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José Nasazzi, el mejor jugador de Uruguay 1930

Nasazzi es uno de los primeros grandes ídolos de la Celeste Getty Images

Como ya lo había sido en los torneos olímpicos de 1924 y 1928, José Nasazzi fue el mejor jugador de Uruguay en este campeonato del mundo. El Mariscal fue el alma del equipo campeón, el corazón del combinado local que ganó los cuatro partidos y dio la vuelta olímpica en el estadio Centenario.

Nasazzi ha personificado como nadie al futbolista charrúa. A ese estilo que llevó a Uruguay a la gloria mundial en cuatro oportunidades. Su garra y su coraje son dos de las principales virtudes de este combinado celeste que es cada día más grande. El defensor nacido en Montevideo en 1901 brilló a lo grande en el primer Mundial y por eso se ganó el reconocimiento al mejor jugador del torneo.

Hasta los Juegos Olímpicos de París trabajó como pedrero y marmolero, una actividad que forjó su carácter. Sin embargo, antes de viajar a Europa por primera vez, prometió que jamás volvería a ese viejo oficio y que sólo se dedicaría al fútbol. Tras regresar con la primera medalla de oro cumplió su promesa. Hoy, Nasazzi es el símbolo del éxito futbolístico en Uruguay.

"La Selección es la patria misma", afirmó el Mariscal hace poco tiempo. Ese sentimiento se puede ver en cada uno de sus partidos. En el campeonato del mundo, Nasazzi disputó los cuatro encuentros y fue el sostén de su equipo en la gran final ante Argentina. No convirtió goles, pero su aporte fue más allá de eso.

Una anécdota describe lo que significa el Capitán para sus compañeros. Después del título en Amsterdam 1928, Roberto Figueroa, el wing izquierdo de la Celeste, estaba decidido a pedirle casamiento a su novia: la hermana de José Nasazzi. Tras declarle sus intenciones a la afortunada, Figueroa dijo: "bien ahora tengo que pedirle permiso a José, que es el capitán de todos nosotros".

Ídolo de Bella Vista y de Nacional, Nasazzi jugó en la Selección entre 1923 y 1936 y fue el primero de una dinastía de defensores centrales que llega hasta nuestros días. Sin él, la Celeste no sería la Celeste.