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La Chica del Banquillo: Carta de un despechado vinotinto

Carolina Padrón, La Chica del Banquillo. ESPN

Una carta perdida de quien tiene miedo de comprobar que ahora, de nuevo, no vamos a ninguna parte.

Sí importa. Las formas importan. Pero a estas alturas, simplemente, se necesitan resultados. La altura no es lo que nos condena. Estamos acostumbrados a respirar con poco oxígeno. Como el que tenemos ante Paraguay. Con margen de error mínimo. Conjugando siempre la palabra error. En presente continuo. Una palabra que creíamos fuera de nuestro vocabulario. El bendito error que nos persigue en plural. Que se multiplica. Que nos acecha como el “coco” del que hablaban nuestros padres. Y que, de adultos, tristemente descubrimos que sí existe. Y que tiene más piernas que nosotros.

Los errores que parecen regresar del pasado para cuestionar si es que habíamos avanzado o estábamos en medio de un espejismo colectivo. Hipnotizados por las ganas o la casualidad. Las novatadas nos condenan, pero más lo hace la experiencia. Cuando a los años no los acompañan los aciertos. Y nuestro fútbol cae en una especie de bucle de eventos desafortunados, de un partido infinito que termina para empezar a repetirse.

A lo mejor es que el pasado no está tan lejos como pensábamos. A lo mejor este es el pasado y tenemos que seguir mirando hacia adelante. Esperando el turno. Siempre esperando. Otro verbo que nos jode tanto como perder. Esperar. Con todas sus letras. Con todos los años y las eliminatorias. Con la falta de puntos. Con los nombres que pasan. Con los hombres. Con los técnicos. Con el boom de Richard, el casi de Farías y el Mundial de Egipto. Con el subcampeonato mundial de Rafa. Con el limbo de ser los únicos en Conmebol en no ir a ninguna parte. Con el “para la próxima”. El famoso voy y vuelvo de alguien que nunca volvió.

Estamos tocados y jodidos. Pero jodidos desde el convencimiento. Desde el “¿qué pasó?”. Desde “esta sí es la generación brillante”. De otro “será nuestro año”. De que nada pase. De que todo nos pase. De que todos nos pasen. De ver el fondo siempre desde el fondo. De una tabla que hacía arriba se ve infinita. De no arañar nada. Desde el nos vemos en Catar que parece que no. Desde una carta de desahogo. Una carta perdida de quien tiene miedo de comprobar que ahora, de nuevo, no vamos a ninguna parte.