MÉXICO -- Fue en tu casa de Monterrey, en un fraccionamiento donde varias veces nos perdimos y tú, trotamundos al fin, por teléfono nos guiabas para llegar hasta tu domicilio.
Abriste la puerta con una enorme sonrisa, no tanto por la entrevista, sino por el gusto por encontrarte frente a ti a tu maestro y amigo, Francisco Avilán, tu descubridor, el hombre que te llevó al profesionalismo. Se dieron un fuerte abrazo después de varios años de no verse.
Recuerdo esa tarde en tu casa de Monterrey: era el 21 de junio de 2008. Calor infernal en tu tierra. Venías a vacacionar, como todos los años. "Esta casa la terminamos hace poco", nos dijiste, mientras tu esposa Sonia, amable y discreta, se encargaba de atender a los repentinos invitados con agua fría.
Tu hija Miranda, entonces de 4 años, se divertía en la alberca con unas amiguitas y sus primos. Se te veía en la cara la alegría de ver a tu hija divertirse con el agua. "Es muy niñero", dijo tu esposa.
Platicamos para ESPN sobre los temas del momento: el Pacto de Caballeros, del cual eres una víctima más, las trabas del Monterrey para liberarte y que te habían hecho un trotamundos contra tu voluntad porque a pesar de no tener contrato, en México y sólo en México el jugador nunca será libre como lo ordena la FIFA.
Hablamos de la selección, de Hugo, de los directivos, de tus experiencias por el mundo. Nos contaste muchas anécdotas en Europa. Recordaste con el querido Paco Avilán las vivencias de años atrás. También hablamos del día que nos conocimos, en Guadalajara, el 7 de agosto de 2001, en la concentración de la selección mexicana que dirigía Enrique Meza. Ese día era tu debut histórico con la verde, nada menos que ante Brasil. Entraste de cambio y metiste un tirazo implacable, del poste al éxtasis, que cimbró al estadio Jalisco para decretar el tercer gol de México, que ponía contra la pared a los multicampeones mundiales, que sólo empataron ya sobre el final con gol de Romario. Fue un debut soñado, que te catapultó y quizá en algún momento te hizo perder piso, por esa rara enfermedad que sólo cura el tiempo: la inexperiencia.
También nos acordamos ese día de tu último partido con la selección nacional mexicana, el 26 de marzo de 2008 en Inglaterra, en la despedida de Hugo Sánchez como entrenador del Tri, cuando le ganaron 2-1 a la selección de Ghana en un amistoso.
Ese día en Monterrey tu rostro reflejaba ganas de vivir, ilusión, esperanza, compromiso, responsabilidad ante tu nueva vida de casado y con hija. Ya no era aquel jugador inexperto, capaz de una torpeza juvenil. Hoy, maduro, te veías en el futbol del futuro disputando un mundial con México. Querías ser campeón de goleo de la liga turca. Hablamos de la Copa Europea de Naciones, que se estaba jugando, de tus 16 goles en el último torneo con el Ankaraspor y que estabas a tres goles de convertirte en el segundo mejor anotador mexicano de la historia en Europa, detrás de Hugo Sánchez y por encima de Luis Flores, Luis García y Carlos Hermosillo.
No había sombras de desgracia en tu semblante. Sonreías de cara al futuro, sabiéndote el hermano-inspiración de Poncho y de Aldo. Uno ya andaba metido en la vida artística. El menor, Aldo, se estaba consolidando como futbolista. Seguías paso a paso desde Europa la carrera de Aldo, que en ese momento había recibido el duro golpe del descenso con el Veracruz. "Es un jugadorazo. Se va a recuperar", decías con voz de profeta pues hoy Aldo es uno de los mejores delanteros del torneo.
Nos sorprendió el sol cuando se ocultó. Ya era de noche cuando nos despedimos para dejarte con Sonia y Miranda disfrutar tus vacaciones en familia. Al final intercambiamos teléfonos, mails y prometimos ponernos en contacto.
Y soltaste una promesa: "En las próximas vacaciones los invito a casa para echarnos un cabrito aquí en la terraza".
Nos hablamos por teléfono dos veces después de aquella reunión en tu casa.
Hace unos meses recibí un correo tuyo, desde Grecia:
Miércoles, 26 de agosto de 2009, 05:23 am
De: Antonio De Nigris
A: Héctor Huerta
MUCHAS GRACIAS HECTOR ACA ANDO EN GRECIA TRATANDO DE CERRAR UN NUEVO CONTRATO ESPERO QUE YA SE CIERRE Y PLATICAREMOS DE ESO UN ABRAZO Y SEGUIMOS EN CONTACTO LO MEJOR SIEMPRE.
Acostumbrado a las noticias, con las que he convivido tantos años de manera armoniosa, de repente este domingo llegó una que me dejó helado: los portales anunciaban la terrible mala nueva: "Murió Antonio de Nigris Guajardo, jugador del Larissa de Grecia, de un infarto, a los 31 años de edad".
¿Cómo? ¿Por qué? Comprendí el significado de la palabra estupefacto. Uno se queda atónito, pasmado, incapaz de reaccionar.
La noticia era real, lamentablemente. Hoy comprendo la tristeza y el shock que viven Sonia, Miranda, Poncho, Aldo, tus padres, tus amigos, tus compañeros...
El mundo de los medios de comunicación que hablan de futbol enloqueció este lunes.
Competencia para saber quién aportaba el mejor dato, la causa, los antecedentes. El doctor del Ankaraspor, Burak Kunduracioglu reveló que ya había advertido el problema e incluso te lo había informado. "Se diagnosticó una mal formación congénita cardiaca. Le advertimos de los riesgos de jugar así y que se multiplicaban por ser mayor de 30 años. Él dijo que en México ya se lo habían diagnosticado y que no veía problema para seguir jugando", dijo el doctor en una conferencia. La mal formación se debía, precisó, "a un engrosamiento del corazón".
El Tano sabía, pero desoyó la recomendación porque le apasionaba el futbol y soñaba con estar en el mundial de Sudáfrica 2010 con la selección, además de que buscaba un título de goleo con el Larissa.
La malformación, finalmente, acabó su vida, en una que llaman la muerte de los justos: durmió para ya no despertar. Los que quieren al Tano comprenden la enfermedad real: era tan grande su corazón, que ya no cabía en su pecho.
Lamentablemente, Tano, dejas una estela de tristeza porque te vas a los 31 años de edad. Es una paradoja cruel: dejar la vida en la plenitud de la vida. Unos le llaman a este fenómeno "destino".
Jorge Manrique escribió su tristeza en las Coplas a la Muerte de su Padre: "Cómo nos pasa la vida, cómo nos llega la muerte, tan callando".
Te recuerdo, Antonio, que tienes pendiente la invitación a comer un cabrito. El destino dirá cuándo. Hoy, te mando un abrazo, Tano, donde quiera que te encuentres...