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Uruguay - Argentina y la historia de la final más caliente de los mundiales

La Celeste fue la primera selección en consagrarse campeona Mundial. @Uruguay (TW)

La leyenda se multiplica. El paso del tiempo magnifica los cuentos. Uruguay y Argentina protagonizaron la final más caliente de la historia de los mundiales.

Ocurrió en el primer campeonato, el que organizaron los uruguayos en 1930, al que ambos equipos llegaron a la definición. La relación futbolera entre ambos países no era la más adecuada. Los argentinos se sentían campeones morales de los Juegos Olímpicos que ganaron los uruguayos en 1924 y 1928.

La realidad es que, por esos tiempos, ambas selecciones eran verdaderas potencias mundiales. El Mundial de 1930 lo volvió a ratificar.

Los dos equipos llegaron a la final y el clima previo se cortaba con una navaja. Los antecedentes hablaban de problemas en partidos amistosos y torneos sudamericanos. Hubo encuentros que se tuvieron que suspender por invasión de público y otro donde los jugadores uruguayos terminaron a las trompadas con los hinchas argentinos.

La realidad es que, de cara a la final, muchos argentinos se embalaron para viajar a Montevideo desde el otro lado del Río de la Plata. Y cuando llegaron a la capital uruguaya no fueron bien tratados.

Antes de entrar a la cancha a jugar la final los rumores sobre posibles amenazas a los jugadores de Argentina invadieron el ambiente.

Los futbolistas argentinos declararon en más de una oportunidad que sintieron miedo aquel 30 de julio de 1930. Es más, cuenta la leyenda que el árbitro belga, John Langenus, aceptó dirigir con la condición de tener un barco a su disposición para dejar el país en caso de problemas de seguridad.

“Yo oí muchas cosas que las digo siempre. Yo estaba en los vestuarios y hubo un momento en que me estaba atando los botines y Monti le decía a Paternóster: ‘si ganamos hoy nos matan a todos’. Yo era un pibe. Yo sentía esas cosas. No creía”, expresó Francisco Varallo en una nota de Últimas Noticias del 25 de junio de 1994.

Varallo acotó: “A Lorenzo Fernández lo pasaba fácil. Le tiraba la pelota por un costado y salía corriendo. No me agarraba. En una de esas me agarra y me dice: ‘a la vuelta te hundo en el césped, botija’. Eso lo escuchó Gestido que estaba cerca y entonces me llama: ‘Vení Varallito, vení botija’. Yo no sabía que los uruguayos a los pibes les decían botija. Entonces me dice: ‘no le hagas caso que éste es un loco; jugá tranquilo’. Me quedé con la boca abierta”.

El partido se jugó a pierna fuerte. Eso hizo mella en la moral de los argentinos. El temor de ganar era tal que con el partido 2-1 a favor de Argentina, en el entretiempo Fernando Paternóster comentó en el camarín: “Mejor que perdamos, sino aquí morimos todos”.

El reconocido Luis Monti, una de las estrellas de Argentina, no salió a jugar el segundo tiempo.

Uruguay dio vuelta el resultado y terminó ganando la final 4 a 2 coronándose de esa forma como el primer campeón del mundo de la historia.

Las relaciones deportivas entre uruguayos y argentino no quedaron de la mejor manera. En 1932 se organizaron dos amistosos para poner punto final a la rivalidad. Argentina jugó con su tradicional camiseta pero Uruguay lo hizo de rojo. Luis Prats reveló en su libro La crónica celeste: “La idea pasó por olvidar los enconos de 1930. Pero la rivalidad iba más allá de los colores. En febrero de 1933 en cancha de Independiente se produjeron nuevos incidentes. Cerca del final, el marcador uruguayo Abraham Lobos, que jugó demasiado fuerte ese día, tuvo un roce con el capitán argentino Miguel Lauri. Las crónicas señalan que otro argentino, Andrés Stagnaro, pareció querer pacificar apartando al uruguayo, pero en realidad pretendía pegarle. La prensa uruguaya criticó el hecho de que la hinchada local silbara el ingreso de los entonces rojos y que no aplaudieron cuando Mata logró el gol del descuento. Argentina ganó 4-1. El delegado de la AUF, Aníbal P. Garderes, comentó a su regreso: “el público argentino, desbordante de pasión hasta el exceso, demostró de manera concluyente que por mucho tiempo deben suprimirse los partidos de seleccionados en Buenos Aires”.

El tiempo pasó, la herida jamás cerró, como lo dejó en claro Francisco Varallo en una nota con El Gráfico de abril de 1996: “Todavía tengo bronca por aquella final. Cuando escucho a las hinchadas gritar “Uruguayo, uruguayo”, yo reacciono y digo: “¡si supieran lo que nos hicieron!”.