Simeone ganó una Liga en el Camp Nou, en 2014, pero hoy rompe una maldición de 18 años sin ganar para el Atlético en casa del Barcelona
BARCELONA -- Diego Pablo Simeone solía sonreír cuando se le inquiría que nunca había sido capaz de ganar, como entrenador, en el campo del Barcelona, pero con una sonrisa recordaba a Diego Godín y aquel empate en 2014 que le significó el título de Liga a su Atlético de Madrid.
El próximo lunes, Simeone cumplirá 13 años de que se convirtió en técnico del Atlético de Madrid, los mismos que tardó para ganar su primer partido como visitante ante el Barcelona, donde los colchoneros no se llevaban el triunfo desde 2006, en una noche fría pero incendiada por el gol definitivo de Alexander Sørloth. Una locura.
Simeone abrazó la fortuna quizá en uno de los partidos en que menos lo mereció su Atlético de Madrid. El empate llegó tras un error obtuso del árbitro, que convirtió en falta en contra del Barça un tiro de esquina a favor. Pero de aquellas jugadas tan clamorosas como imposibles de creer. Y el triunfo se produjo después de que Jan Oblak, un gigante, le negara hasta en cinco oportunidades el gol de la victoria al Barcelona.
Sobrevivió en el alambre este Atlético que lleva enlazadas siete victorias seguidas en LaLiga y once consecutivas en todas las competiciones. Un Atlético capaz, sin saber muy bien cómo, de remontarle un 1-3 al Sevilla, un 0-1 al Alavés o un 1-0 al mismísimo Paris Saint-Germain en el Parque de los Príncipes, llevándose sobre la bocina victorias que pocos minutos antes se sospechaban derrotas.
Como lo disfrutado en Montjuïc, donde pasó del sufrimiento, enorme, al éxtasis absoluto. Un Simeone que reconoció que en la primera mitad su equipo fue muy inferior, resistiendo en la segunda parte "para tener más fuerza".
"Y esperar lo que pudiera pasar. Un contragolpe en una jugada exquisita”, explicó el entrenador argentino, quizá incrédulo con la fortuna que disfrutó su equipo pero satisfecho por la misión cumplida.
RAPHINA, DEL TODO A LA NADA
Una primera mitad sobresaliente, con efectos que recordaron incluso al mejor Ronaldinho, y un final deprimente, probablemente fatigado por un esfuerzo descomunal y que le acabó pasando factura. Así fue la noche de un Raphinha que se multiplicó físicamente y lideró hasta la extenuación al Barça...
Y que rozó un 2-1 que habría cambiado totalmente el escenario y probablemente la historia del partido, estrellando su globo sobre Oblak en el larguero.
Los últimos minutos del brasileño, capitán y líder incuestionable, mostraron hasta que punto se había dejado todo el ánimo en el césped, tal y como le sucedió a Marc Casadó.
O a Pedri, autor del 1-0 y que completó un partido extraordinario para lamentarse al final de esa derrota que debió entender tan injusta como imposible de creer.