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Sí, Henry, ustedes tienen que ver con ello, con la violencia, pero...

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Jimmy Lozano: 'No olvidemos que a mi me dijeron que venía por una Copa Oro' (1:07)

El técnico del 'Tri' destacó que el viene a tomar la oportunidad y sacar el mayor provecho. (1:07)

DALLAS -- Para Henry Martín fue como un acto de exorcismo. Vomitar los demonios de la duda, del remordimiento. Fue como un alivio. De la autoflagelación a la autoindulgencia.

“Después del partido con Estados Unidos (México 0-3, semifinales Nations League) pensábamos que (la violencia en las tribunas) había sido por la situación de la derrota, y que teníamos que ver en ello, en que se estuvieran peleando”, relata Martín en la zona mixta del miércoles en San José.

“El problema es que en cada partido (de Copa Oro) ha habido esas peleas (entre aficionados mexicanos). Es una vergüenza, es realmente una vergüenza que suceda eso. Y ganando, perdiendo, empatando, suceden estas peleas en las tribunas, es lamentable, realmente lamentable”, reflexiona el delantero del Tri y de las Águilas del América.

Sí, Henry Martín, ustedes tienen, y mucho, que ver con la violencia entre aficionados mexicanos.

Pero, no Henry, ustedes no tienen nada que ver con la violencia entre aficionados mexicanos en los estadios de Estados Unidos.

Sí, Henry, ustedes tienen que ver, porque ellos reencarnan en ustedes en ese universo cíclico de 90 minutos. Ellos son Ustedes. Batallando, forcejeando, intentando. Si ganan, ellos ganan; si pierden, ellos pierden.

Pero no, Henry, nada tienen que ver ustedes, porque la vida es muchísimo más que un partido de futbol, y la tribuna es apenas el epicentro de una catarsis, que no les quitará a ellos, al día siguiente, ni el dolor, ni el hambre, ni la carestía, ni el desempleo, ni la soledad, ni la nostalgia.

Sí, Henry, ustedes tienen qué ver, porque equívoca y desafortunadamente, se convierten en etéreos paladines de las vidas paralelas de ellos, a través de quienes esperan seducir a la victoria, humillar a su adversario recurrente, y escupir sobre sus tripas expuestas.

Pero no, Henry, nada tienen que ver Ustedes, porque inequívoca y afortunadamente, sus victorias en la cancha no trastocan la particular urgencia de sus propias victorias, en el trabajo, en la familia, en la escuela, como sociedad. Son Cenicientas que cruzarán cada día el umbral de la medianoche, a veces con las dos zapatillas, a veces con una y a veces descalzas.

Sí, Henry, ustedes tienen mucho que ver, porque son depositarios de las fantasías de ellos, de sus sueños, de sus imaginaciones desbordadas, de sus utopías, de sus escapismos, de sus esperanzas, de su hoy sí, de su hoy tampoco.

Pero, no, Henry, nada tienen qué ver, porque ustedes, en ese cónclave de 90 minutos, se juegan su propia vida, sus propias fantasías, sus propias utopías, y nadie, ni aquél que llamábase el Redentor, pudo cargar con pecados de otros. Mira, que antes que cargar cruces ajenas, prefirió ser crucificado.

Sí, Henry, ustedes tienen mucho que ver, porque ellos, los que consumen camisetas, van a los estadios, se pintan los rostros, se apoltronan ante el televisor, gritan más que entonar el himno, para que su estrecha patria, esa bajo sus pies, retiemble. Porque ellos, todos, de una u otra manera, les permiten a Ustedes esa vida de privilegio. Y no les importa que ustedes sean ricos, aunque sí les indigna que, a veces, en la cancha. algunos, sean tan pobres de espíritu.

Pero, no, Henry, nada tienen qué ver ustedes, porque aunque ellos pagan a perpetuidad con la moneda bondadosa e invaluable de la pasión y la lealtad, el desembolsar íntegros sus salarios, no les permiten esclavizar, ni adjudicarse la potestad sobre ustedes. Aún cuando a veces sólo les devuelvan diezmos de su esfuerzo.

Sí, Henry, ustedes tienen mucho que ver, porque son como ellos. Pero, no Henry, no tienen nada que ver, porque ser como ellos, no los convierte, necesariamente, en ellos.

Porque al final, Henry, ustedes son sólo ustedes, y al final, ellos son sólo ellos. Llevan una vida compartida, paralela, comunicada, comunitaria, en ese fantástico cosmos que es el futbol y su firmamento incalculable de pasiones.

Sí Henry, tienen mucho que ver, pero si abandonas la cancha vestido e investido de sangre, sudor y llanto, entonces, exonerado, nada tienes que ver, porque el mexicano que apuñala a otro mexicano, el hombre que golpea a mujeres en los estadios, el que se embriaga, el que maldice, el que se frustra, el que amenaza, ese, cada uno, debe entender, que su mayor revancha le aguarda al día siguiente en la desafiante arena de su vida diaria.

Te cuento, Henry, de una estampa que pasan los años y no olvido. Fue hace mucho tiempo, pero no creo que hayan cambiado las cosas.

Salía esa noche de sábado del Estadio Jalisco, después de cubrir un partido de Chivas. No había wifi ni portátiles entonces. Aguardaba una Remington en la redacción. Delante de mi caminaba una familia. Un tipo con la camiseta rojiblanca con uno de sus hijos de su mano. Al lado la esposa, con un niño en cada mano. Había perdido el Guadalajara. Una procesión que bufaba, que gemía. Sí, Henry, el dolor exponencial de la derrota.

Súbitamente, el tipo manotea, se desprende de la mano de su hijo, y camina presurosamente en sentido contrario a donde iban. Se pierde en el estacionamiento sin iluminación del Estadio Jalisco. La mujer se queda pasmada. Por la humilde vestimenta de ella y sus hijos, era evidente que viajaban en camión.

Recuerdo el nombre. Y la desesperación. La histeria. El desamparado del abandono. El puchero. Y el llanto. Lo recuerdo Henry. “¡Juan!, ¿a dónde vas?”, le grita ella con voz destemplada a su marido. Los niños se sorprenden, se asustan, lloran. El tipo ya se perdió entre la muchedumbre doliente. Ella se queda ahí, desolada, confundida, desecha, con los tres niños abrazados a sus faldas y al rebozo.

Sí, Henry, ustedes no tienen nada qué ver con todo eso que pasa, pero a veces, como lo dijiste este mismo miércoles en San José, ahí, en ese espacio tan verde, aromático y belicoso, ahí, tal vez sí, tal vez pudieran hacer algo, un poco más, un poquito nomás.

Tampoco coincido con Bill Shankly, uno de los técnicos legendarios del futbol inglés y la inspiración de la bellísima consigna del Líverpool: “You’ll never walk alone”. Decía él: “Hay gente que piensa que el futbol es un asunto de vida o muerte. A mí no me gusta esa actitud. Puedo asegurarles que es mucho más serio que eso”.