En un bolsito acomodaban la ropita y a un lado la comida para pasar el día. Con la felicidad a flor de piel las mellizas se subían a un ómnibus que las trasladaba desde su Sarandí Grande natal a la pista oficial de atletismo de Montevideo. Allí transcurría el fin de semana, entre la alegría por jugar y compartir un espacio con otros niños, y los nervios previos al silbato de la largada.
La historia de Claudia y Soledad Acerenza fue de la mano. No es para menos, son gemelas. Las niñas comenzaron a correr en el colegio donde una profesora que había sido atleta conformó un grupo para bajar los fines de semana a competir en la capital por el Deportivo Sarandí.
Al poco tiempo surgió el interés de Sporting por fichar a las gemelas Acerenza que empezaron a viajar más seguido para defender la camiseta del decano. En 1984, cuando terminaron el liceo, se vinieron definitivamente a Montevideo donde comenzaron a estudiar en la Facultad.
Las velocistas se destacaron al grado tal que fueron seleccionadas para defender a Uruguay. Tenían que salir a competir al exterior porque la pista de atletismo era de carbonilla.
En 1984 fueron a competir a Caracas donde Claudia logró medalla de bronce y ganaron la prueba de postas. En 1985 Claudia ganó el primer torneo sudamericano juvenil en Santa Fe, Argentina. Dos años después concurrió al Mundial de Roma. Pero lo que jamás imaginó fue vivir el sueño de viajar a los Juegos Olímpicos.
Ocurrió en Seúl 1988 y Claudia no dudó en afirmar a ESPN: “Fue como un sueño hecho realidad, estar ahí, sentir esa sensación de estar en la competencia más importante, fue una gran emoción… había llegado al lugar al que todos los atletas sueñan llegar”.
En Seúl la tarea no fue sencilla. Claudia viajó sin su entrenador y era la única mujer atleta de la delegación celeste, la otra era la doctora.
“A último momento fui sola. Llevé mi plan de entrenamiento y a veces me acompañaba la doctora que me ayudó mucho, me tomaba las marcas”, recordó en la charla con ESPN.
Días antes del inicio de la competencia, Claudia Acerenza recibió la noticia que marcó su carrera deportiva: sería la encargada de llevar la antorcha olímpica.
“Elegían un atleta de cada país para hacer un trayecto de la antorcha antes de la llegada al estadio. Me dieron un uniforme con short blanco, remera blanca con el logo de los Juegos y una vincha blanca. Recuerdo que nos ponían una corona de flores para el momento de recibir la antorcha. Fueron dos hombres los que me dieron la antorcha. Corrí 500 metros y fue algo simbólico. Hoy, con el paso del tiempo te ponés a pensar y te das cuenta del significado que tiene eso”.