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Estadio Azteca, al estilo monumental de El Tigre Azcárraga

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'El Tigre' Azcárraga, el jet set y una madrugada en el Estadio Azteca (2:11)

Días antes de la inauguración del inmueble, el empresario visitó al arquitecto Luis Martínez Del Campo para darle un mensaje. (2:11)

El Tigre Azcárraga hizo un estadio monumental como su personalidad. El empresario dejó un inmueble que cumple 58 años y cerrará sus puertas para recibir su tercera Copa del Mundo en 2026


Emilio Azcárraga Milmo se le quedó viendo a un peón que estaba dándole duro con un pico, a pleno rayo del sol, durante la construcción del Estadio Azteca. Comenzó a murmurar para sí mismo: “cuántas veces he estado en Europa, en Marbella, 50 o 60 veces, algo está mal en este país”, ese era el famoso Tigre, siempre en las discusiones de los primeros círculos del país, el magnate detrás de uno de los estadios más famosos del Mundo.

Azcárraga, aquel que se reconoció como “soldado del presidente”, siempre estuvo al pie del cañón de una de sus obras majestuosas, el Estadio Azteca. El Tigre llevaba a sus invitados al lugar en el que se iba a construir el inmueble de 100 mil personas y les pedía a los arquitectos que les contara cómo iba a ser ese “monumental proyecto”, pocas veces contaba que ese “capricho” estuvo a punto de dejarlo en la bancarrota.

“Hacer una osadía de ese tamaño, sabían que iban a trascender en la historia ellos también. Era autofinanciable, lo que pasa es que les falló la asesoría técnica, la económica era brillante. La grandeza brutal, siempre navegaban en mares de grandeza, Azcárraga y compañía, zapatos chuchuchu, era gente con lana, El Tigre era muy aventado”, confiesa Luis Martínez del Campo, residente de la obra del Estadio Azteca, que trabajaba para el despacho arquitectónico de Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares.

Cognac, la bebida del éxito y de los negocios

El Tigre Azcárraga era conocido en sociedad por tener como hobbie coleccionar arte y literatura, pero en su biblioteca, además de un sin fin de títulos y libros raros, también tenía una reserva en la que brillaba un cognac de 80 años, exclusivo para celebrar victorias o hacer las paces con alguno de sus cercanos.

Luis Martínez del Campo fue testigo de esa reserva de 80 años, después de que uno de los 'espías' de Emilio Azcárraga lo acusó por unos “supuestos” errores en las gradas del estadio. “El espía que tenía Azcárraga era medio wey, en lugar de preguntarnos qué pasaba, iba con el chisme. En esos días, a Emilio lo había tirado un caballo, se presentó con bastón, subió en un carrito por las rampas. Uno de nuestros ayudantes sube corriendo y me dice que llegó Azcárraga, estaba furioso: ‘¿Quiere que lo reporte enfermo?’, me preguntó, ‘porque quiere hablar con usted'”, recuerda el arquitecto en uno de los enfrentamientos con El Tigre.

A Azcárraga le habían ido con el chisme que las gradas tenían una “mal hechura” y que desde las primeras filas no se veían los pies de los jugadores. El arquitecto, con bitácora en mano demostró que el error no era culpa suya.

“Vamos allá abajo, me dijo Azcárraga, porque me dicen que no se ven los pies de los jugadores, pusimos a algunos trabajadores como si fueran los jugadores y efectivamente no se ven los pies, por el uno por ciento de pendiente, desde la primera grada, de la segunda grada sí. Le dije: ‘moraleja, nunca compres boleto para la primera fila”, suelta la carcajada el arquitecto que estuvo de principio a fin en la obra del Estadio Azteca.

“Era muy emocional, pero tenía su corazoncito, a veces. Un día había un peoncito dandole duro con un pico, entonces se quedó mirando al peón y murmuró: ‘cuántas veces he estado en Europa, en Marbella, 50 o 60, algo anda mal’. Vivía en otro mundo, después del suceso de las gradas pretensadas y de los pies que no se ven. Me dijo, sabes qué, vente en la noche, te espero en la casa. Para mí salir del estadio era ir a descansar, pero tenía que ir. Entré a su casa, grandota, me metió a la biblioteca, abrió su reserva, sacó un cognac de 80 años, sirvió dos copas, dijo ‘salud, mano’. Y me mandó a mi casa, así piensan de la azotea estos cuates”.

El encontronazo con el gobierno de DF y las "muchachas españolas"

Emilio Azcárraga se casó cuatro veces y dividió su herencia en seis partes. Así como era conocido en los círculos más honorables de México, también tenía sus historias en la vida de noche. En los días que el Estadio Azteca y El Tigre estaban a punto de la bancarrota, por las dificultades para construir en el terreno de Santa Úrsula, hubo un choque con el Gobierno del Distrito Federal.

Eran las épocas del regente de hierro, Ernesto Uruchurtu, y el Estadio Azteca estaba en la recta final de terminar sus obras, pero necesitaba construir el puente que conecta Tlalpan norte con la entrada al inmueble para 100 mil personas. Eso provocó una discusión, las autoridades querían un paso costoso, mientras que los arquitectos tenían la fórmula para ahorrar recursos y hacer una construcción funcional.

“En una reunión con las autoridades, Azcárraga se levantó, entre sus cualidades no estaba la paciencia, se levantó y le dijo, ‘no tiene caso seguir hablando con el ingeniero, él tiene una idea de nuestra propuesta, así que buenas noches y gracias’. Me levanté y salimos, en el coche, le dije que ya estaba aflojando el Ingeniero, el Guero Álvarez, el encargado de dar permisos de obras. Le dije que era un dineral que se podía perder, pero me dijo que ya no quería suplicarle a nadie.

“Al día siguiente me habla la secretaria del ingeniero Álvarez, me dice que me pone en la línea al ingeniero, me dice que aceptaban su propuesta. Hablé a la oficina, no sé cómo se llamaba su secretaría de Emilio: ‘Digale que ya tenemos el paso tal como lo presentamos. A la hora me marcó y me dijo que el señor Azcárraga me esperaba a las nueve de la noche, en un restaurante bar, en la calle de Puebla, que te vendía de todo. Muy exclusivo. Llegué medio inocente, llegué y aplausos de todo mundo. Champagne, al día siguiente veía búfalos voladores, una guarapeta sensacional. El Tigre se puso hasta atrás y a las tres de la mañana le dijo a uno de sus ayudantes, oye, vete a Madrid y traete a aquellas bailarinas, le dijo que cómo se iba a ir a Madrid, tu traetelas, los sueños de loco, las personalidades de una persona así. Esa fue una buena anécdota”.

¿Soldado o amigo del presidente?

Azcárraga se reconoció a sí mismo como “soldado del presidente”, pero no era de la infantería. El Tigre sabía codearse con las esferas políticas y le pidió un favor al presidente Gustavo Díaz Ordaz, durante la construcción del Estadio Azteca, a cambio de que el titular del Ejecutivo tuviera el honor de inaugurar la monumental obra.

“Con relación al terreno hay un detalle nefasto. No daban una. Al adquirir el terreno, la propietaria original del terreno no vendió la explanada central, que va de la Calzada de Tlalpan al Estadio, son 300 metros, la gran explanada que tiene el estadio, que tiene al centro la escultura de Calder. Ella se lo reservó, sabiendo las posibilidades comerciales que tendría después. Se pusieron dos accesos para peatones y uno para vehículos, imaginense la aberración de un lleno del estado, cientos de miles de personas saliendo por dos callejones, junto con coches. Era una aberración incomprensible.

“Al ser informados de esto, Azcárraga y sus socios quisieron comprar la parte central de la explanada. No quiso la dueña. Ante la negativa, se les ocurrió ir con el jefe de la Ciudad de México, el licenciado Ernesto Uruchurtu, que no era amigo del Estadio Azteca y tampoco de los promotores. Tampoco se pudo avanzar más en la adquisición del terreno con ellos. Entonces, los propietarios fueron a ver directamente al presidente Díaz Ordaz y él sabía que iba a inaugurar ese estadio, su imagen andaba deteriorada y todavía faltaba Tlatelolco, aceptó la invitación de inaugurar y dio la orden fulminante de expropiación, Uruchurtu tuvo que expropiar. Destrozaron todo lo que había dentro del predio, incluyendo sacar a la gente. Se logró la explanada”, narra Martínez del Campo.

Las Mercedes que visitaron el Estadio Azteca en la última noche

Los obreros gritaban “sus Mercedes a la vista”, cuando veían el convoy de autos fabricados por una armadora alemana, que se acercaban al Estadio Azteca. Siempre, al menos, eran tres, uno en el que venía El Tigre Emilio Azcárraga y otro dos en el que estaban sus escoltas

Los Mercedes Benz levantaron la polvadera un día de mayo de 1966, a las tres de la madrugada. Se aproximaron al Estadio Azteca, a horas de la inauguración y bajó Azcárraga, entró por uno de los túneles y les dijo a los arquitectos encargados de la obra “felicidades cabroncitos”, después, se fue.

“Estábamos todos revisando en la madrugada, como dos o tres de la mañana, a días de la inauguración. De repente entra corriendo por uno de los túneles uno de los obreros. Me dice; ‘movimiento sospechosos a la distancia’, le dije explicate. ‘Ahí vienen sus Mercedes’, me dijo. Eran los Mercedes Benz, que eran de Azcárraga, el suyo y dos de escolta.

Llegaron a las dos de la mañana, no hubieran pasado el alcoholímetro, con sus abrigos, sus bufandas, entraron por el túnel uno, los vimos bajar por las escaleritas hasta donde estábamos uno de mis compañeros, Adolfo, y yo. Se acercó Azcárraga, le dio un abrazo a Adolfo y otro a mí, dijo ‘felicidades cabroncitos’, se dio la media vuelta y se fue. Fue a ver su obra antes de la inauguración, no saqué ni un rolex por hacer el Azteca, estaban en bancarrota”, recordó el arquitecto Luis Martínez del Campo.