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La silenciosa metamorfosis del fútbol uruguayo

Corría el año 2009 cuando Uruguay se jugaba la ropa para lograr su pasaje a Sudáfrica 2010 y le llovían críticas a Tabárez por su estilo de juego. Una de las principales era que el equipo no elaboraba, y de hecho el entrenador tuvo muchos problemas para encontrar un enlace que pudiera hacerlo y asistir, en aquel entonces, a Forlán y Suárez.

En Europa, mientras tanto, Pep Guardiola comandaba un fútbol de posesión total con el mejor Barcelona de la historia y cambiaba al deporte para siempre. Eso transfiguró el estilo de juego de todos los clubes europeos, que en su mayoría apostaron por la posesión total y la volvieron hegemónica a la hora de la elaboración táctica.

Por otro lado, también tuvo un impacto en Uruguay, pero los cambios fueron más graduales. En el Mundial de Sudáfrica, Tabárez probó con varias alternativas para intentar congeniar con alguien por quien pasara todo el juego. Lo consiguió en el segundo encuentro del certamen, y no fue precisamente a través de un jugador formado para eso, pero el nivel que mostró Diego Forlán en aquel torneo le permitió generarse solito las chances de gol, y Suárez y Cavani lo aprovecharon.

Uruguay tenía entonces dos volantes hoy impensados: Arévalo Ríos y Diego Pérez. Dos mediocampistas netos de marca, sin responsabilidad creativa.

Ya para el Mundial 2014, el esquema táctico de la selección comenzó a sufrir algunos cambios: Nicolás Lodeiro comenzó a jugar como "volante mixto" -como se les decía en aquel entonces a los volantes con marca, pero también con responsabilidad de juego- al lado de Arévalo Ríos, y Uruguay apostaba por él para nutrir a Suárez y a Cavani.

La metamorfosis, sin embargo, fue mucho más allá. Desde 2014 a 2018 Uruguay se destacó por el surgimiento de nuevos volantes centrales, ya imposibles de distinguir a partir del agotado binarismo de marca o creación. En un mundo futbolístico que ya no pudo darse el lujo de dividir tareas, los jugadores comenzaron a hacer todas por igual. Los arqueros empezaron a ser juzgados por su juego con los pies, los delanteros por la intensidad a la hora de apretar la salida de los defensores rivales, los volantes por su creatividad, pero también por sus innegociables responsabilidades de marca, y los laterales no sólo por cómo "cierran su sector", como se les pedía antes, sino por cómo atacan y las posibilidades de juego que le dan al equipo.

En este contexto se enmarcan las apariciones de Federico Valverde, Lucas Torreira, Matías Vecino y Rodrigo Bentancur. Son mediocampistas que lograron una armonía entre el ADN uruguayo y paladar fino europeo, pero aplicado a Sudámerica. Son volantes que van a trabar con la cabeza si la situación lo requiere, pero en la siguiente jugada pueden meter una asistencia de 40 metros.

Esto por supuesto que también modificó la táctica Celeste: Uruguay comenzó a salir jugando más seguido desde el fondo y con pelota dominada a través de sus volantes, y Suárez y Cavani se adelantaron en la cancha y delegaron la creación.

EL ASPECTO ECONÓMICO, UN FACTOR CLAVE
Además de que el fútbol a nivel global cambió, no podemos soslayar que Uruguay es un mercado exportador, por lo cual también tuvo que comenzar a revisar las formativas y ofrecerle otros jugadores al mercado del fútbol. Además, en la actualidad, todos los clubes dependen casi enteramente de sus ventas como principal fuente de ingreso. Algunos invirtieron (o tienen pensado hacerlo) en canchas en buenas condiciones como un factor clave de la formación de sus jugadores.

Por otro lado, comenzaron a contratar técnicos jóvenes, con ideas nuevas y que apuestan por un tipo de fútbol más en línea con el que se practica en el principal mercado a nivel mundial.

Los clubes europeos reciben con los brazos abiertos a los uruguayos que van para allá, pero quizás la apuesta sea que no terminen de formarse en el Viejo Continente, sino que ya viajen más preparados.

Torreira y Vecino son casos emblemáticos de esto; jugadores que ni siquiera se habían formado para jugar como volantes, pero que en Europa terminaron de pulir detalles tácticos y se acomodaron en esa posición. A los clubes les sirve que ese tipo de jugadores sean mejor formados en el país, no sólo para sacarles más provecho económico, sino también deportivo; se volverían más competitivos y reducirían el margen de error en cuanto a las chances de desperdiciar algún talento perdido.

Si bien la idiosincracia uruguaya aún persiste (y continuará presistiendo), el fútbol no puede volver atrás. El desafío más grande es lograr una transición ordenada para formar jugadores cada vez más completos, pero sin relegar el gen uruguayo tan característico.