugar ajedrez. El futbol, fuera de la cancha, —especialmente en México—, es la forma más exquisita de jugar al matón.
Y no, el tema de hoy no es sumergirse en el pantano lúgubre de la ya embalsamada Liga de Ascenso, sino en el único pasaje en el que el gobierno mexicano dio un Jaque al Rey al futbol.
Fue 1973 un año convulsionado por descalabros futbolísticos que repercutieron hasta 1974. El gobierno decidió incautarles el balón a los dueños del futbol, y encima, convertirse en árbitro… y juez.
En diciembre de 1973, la selección mexicana fracasa en Haití. Ese premundial se juega en una sola sede: Puerto Príncipe y México fue el mendigo. “La vendió (Joaquín) Soria Terrazas”, fue la explicación años después, señalando al mexicano que entonces regenteaba la Concacaf.
Claro: México era favorito. Un técnico triunfador: Javier de la Torre. Una constelación de notables jugadores: Nacho Calderón, Rafa Puente, Kalimán Guzmán, Centavo Muciño, Héctor Pulido, Horacio López Salgado, Enrique Borja, Manolo Lapuente…
Aplasta a la entonces Antillas Neerlandesas por 8-0, y en el momento clave, cae 4-0 ante Trinidad y Tobago. Excusas: vudú, hechicería, magia negra, hostilidad, lesiones, nostalgia, parrandas, divisionismo… y miedo, mucho miedo.
México quedaba fuera de Alemania ’74, luego de haber hospedado al “mundial de mayor calor humano y alegría en la historia”, en 1970. Haití sería el invitado.
Trepidatorio…
El remezón de semejante sacudida en la agonía de 1973, provocaría un caos. Como si fuera cualquier equipo de barriada, tendría cuatro presidentes en la Federación Mexicana de Futbol en un solo año.
José Luis Pérez Noriega paga las culpas de los jugadores “embrujados” en Haití, y es enviado al cadalso. Le sucede Alfonso Estrada por unas semanas, y entra al relevo Carlos Laviada con toda su aureola de grandísimo jugador.
Pero, los dirigentes querían uno de su casta o de su ralea, según se vea. Laviada es sustituido por Juan de Dios de la Torre, presidente del Atlas. Cuatro presidentes para una silla patibularia en 1974.
Es entonces cuando el presidente Luis Echeverría Álvarez hace gala de su oportunismo populachero. Histérica e históricamente ante una devaluación galopante que llegó al 76% al final de su gestión, sin pan y sin dólares, recurre al circo.
Así, con el país en crisis múltiples, especialmente económicas, pagando además y todavía los abusos de sentirse tan poderoso como para albergar unos Juegos Olímpicos (1968) y un Mundial (1970), Echeverría decide poner orden en el futbol antes que en la vida nacional.
Pensando que eran dueños de su feudo, los dueños de equipos del futbol mexicano, reciben impactados la notificación presidencial de que el balón les era confiscado y que tenían un nuevo árbitro con fuero absoluto: Gustavo Petricioli.
Digno de aparecer en las leyendas de Ripley o de Guinness por su colección de tangos, envidia de cualquier argentino, Petricioli es sacado de la Secretaría de Hacienda, como subsecretario de ingresos, para ser ungido Comisionado del Futbol Mexicano con fuero presidencial para hacer y deshacer.
El mensaje populista de Echeverría era garantizarle al pueblo mexicano que otra humillación como la de Haití ’73, no volviera ocurrir… por lo menos en su sexenio.
“Te devaluaré el peso, pero te revaluaré a tu selección”, fue el mensaje cifrado en aquel movimiento de tosco gusto político.
Un Comisionado del Futbol Mexicano. Es decir, el modelo monárquico —casi—, que asumía en la NFL, Grandes Ligas y NBA. El balompié azteca quería parecerse al primer mundo del deporte, con improvisaciones de tercer mundo.
‘Es americanista…’
La anécdota relata que el presidente mexicano hurgó entre sus allegados para un chivo expiatorio. José López Portillo, secretario de Hacienda entonces, le recomendó a Petricioli. “No te puede fallar, es muy listo, muy calificado y hasta es americanista”.
En un país donde las canonjías, el oportunismo y la improvisación manejan la brújula de la agenda diaria, Gustavo Petricioli fue entronizado como el Moisés que llevaría al futbol mexicano a cruzar el Mar Rojo del fracaso, sin salpicarse el orgullo futbolero.
Especialmente porque en ese tiempo, el mote de “ratoncitos verdes”, ese bautizo generacional aportado por Manuel Seyde a los seleccionados nacionales, era la apócope popular para hacer referencia al Tri.
En su presentación ante los dueños de equipos, Petricioli hizo gala de esa diplomacia política propia del que sabe que, para amansar y montar a los caballos broncos, hay que sobarles la crin.
Sin embargo, Petricioli les dejó en claro que “esta es una decisión del presidente de México. Eso nos obliga a compartir responsabilidades y obligaciones. Estoy aquí para ayudarles”. El balón —les corroboró—, ya no era suyo, sino del árbitro.
Pero, el presunto lobo no sabía que se había metido a la verdadera boca del lobo. Claro, hubo quienes de verdad quisieron colaborar. El fracaso en Haití ’73 y la ausencia de Alemania ’74 había ahuyentado brutalmente a la afición de los estadios.
Guillermo Álvarez Macías, fundador y presidente del entonces dominante de la escena, el Cruz Azul, fue el primero en acercarse con un proyecto que encajaba perfectamente con el modelo populista que se buscaba, pero con ramificaciones exitosas deportiva y financieramente para los clubes.
Clubes Unidos de Jalisco, con el mismo Juan de Dios de la Torre, Jacinto Lloret, Enrique Ladrón de Guevara y Felipe Zetter, con el peso vigente del futbol tapatío, hizo otra propuesta que incluía, a mediados de los setentas, la propuesta de oficializar torneos de clubes con centro y Sudamérica.
Poder, sin el poder…
Graduado en Economía en el ITAM y con maestría en Harvard, a Petricioli las ideas le sobraban, pero, en silencio, a su manera, Maquiavelo y Richelieu, no permitirían que la industria del futbol le fuera arrebatada de las manos.
Guillermo Cañedo, tras la gestión exitosa para llevar el Mundial de 1970 a México, y su casi perfecta transmisión a nivel mundial, con algunos problemas técnicos al inicio, había abandonado la FMF para asuntos de mayor preponderancia, como hijo predilecto de Joao Havelange.
Con serias diferencias con Echeverría, Emilio Azcárraga Milmo mostró su contrariedad desde que fue notificado —antes que a nadie—, pero nunca consultado, de la irrupción, del allanamiento ordenado con Petricioli como punta de lanza.
Pero, pese a su rabieta, y ya como amo del imperio televisivo en México y de la televisión en español en Estados Unidos, sabía ya, en plena madurez exitosa política y financiera, que mostrando control, recuperaría el control.
El primer paso fue inhabilitar, prácticamente, a la selección mexicana. Cero movilizaciones, apenas un par de juegos amistosos. Además de que la afición rumiaba aún el fracaso de Haití.
Y mientras Petricioli hacía y deshacía en papel, Cañedo y Azcárraga sabían dónde moverse. A dos años de que Luis Echeverría concluyera su mandato, ambos sabían que el Alto Comisionado del Futbol Mexicano duraría menos en el cargo.
Sin darse cuenta, o tal vez, comodinamente o acomodaticiamente, Petricioli fue incluido en las agendas de Cañedo y Azcárraga. Ejercían el sabio refrán de cuidar a su enemigo como si fuera su amigo.
Antes de la salida de Echeverría, ya Petricioli había vivido a través de Cañedo y Azcárraga muchos de sus sueños sobre su primera pasión, el tango. Si hubiera pedido a Carlos Gardel en su cumpleaños, se lo habrían contratado.
Sin darse cuenta o aún dándose cuenta Petricioli, pero el futbol volvía a ser manejado por sus amos, a pesar de las advertencias que le hacía Juan de Dios de la Torre.
Su epitafio como Comisionado del Futbol mexicano pudo ser un fragmento del que aseguran era su tango favorito: Sus ojos se cerraron. “La muerte agazapada marcaba su compás”.
Fue pues, efímero y más anecdótico que trascendente, ese breve impasse con el control absoluto, en teoría, por orden presidencial, del futbol mexicano.
Golpe maestro…
El único beneficio de la fugaz gestión de Petricioli, fue obligar al cabildeo poderoso de Guillermo Cañedo ante FIFA para que México recuperara el feudo concacafquiano.
El premundial inmediato, para el Mundial Argentina ’78 se celebró enteramente en Monterrey, en octubre de 1977. Antes, México se había jugado un triangular a visita recíproca con Canadá y EEUU, con la eliminación de éste último.
En ese premundial en Monterrey, México ganó sus cinco juegos, con 20 goles a favor y cinco en contra. Una eliminatoria impecable, la afición había recuperado la fe de cara a Argentina ’78, sin saber que sufriría la peor humillación de su época moderna. Del exitismo al fracaso.
¿Gustavo Petricioli? Regresaría a la actividad gubernamental. Participaría en el proceso de la nacionalización de la banca; durante su gestión al frente de Hacienda ocurriría el desplome bursátil de 1987, con la ruina de cerca de 450 mil inversionistas.
¿Coincide usted con que el futbol, en la cancha, es la forma más compleja y electrizante de jugar ajedrez y el futbol, fuera de la cancha, —especialmente en México—, es la forma más exquisita de jugar al matón?